HERAT. “Los últimos judíos se fueron hace muchos años y nunca han vuelto, pero aquí les esperamos con los brazos abiertos”. Mohamed Nader tiene “más de setenta años” y nació en la muhalla-yi-musahiya de Herat, en la judería de esta ciudad del oeste del Afganistán en la que hasta 1978 había presencia judía. La creación del estado de Israel en 1948 supuso la salida de esta mítica ciudad de la Ruta de la Seda de la mayor parte de las 280 familias judías de Herat con destino Tierra Santa. La situación de inestabilidad previa a la invasión soviética supuso el adiós definitivo a los últimos judíos que emigraron primero a la vecina Irán y de allí a Canadá. Cuatro sinagogas y un baño son la huella arquitectónica dejada en este lugar, unos edificios que gracias a la labor de la fundación Agha Khan están siendo restaurados ya que después de tres décadas de guerra, como el resto de la ciudad vieja, estaban en ruinas. La sinagoga de Yu Aw ha sido la primera en recobrar su forma original, aunque de templo judío ha pasado a convertirse en madrasa para los niños del barrio. “Se trata de combinar rehabilitación y desarrollo social, que los edificios tengan vida y la gente los utilice en el día a día”, explica el responsable de la oficina de la fundación, Jolyon Leslie, de origen surafricano y con larga experiencia en el país.

Más de doscientos niños acuden cada día a clase en la sinagoga en turnos de mañana y tarde. En la plataforma donde antes se leía la torá ahora hay unas sillas de plástico en las que los pequeños aprenden canciones y colorean sus cuadernos. Nada recuerda al uso pasado del templo y una de las maestras asegura que “sabemos que es un edificio histórico, pero nada más”. Versos del Corán cuelgan de las paredes en pequeños marcos dorados. El buen trabajo de rehabilitación ha permitido la conversación de la decoración de la bóveda central con enrevesados dibujos azulados. El patio donde antes se reunía la comunidad judía antes del rezo es ahora el lugar de recreo, y donde vivía la familia del rabino, está la oficina del Centro Cultural Soorosh donde ofrecen té a los escasos visitantes que se acercan para ver el lugar.

Salajuddin es el arquitecto que ha dirigido las obras de reconstrucción y está orgulloso de su trabajo. Formado en Ucrania durante los años ochenta, allí tuvo contacto por primera vez con el pueblo judío con el que se ha reencontrado a través de su trabajo. “Es extraño, pero no hemos recibido ningún tipo de ayuda o colaboración por parte del estado de Israel. Los edificios estaban en muy mal estado y ver ahora esta sinagoga así es un milagro”, defiende este arquitecto que no piensa que con la presente situación en Afganistán la comunidad judía se anime a regresar. Último superviviente La presencia judía en el país se remonta a hace dos mil años, pero en el presente sólo queda uno, Zabolon Simantov, el guardián de la sinagoga de Kabul. En 1967 quedaban cuatro mil judíos en Afganistán, en 1969 había trescientos y en 1979 sólo treinta. Hoy queda Simantov, que nada más cerrar la puerta de la sinagoga que cuida en la Calle de las Flores se agacha para recoger una especie de hucha metálica que estira hacia sus visitantes para exigirles una aportación que le ayude a “sobrevivir”.