DAMASCO. Los cazas sobrevuelan a muy baja altura el Hospital Francés del barrio damasceno de Qassa’a. Su destino son las ciudades del cinturón rural del este de la capital como Jobar, con fuerte presencia de grupos armados de la oposición. La proximidad, apenas tres kilómetros, hace que los combates en Jobar casi se puedan tocar desde el despacho del director del centro, el doctor Joseph Nasrala, pero sobre todo se escuchan y se huelen. “El domingo 26 de mayo, por la tarde, recibimos 78 pacientes que presentaban los mismos síntomas, problemas respiratorios leves y picor en los ojos, que los tenían enrojecidos. Es la primera vez que nos pasa algo parecido”, informa este cardiólogo que dirige el hospital desde 1963 y recibió en 2008 la Orden del Mérito Nacional francesa, país donde cursó sus estudios, de manos del por aquellos días presidente Nicolás Sarkozy. El tratamiento que se aplicó a los afectados fue a base de cortisona, ventolín y unos minutos de oxígeno. El doctor Nasrala está al corriente del reportaje del diario ‘Le Monde’, publicado esta semana, en el que se acusaba al régimen del uso de armas químicas en el vecino Jobar. “No sabemos la causa de los problemas en los pacientes, no tenemos pruebas para decir que fueran armas químicas. Yo, y los demás profesionales del centro,  creemos que si se empleara gas sarín en Jobar, como dice la prensa francesa, no hubieran vuelto a sus casas en diez minutos. Lo que hay es mucho miedo y cada vez que hay un olor extraño muchos vienen directos al hospital”, subraya con vehemencia.

Hospital francés de Damasco. (M.A)

Ese mismo domingo los vecinos de la zona enviaron “decenas de mensajes” de alerta a la cadena Sham FM, canal privado  de noticias de la radio y televisión, y el tema voló por las redes sociales, lo que provocó que en todo Damasco cobrara fuerza la idea de que se habían usado este tipo de armas en Jobar. La falta de información en los medios oficiales, donde el tema es prácticamente un tabú, contrasta con la información que desde hace semanas publican las páginas web de régimen y oposición con instrucciones sobre cómo protegerse en caso de ataque químico. Compra de máscaras, sellado de puertas y ventanas con silicona, remedios caseros para combatir la toxicidad…

Hay que alzar la voz cada vez que pasa un caza del Ejército y, en un momento de la entrevista, el doctor abre la puerta de su despacho y muestra el tejado de un ala del hospital que sufrió el impacto de dos morteros lanzados por los grupos armados de la oposición hace unos días. Parece que el objetivo era el cuartel contiguo de las Fuerzas Aéreas, pero cayeron en el hospital y “fue un milagro que no hubiera víctimas”, piensa el director. Qassa’a y la plaza Abassyeen son la frontera que delimita la zona bajo control del régimen y la que es territorio de los grupos armados de la oposición, y el Hospital Francés es el centro médico más cercano a esta especie de línea del frente.

Fábrica de cerillas

La calle donde más se sintió el fuerte olor en la tarde del domingo pasado fue la misma en la que se encuentra el hospital. Visitamos diferentes comercios acompañados por un funcionario del ministerio de Información para conocer la opinión de los vecinos. Mahmoud Al Halabi regenta una zapatería frente a la entrada principal del centro hospitalario y piensa que “gracias al Ejército nos sentimos protegidos, pero la oposición armada es capaz de usar este tipo de armas para obligarnos a huir”. Bassam Anton, dueño de un restaurante, sintió “un olor parecido al del azufre y la verdad es que costaba respirar, yo creo que se debió al bombardeo de una fábrica de cerillas en Jobar por parte del Ejército. En dos días desapareció y la vida vuelve a ser normal”. Marwan Al Shaib, empresario que vivió durante 23 años en España y que tiene doble nacionalidad, no sintió nada especial pese a vivir en la misma zona aunque le llegaron “rumores de que grupos terroristas –forma que los medios oficiales emplean para referirse a la oposición armada- habían tirado una bomba con estos gases tóxicos en la plaza Abassyeen. Al Shaib, padre de tres hijos también españoles, quiere añadir que “en la guerra de Irak de 2003 la Embajada de España en Damasco repartió máscaras de gas y kits de supervivencia ante la posibilidad de que Sadam Husein empleara estas armas, ahora se han marchado a Líbano y ni siquiera nos llaman para saber cómo estamos”.

Sólo en caso de “agresión externa”

El portavoz de Exteriores sirio, Yihad Makdessi, ahora en Londres, abrió la caja de pandora el verano pasado al responder a una pregunta sobre el tema en una rueda de prensa asegurando que este tipo de armas se emplearían “únicamente en caso de agresión externa”. A partir de entonces el resto de altos funcionarios han intentado maquillar el tema o culpar a la oposición de su uso. Sharif Shehade, diputado y uno de los rostros más mediáticos del régimen, fue el encargado de llevar a Beirut ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU a siete civiles afectados por el uso de estas armas en Jan Al Assal, en la periferia de Alepo.  “La oposición ha usado gases tóxicos. Se trata de armas de fácil fabricación y desde Turquía les llegan fácilmente los materiales. ¿Qué impide su uso a gente que decapita y muerde los corazones de sus enemigos?”, se pregunta desde su despacho de la Ciudad Deportiva de Tishreen.

Después de más de dos años de guerra, masacres y ejecuciones de todo tipo grabadas y difundidas por Internet “se ha perdido la noción de la realidad y la población se siente víctima de todas las partes. Los sirios vivimos en un ambiente de quiebre emocional y de fatiga al combate”, diagnostica la doctora Hanadi Nwelati, psiquiatra del hospital Avicena de la ciudad de Adra, situada 30 kilómetros al noreste de Damasco, en plena zona de combate. Cada mañana coge un ‘service’ (transporte público con capacidad para una docena de pasajeros) desde la plaza Abassyeen para llegar a su puesto de trabajo y por el camino “se ve destrucción total a ambos lados de la carretera y muertos, muchos muertos tirados y que nadie se atrever a recoger. Esa es la realidad de Siria, no lo que se vive en el centro de Damasco. Todos somos doctores, pero también entre nosotros cuando percibimos olores extraños en el trayecto nos parece que pueden ser armas químicas, aunque luego se trate de los cadáveres en estado de putrefacción”. Nwelati estudió Medicina en Madrid y lleva tres años trabajando en el centro psiquiátrico de Avicena, donde hay 500 pacientes ingresados a los que están tratando de reubicar en alguna zona segura, aunque de momento no han tenido éxito. Si tuviera que hacer un diagnóstico sobre el tema de las armas químicas la doctora escribiría que “la población vive bajo un estado de terror extremo” ante su posible uso, un sentimiento basado en “más de dos años de guerra en los que se ha empleado de todo y por lo tanto a nadie le resultaría extraño que lo usara cualquiera de las partes. No podemos hablar de paranoia porque no se trata de una creencia improbable, es real”.