YEDEIDET YABOUS. Casi un millón de sirios viven como refugiados en Líbano, Jordania y Turquía. Escapan de una guerra que cumple dos años y que, según también la ONU, ha costado la vida a más de 70.000 personas. El panorama del país es muy complicado, pero poco a poco muchos de los que huyeron empiezan a regresar. No lo hacen porque las condiciones de seguridad hayan mejorado, lo hacen por pura necesidad, sobre todo los que están en Líbano y no pueden aguantar el alto nivel de vida con sus ahorros. Esta es la imagen que se ve diariamente en el puesto fronterizo de Yedeidet Yadous, al que llegan familias en furgonetas cargadas hasta arriba. Enseñan sus pasaportes, sacan las maletas para que las revisen en la aduana y enfilan hacia Damasco tras pasar bajo una gran foto del presidente.

“Mejor en peligro en Siria, que en la miseria en Líbano”, dice una madre que ha pasado tres meses fuera y que regresa a Dera, ciudad del sur donde estalló la revuelta contra Assad. Otros como Mohamed van y vienen semanalmente por tema de negocios, “la carretera es segura y en Damasco, aunque se escuchan explosiones y ha habido ataques con coches bomba, se puede seguir viviendo de una forma bastante normal, así que no tengo miedo”. Los cuarenta kilómetros que unen la capital con Yedeidet Yabous son la última vía segura que le queda al Gobierno y a los ciudadanos para salir y entrar al país. Desde el cierre técnico del aeropuerto –está operativo, pero la carretera es peligrosa- los sirios se ven obligados a viajar hasta el aeropuerto internacional de Beirut para volar. «Nosotros que dimos albergue a todos los árabes cuando tuvieron problemas, ahora nos meten en tiendas de campaña y campos o nos hacen la vida imposible», es el lamento de otro padre de familia que vuelve y no sabe lo que se encontrará en su barrio, próximo al aeropuerto de Damasco.

El permiso para trabajar en la frontera ha llegado gracias al aviso por parte de las autoridades sirias de la llegada de varios autobuses con refugiados, aunque finalmente este viaje no se ha producido y los agentes de la frontera han invitado a la prensa a apagar las cámaras y volver a la ciudad. Solo se ha cubierto la llegada de sirios, separados por apenas una acera una fila similar de coches esperaba para abandonar el país, pero a ellos ninguno les hemos preguntado los motivos de la salida. “Lo hice en una visita anterior a la frontera y tuve algún problema más tarde, así que me centro en los que regresan que, además, me parece que es la historia importante teniendo en cuenta como están las cosas”, asegura el cámara de un canal internacional con oficina en Damasco.

Salida y entrada de gente. La actividad parece normal. Lo no habitual comienza cuando se empieza a circular en carreteras sirias y comienzan los puestos de control que se han establecido para vigilar los accesos. Cada pocos kilómetros hay que mostrar la documentación y abrir el maletero. Parece increíble que en esta ruta pudieran matar al general iraní de la Guardia Revolucionaria Hasan Shateri un ataque “realizado por Israel”, según el régimen, y que fuentes consultadas aseguran se produjo en el tramo de tierra de nadie entre Líbano y Siria, no en esta ruta que está absolutamente militarizada.

La confusión es total, nadie sabe realmente como están las cosas y las cosas cambian muy rápido. Todo son rumores. Los medios oficiales dan una imagen de que la situación mejora y de que el Ejército mata cientos de “terroristas cada día”. Las grandes cadenas árabes, las mismas que los sirios seguían con devoción cuando hablaban de Túnez, Egipto o Libia, ahora son las más críticas con el Gobierno e informan de los avances de los opositores armados. La gente de a pie está cansada de esta batalla mediática y solo se cree lo que ve con sus ojos. Por eso vuelven a Siria y viajan por el país pasando controles de los dos bandos y desafiando a las bandas de delincuentes que operan en mitad del caos.