DAMASCO. No hay tiempo que perder. Los operarios del Museo Nacional embalan algunas estatuas y las llevan a un almacén. La mayor de las salas ya están vacías y las piezas maestras “están a buen recaudo, en un lugar muy seguro”, informa el doctor Maamoun Abdulkarim, recién nombrado director de Antigüedades y Museos de Siria, con una larga trayectoria como profesor de Arqueología Clásica en la Universidad de Damasco. Dos operarios custodian al periodista por un sinfín de pasillos desiertos. Ni rastro de la sala dedicada a Ugarit, cuyas tablillas de arcilla muestran uno de los alfabetos más antiguos del mundo. La proximidad de los combates y la experiencia de lo sucedido en otros museos del país han obligado a los responsables a prevenir acontecimientos. Suena el móvil del director y al otro lado de la línea un operario del museo de Alepo le informa de que “estamos en mitad del fuego cruzado, los morteros están pasando sobre nuestras cabezas en estos momentos”.
El Museo Nacional es una joya en sí mismo. Su fachada es la entrada del antiguo Qasr al-Heir al-Gharbi, un palacio situado cerca de Palmira del año 688. Sólo el jardín arqueológico y su cafetería permanecen abiertos al público, el resto está cerrado y se están embalando estatuas y poniendo sacos terreros en algunos puntos para mayor protección. “Las obras más pesadas no se van a mover, no hay tiempo y sería demasiado costoso”, explican los operarios frente al sarcófago del Emir de Rastán y de su esposa, del siglo III.
Según los responsables de Cultura hasta el momento solo se ha documentado el robo de dos obras de arte, un mosaico con símbolos romanos de Apamia y una pequeña estatua de oro en Hama. Junto al plan de protección de museos –hasta el momento solo uno de los 130 museos del país ha sido destruido, el que se encontraba en Deir Ezzor-, Siria también intenta desarrollar uno alternativo para yacimientos y templos, tarea compleja en un país con 10.000 puntos de interés. Unos planes en los que se trabaja desde la invasión de Irak en 2003 a la que siguió el saqueo generalizado del país vecino, Siria aprendió la lección y comenzó a planificar el peor escenario posible dentro de sus fronteras.
¿Cómo proteger Palmira, o las ciudadelas de Alepo y Damasco? “La única forma es concienciar a los sirios de ambos bandos de que esto es patrimonio de todo el país y que debemos cuidarlo”, explica el director mientras comenta los desperfectos sufridos en el castillo del Crac de los Caballeros, situado en Homs, o en Apamea y Sheisar, en Hama, “por no hablar del estado de la ciudadela de Alepo donde el fuego ha arrasado siete de los 39 mercados antiguos y seguimos sin poder elaborar un informe preciso por la falta de seguridad para que nuestros técnicos puedan trabajar. Es el daño más importante junto al sufrido por la mezquita Omeya, también en Alepo”. Palmira, antiguo ciudad nabatea y mayor atracción arqueológica del país, no peligra “porque los cuidadores son todos de la zona y tienen el respeto de todas las partes en conflicto”, según Abdulkarim.
Los cazas sobrevuelan la capital a baja altura y descargan sus bombas contra las ciudades de la parte este del cinturón agrícola. El director del Museo Nacional, como todos los ciudadanos, está preocupado por la cada vez más deteriorada situación en el país, pero confía en los 2.500 empleados que tiene a sus órdenes en las distintas provincias. Unos empleados que “tienen que hacer entender a los vecinos que el pueblo es dueño y a la vez responsable de estos tesoros”, reflexiona el doctor Abdulkarim en voz alta.
Los equipos españoles esperan “volver pronto”
Uno de los últimos equipos de arqueólogos en abandonar Siria fue el que dirige el catedrático de Prehistoria de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) Miquel Molist, quien desde hace más de veinte años es responsable de un equipo interdisciplinar que excava en Ten Halula, en el valle del Éufrates, situado en el norte de Siria a dos horas de coche de la Alepo. Salieron en abril de 2011 tras el estallido de la revuelta contra Bashar Al Assad.
“Estamos muy preocupados por el país, por la población, por la conservación del patrimonio histórico arqueológico, pero sobre todo por la población, incluyendo los numerosos amigos y amigas, estudiantes,…. que tenemos allí”, confiesa Molist, quien sigue muy de cerca todos los acontecimientos y respalda las palabras del director general de Antigüedades pidiendo a los combatientes “que eviten el daño al patrimonio y el uso de este como arma”. La intención de Molist es “regresar lo antes posible”. Los lazos entre investigadores han podido con el bloqueo diplomático decretado por Occidente y en el laboratorio de la UAB hay tres becarios sirios que siguen trabajando en el estudio de la prehistoria.
Junto al equipo de la entidad catalana hay otras dos universidades españolas con presencia en Siria, la de Coruña, que trabaja en la zona de Deir Ezzor, y otro formado por investigadores del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Universidad de Cantabria, que trabaja en el sur. Todos ellos están a la espera de que mejore la situación sobre el terreno para retomar sus actividades científicas.