DAMASCO. Hay que esperar. Los tres soldados que custodian el acceso principal al campo de refugiados de Yarmouk esperan la llegada de los mandos para saber qué hacer con el periodista extranjero. Fuman mientras ven ‘Titanic’ en la televisión del cuartucho destartalado, un lugar que en el pasado sería el almacén de alguno de los miles de comercios del campo y ahora es una especie de puesto de control. Llegan el capitán y poco después un hombre vestido de civil. Se sientan a comer algo al aire libre. Al periodista, siempre acompañado por un funcionario del ministerio de Información y en este caso también de un oficial del departamento de relaciones con los medios del Ejército, le ofrecen un café. Al mismo tiempo que el imponente barco choca contra el iceberg ante la sorpresa de Leonardo DiCaprio los responsables dan por terminada la comida y entran al cuartucho. Un minuto después seguimos al hombre vestido de civil al interior del campo.
No hay palabras. Penetramos por la zona de Riggi, famosa en toda Siria por la venta de cerámica. No hay un solo edificio habitable. Las marcas de los combates carcomen cada pared, esqueletos y esqueletos de cemento se suceden en calles convertidas en zonas fantasmagóricas. No es fácil avanzar porque prácticamente en cada calle hay barricadas levantadas con escombros y grandes telas cuelgan de puntos estratégicos para protegerse de los francotiradores enemigos. “La lucha es edificio a edificio, calle por calle, en cuanto ellos penetran en un barrio no hay otra manera de hacerles retroceder, primero aviación y artillería y luego nosotros por tierra”, explica Abu Kifah Gazi, comandante de las fuerzas palestinas, antes de llegar a un punto en el que se detiene en seco e informa de que “a menos de 400 metros ya es zona del Frente Al Nusra (filial de Al Qaeda en Siria) y el Estado Islámico (EI), no podemos continuar”. La frontera entre los dos bandos la marca una barricada enorme que corta una de las arterias principales del campo, la calle Ali Jarbous.
Lo ocurrido en este campo sirve de ejemplo para la situación en otras zonas bajo control de la oposición armada en Siria. Al comienzo el Ejército, ayudado en este caso por las milicias del Frente Popular para la Liberación de Palestina Comando General (FPLP-GC), facción palestina aliada del régimen, penetraron a pie, pero debido al alto número de bajas sufrido recurrieron a la artillería y a los bombardeos aéreos causando una destrucción total. Después se estableció un cerco que no se levantó de forma parcial hasta 2014, cuando Naciones Unidas alertó de la grave situación que sufrían los 18.000 civiles que quedaban en el interior. El mundo se estremeció al ver las imágenes de miles de personas llenando una de estas calles fantasmagóricas, con los ojos perdidos y tratando de salir del cerco. Ahora se calcula que 4.000 civiles siguen en sus casas en la zona opositora.
Llegada de combatientes
Al comienzo de la guerra en el campo estaban registrados 112.000 refugiados, pero con el paso de los años se fundió con el resto de barrios adyacentes para conformar una de las zonas más densamente pobladas y más importantes para el comercio de Damasco. Una zona hoy muerta, una de las típicas zonas que se repiten a lo largo de Siria de las que los civiles no han tenido más remedio que escapar. La familia Adili vive desde hace tres años en un hotel barato del centro de la capital. “No tenemos dinero para viajar a Europa y tampoco queremos hacerlo, ya nos echaron de Palestina y ahora nos quieren echar otra vez, pero nos quedaremos”, asegura el cabeza de familia, que se dedica a la reparación de vehículos y no quiere ni mirar las imágenes que le muestro del interior campo. “Teníamos una vida, mejor o peor, pero podíamos vivir con dignidad. No era el mejor Gobierno, de acuerdo, pero ¿qué nos ha traído esta revuelta? Extremismo, destrucción, muerte, ¡ojalá pudiéramos regresar a 2011 y detener el tiempo, ojalá!” Una frase que se repite entre muchos sirios entrevistados que, aunque no están de acuerdo con la política de Assad, añoran la seguridad del pasado.
Pero el reloj avanza, la guerra ya ha costado la vida a más de 240.000 personas y obligado a desplazarse a 4,5 millones de ciudadanos. El nivel de destrucción es total en muchas zonas y se necesitarán muchos fondos y tiempo para la reconstrucción. Mientras el futuro de los sirios se discute en los despachos de medio mundo y será uno de los temas estrella en la Asamblea General de Naciones Unidas, en Yarmouk los milicianos palestinos plantan hierba buena en cajas vacías de munición. Vida en medio de la muerte. El olor dulce impregna la última posición palestina antes de la zona bajo control del Frente Al Nusra y el Estado Islámico, una zona que, como ocurre en el resto de Siria, se ha convertido en línea roja para la prensa local e internacional y de la que solo llega la información de sus órganos de propaganda, de las agencias de inteligencia y de los civiles que deciden escapar. Un agujero informativo tan negro como la bandera que izan para delimitar sus territorios. Es hora de salir del campo. ‘Titanic’ ya ha terminado y en el cuartucho ven ahora dibujos animados a todo volumen. La guerra se ha convertido en una forma de vida para los sirios.