DAMASCO. Los cafés del centro de Damasco se llenaron para ver el partido de Champions. En el de la estación de Hyjaz no había una sola silla libre y entre el público había presencia mayoritaria de merengues eufóricos con la victoria. De fondo los habituales cañonazos de la artillería del Casium que ya no inmutan a los lugareños, se han convertido en la banda sonora diaria de sus vidas desde el verano. Al final todos a casa y silencio absoluto, nadie en las calles en el momento del anuncio de la muerte de Hugo Chávez, “una de las personas que más ha hecho por Siria desde el estallido de la crisis”, según voces oficiales como la del analista Talib Ibrahim que no olvida el respaldo de Venezuela al Gobierno.
El jeque Saleh Al Noaeme, con traje gris, con sus colaboradores (M.A)
No muy lejos de Hyjaz, en el hotel Blue Tower, los miembros del Comité Nacional de Reconciliación no están para partidos de fútbol. Liderados por el jeque Saleh Al Noaeme y llegados desde Homs, han ocupado la primera planta del establecimiento y reciben a ciudadanos que quieren denunciar la desaparición de familiares, algunos secuestrados, otros en manos de las fuerzas de seguridad. Esta comisión ha recibido 1.500 denuncias de secuestros “en ambos bandos” y trata también de que las autoridades permitan el acceso de las familias unos 10.000 presos. Jefe de la tribu Naim, una de las diez más importantes del país, el jeque asegura haber invertido 2 millones de dólares de su bolsillo en este proyecto de reconciliación en el que entran todos los sirios, incluidos los miembros del Frente Al Nusra, una parte “enorme” del Ejército Sirio Libre (ESL). “Negociamos con todas las partes, incluidos los extremos de cada lado”, repite el jeque que subraya los acuerdos que poco a poco se van alcanzando en zonas donde no hay combates y lamenta la herida causada en la sociedad por las diferencias sectarias.
La versión oficial de esta comisión es el ministerio de Reconciliación Nacional liderado por Ali Haidar, opositor metido a ministro del régimen que se define como “hombre al servicio de Siria, no de Al Assad”. En su oficina muestra un documento que ha presentado al presidente pidiendo la “retirada de las estatuas de Hafez Al Assad y su fotografías” de las calles y edificios públicos porque “generan sensaciones encontradas”. La llegada de Haidar es un símbolo de apertura dentro de la administración, pero quizás ha llegado demasiado tarde. Además de intentar mediar también entre ambos bandos, Haidar ha sido la voz oficial más crítica con los paramilitares que operan a favor de Assad. “Es inaceptable, estamos hartos de estos shabiha que actúan fuera del marco de la ley y que tanta culpa tienen en la situación de violencia actual”, unas palabras rotundas cuando salen de la boca de un ministro del régimen, unas palabras imposibles de escuchar hace dos años.