BASORA. Once casos en enero, diecisiete en febrero y en marzo continúan llegando nuevos niños enfermos. Los expertos de la unidad de oncología del Hospital Infantil y de Mujeres Ibn Ghazwan de Basora están desbordados. Las cincuenta camas de la única unidad de estas características al sur de Irak están ocupadas, se han añadido dos nuevas habitaciones para hacer frente a la emergencia y algunos niños tienen que dormir en el suelo sobre mantas. A los internos hay que añadir el rosario diario de familias que traen a sus pequeños para recibir tratamiento y que colapsan los pasillos cada mañana.
La madre de Husein negaba al comienzo que su hijo padeciera un cáncer. Ingresó en el hospital por las constantes diarreas, vómitos y la fiebre muy alta y las pruebas a las que fue sometido confirmaron la enfermedad. “Ha asimilado bien el tratamiento, pero no podemos hablar de curación hasta que supere un plazo de tres años”, señala la doctora Janah Ghalib Hasan, directora de la unidad. Husein acude al centro vestido de traje, cambia sus botas de fútbol por zapatos y sueña con ser doctor algún día. Sólo hay tres especialistas y están desbordados. Cuando se les pregunta sobre las necesidades básicas no dudan un instante: “quimioterapia, radioterapia, un laboratorio preparado para este tipo de enfermedades y especialista bien formados”.
Pocas ayudas
El hospital Ibn Ghazwan tiene registrados mil casos de cáncer infantil, más de la mitad de ellos de la ciudad de Basora y el resto de las provincias del sur. “Estos son los casos que nos llegan y podemos intentar salvar, pero en las zonas rurales seguro que hay más que nunca han oído hablar de este lugar”, lamentan los doctores. Los profesionales iraquíes llevaron a cabo recientemente un estudio conjunto con médicos de la Universidad de Washington que concluye que los casos de leucemia infantil se han duplicado en los últimos quince años. Publicado en el ‘American Journal of Public Health’, la investigación señala que “la naturaleza cancerígena de la exposición a la guerra es difícil en las situaciones caóticas que caracterizan a los conflictos bélicos. Pero se sabe que Basora es una región sacudida por los incendios de los pozos petrolíferos, las armas químicas, las municiones de uranio empobrecido, al benceno, a la contaminación del aire y del agua».
La doctora Jahna trabaja en este campo desde comienzos de los noventa y recuerda que antes de la guerra de 1991 tenía 15 pacientes de cáncer, esta es la media que recibe ahora mensualmente. El ochenta por ciento de los medicamentos que suministran a los niños los obtienen gracias a las ayudas de la Organización Austriaca Árabe y la ONG japonesa Jim. Net, el resto viene del ministerio de Sanidad. Aunque esta ciudad nada en petróleo, sus ciudadanos no tienen dinero ni para pagarse los antibióticos que a veces deben comprar cuando se agotan en el hospital.
Americanos culpables
Cuando se les pregunta a las madres por qué hay tantos niños en esta unidad culpan a los bombardeos de los americanos. Tras la caída de Sadám Husein los británicos se desplegaron en Basora, pero nunca se acercaron por el centro. Tras su salida de Irak llegaron los americanos que una mañana visitaron la unidad para conocer la situación. “Después de sentarse aquí durante una hora y apuntar todo, prometieron ayudarnos e intentaron repartir juguetes entre los niños y se armó una revolución ya que pequeños y madres les lanzaron los muñecos gritándoles y acusándoles de ser los culpables de sus enfermedades”, recuerda Janah que pide urgentemente ayuda para estabilizar la situación.
Humilde, pero limpio y ordenado, este hospital de color morado en pleno centro de la segunda ciudad más importante del país se ha convertido en un centro de esperanza para estas familias que, siete años después de la última guerra, siguen pagando las consecuencias. “Vinieron buscando armas de destrucción masiva y al final fueron ellos quienes las trajeron con sus bombas”, lamenta un responsable local de Sanidad.