Abdul Latif, trabajador de la construcción de 25 años, murió a finales de diciembre cuando se dirigía a Herat en busca de trabajo. Viajaba en moto con Saraffadin, de 21 años, que resultó herido en una pierna. Según el Estado Mayor de la Defensa, España actuó siguiendo las normas de combate y se abrió fuego porque la moto en la que viajaban ambos civiles no se detuvo ante las señales de alto. «En un escenario bélico donde las motos suicidas son un enemigo potencial hay que detener a un vehículo no identificado que se dirige directo a un convoy».
El segundo altercado se produjo en marzo y Abdul Naser, panadero de diecinueve años, murió tras el impacto de un disparo al paso de un convoy. En este caso la investigación española asegura que «no se puede determinar que la muerte se produjera por fuego español ya que fue imposible llevar a cabo una investigación en condiciones debido a que el cuerpo se enterró antes de realizarse la autopsia». El Estado Mayor de la Defensa reconoce que uno de los tiradores españoles sufrió un desmayo y que su arma se disparó, pero insiste en la falta de pruebas concluyentes.
Son gente humilde, muy humilde, que vive en zonas a las que ningún conductor de Herat quiere llevar a un periodista occidental por la falta de seguridad, por lo que hay que organizar las citas en lugares intermedios. Desconocen sus derechos, los protocolos de actuación de ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad) y «pueden considerarse afortunados porque dentro de su desgracia al menos han recibido una compensación, si mueren por disparos de las fuerzas de seguridad afganas el desamparo es absoluto», aseguran mandos de la OTAN consultados. Cuentan su versión de los hechos, recuerdan lo sucedido y narran en primera persona la respuesta española. Una respuesta que, según las familias, llegó en forma de compensaciones económicas, pero que «termina en el momento en el que se abona la compensación y se firma el recibo», afirma uno de los elders (ancianos) que ha ejercido de mediador con España.
«El dinero de los españoles se lo tuvimos que dar a los talibanes»
Sima Gol (viuda de Abdul Latif)
«Llegué al hospital y aun respiraba, pero los médicos me advirtieron que no había nada que hacer y a las ocho y media murió. Al día siguiente nos llamó mucha gente, desde oficiales afganos hasta representantes españoles que se mostraron dispuestos a ayudarnos. Los primeros momentos fueron muy duros porque no teníamos dinero ni para el funeral y, sobre todo, porque cuando el hermano de Abdul Latif venía a Herat fue secuestrado por los talibanes que no lo liberaron hasta tres días más tardes previo pago de veinte mil dólares, una fortuna que nos prestaron comerciantes del bazar y que necesitaremos toda la vida para devolver. España nos pagó siete mil dólares en concepto de indemnización y sus mandos nos dejaron bien claro que no podían darnos nada más. Desde entonces no hemos tenido contacto con nadie de la OTAN. Lo único que pedimos es ayuda para nuestra hija, Zuheila, que los extranjeros le ayuden de alguna forma hasta que termine sus estudios. Una madre sola lo tiene muy complicado en un país como Afganistán».
«Nos remataron en el suelo»
Saraffadin (herido, 21 años)
«Eran las seis y media de la mañana, pero había visibilidad. ¿Cómo no vamos a parar si nos hacen señales? Nadie del convoy nos dio el alto y empezaron a dispararnos. Los primeros impactos fueron contra Abdul Latif y la moto. Ya en el suelo siguieron disparando, nos remataron y me alcanzaron en la pierna y el pie. Después de pasar un día en el hospital de la ciudad me evacuaron al hospital español donde pasé cuatro días, me dieron algo más de dos mil dólares y me enviaron de vuelta a Herat. Nunca más se han puesto en contacto conmigo, pero me vendría muy bien que sus médicos me ayudaran con la recuperación. He perdido la movilidad de la pierna y necesitaré más de un año para volver a trabajar».
«Los extranjeros ignoran la vida de las personas normales»
Abdul Qader. Padre de Abdul Naser
«Era viernes. La última vez que le vi fue cuando regresó de la oración. Después echó la siesta y se fue con sus amigos a un jardín próximo. Viajaba en moto con un amigo cuando se cruzaron con el convoy. Pararon la moto y cuando estaban esperando que pasara sonó un disparo y Abdul Naser cayó al suelo. Una bala le atravesó el estómago y para cuando llegó al hospital se había desangrado. La Policía nos dio la noticia y nos informó de que los autores del disparo habían sido los extranjeros. Primero nos reunimos con los italianos y después con los españoles, que reconocieron los hechos y pidieron disculpas. Me invitaron a su base y me ofrecieron dinero como compensación, pero me negué a aceptarlo porque yo no vendo la sangre de los míos. Luego, siguiendo el consejo del elder de la aldea, Gholam Sadique, acepté una cantidad de ocho mil dólares (6.500 euros al cambio) y firmé un papel con el que daba por cerrado el asunto. Pienso de verdad que los extranjeros ignoran la vida de las personas normales y les pido que investiguen a fondo lo ocurrido si quieren demostrar que respetan nuestra vida».