BAGDAD. Llamada a la oración. Los fieles se cubren con sábanas blancas, afilan sus cuchillos y comienzan a darse golpecitos de forma constante en la cabeza con la mano para ir calentando. Con el alba empiezan a sonar los tambores y se entonan los primeros versos. Comienza el ritual de cada ashura -proviene de ashra, diez en árabe, y significa el décimo día, ya que se celebra en el día 10 del mes de Muharram, primero del calendario islámico- con el que millones de chiíes de todo el mundo recuerdan el martirio del Imam Husein, nieto del Profeta y tercero de sus doce Imames.
El mismo esquema se repitió en Kerbala, lugar de la tumba del Imam Husein, donde la peregrinación también fue millonaria y donde los responsables de seguridad informaron de la detención de 73 personas por su presunta vinculación con Al Qaeda. La Ashura supuso la primera gran celebración que las fuerzas de seguridad iraquíes tuvieron que dirigir desde la salida de las fuerzas de combate estadounidenses en verano, todo un examen para calibrar su capacidad de actuación a partir del 1 de enero de 2011, cuando culmine la retirada americana.
Llorar sangre
“Esto estaba prohibido durante la dictadura de Sadám y por eso ahora lo vivimos con más intensidad que nadie en el mundo”, asegura un anciano cristiano que, cuchillo en mano, participa de la ceremonia “en solidaridad con mis hermanos chiíes”. El chiismo es la segunda secta en número de fieles del Islam, pero es mayoritaria en países como Irak, Irán o Bahrein. “El Imam Husein fue el revolucionario, el que dijo basta a la injusticia y dio su vida por todos nosotros. No hay dolor por Husein, por él somos capaces de todo”, asegura el director de la procesión de Fátima en la que comparten fila ancianos y niños de dos años que no pueden contener el llanto al sufrir el primer corte en su cabeza. El martirio de Husein hace 1330 años –toda su familia murió junto a él, menos las mujeres y niños, y su cadáver fue decapitado- agrandó el cisma en el mundo musulmán abierto tras la muerte de Mahoma y supuso la separación definitiva entre chiíes, seguidores de la familia del Profeta, y suníes, que optaron por los califas. Un cisma que en la historia reciente de Irak desencadenó en una guerra auténtica guerra civil en 2006 en la que murieron miles de personas y que llevó incluso a plantear la división del país por confesiones.
La sangre es un tema polémico en esta celebración ya que los grandes religiosos del chiismo no alcanzan un consenso al respecto. “La Hawza de Nayaf -el auténtico Vaticano chií dirigido por el Gran Ayatolá Sistani- ni lo promueve, ni lo prohíbe, lo deja a la libre elección de cada persona”, aseguran algunos penitentes cuando se les interroga sobre la prohibición de autolesionarse que rige en países como Irán o Líbano. Para el líder religioso del movimiento Sadrista en Bagdad, sheikh Mohamed Al Garawy, “la sangre está permitida porque este es un día en el que se pueden llorar lágrimas, pero también sangre”.
En apenas dos horas la orgía de sangre llega a su fin y los fieles colapsan los centros de atención instalados por la Media Luna Roja. Un ejército de voluntarios limpia las heridas con iodo y venda las cabezas heridas, aunque a los más devotos hay que evacuarles al hospital sin perder tiempo. Con las espadas enfundadas de nuevo, regresan las habituales procesiones en las que los participantes se golpean el pecho o se autoflagelan con cadenas y que se vienen produciendo desde el inicio del mes de Muharram. La fiesta en las zonas chiíes de Bagdad, decoradas con imágenes del Imam, banderas de luto y con decenas de puestos en las calles en los que se sirven té y comidas de forma gratuita a los caminantes, contrasta con la sobriedad y silencio en las zonas suníes en las que esta jornada no tiene un significado especial.