DAMASCO. Taim tiene dos meses y su madre dice que es “un hijo de la escuela”. El bebé descansa en una cuna mientras le mecen al ritmo de los cañonazos que retumban desde el monten Casium y hacen estremecerse la escuela de Zumya Makhsumia, en el barrio de Mezze. Este niño es uno de los 9.500 sirios que viven refugiados en las escuelas acondicionadas por el Gobierno en Damasco para recibir a los civiles que huyen de los combates que rodean a la capital. También han realojado a civiles en campos de fútbol, edificios públicos y mezquitas. “Salimos de Al Diabia hace siete meses y no hemos vuelto, pero sabemos que nuestra casa ya no existe. Los combates eran muy intensos y nos fuimos con lo puesto”, lamenta la abuela de Taim, que muestra el aula del colegio que ahora sirve de dormitorio, cocina y sala de estar para las 19 personas de la familia. “Estamos bien y no nos falta de nada, pero psicológicamente es difícil darle la vuelta a esta situación, sobre todo cuando sabes que lo has perdido todo”, señala la anciana. A las escuelas llegan los que no tienen otra opción, antes que llegar a estos lugares los sirios intentar acudir a casas de familiares y, si disponen de ahorros, a los hoteles del centro que están prácticamente llenos.
La ONU eleva a casi un millón el número de sirios refugiados en países vecinos y a más de dos millones el de los desplazados internos a causa de la violencia. La Media Luna Roja siria, a través de sus más de ochenta delegaciones a lo largo del país, en zonas leales y opositoras al régimen, es la principal encargada de la distribución de ayuda humanitaria y sus responsables denuncian que “después de mucho negociar tenemos la capacidad de llegar a muchos más sitios que antes, pero ahora nos falta la ayuda. Recibimos alimentos suficientes para 1,5 millones de personas al mes y necesitaríamos llegar al menos a 4 millones”. Una denuncia en la línea de la formulada la semana pasada por Valerie Amos, subsecretaria General de la ONU para Asuntos Humanitarios quien lamentó haber recibido apenas un 13 por ciento de los fondos prometidos en la Conferencia de Kuwait.
Puertas abiertas
En las escuelas de Damasco la situación es mejor que en otras partes del país y no falta de nada. La Media Luna distribuye la ayuda que llega de la ONU y otras organizaciones, es la principal tarea en la capital ya que debido a los combates abiertos y a la falta de garantías por parte de ambos bandos no pueden entrar en las zonas calientes e incluso se plantean evacuar algunos de sus puestos médicos avanzados. La gente que huye de estas zonas llega a colegios como el de Zumya Makhsumia y las autoridades, después de mantener el tema de los desplazados como un tabú durante meses, permiten ahora la entrada de prensa occidental. La familia Farhoud huyó del campo palestino de Yarmouk hace tres meses y desde entonces tampoco han podido volver a su casa, separada apenas media hora en coche del colegio. “Cuando llegaron los opositores armados empezaron los combates diarios y no se podía salir a la calle, después empezaron los bombardeos aéreos y decidimos escapar”, señala Lamia, que tiene en sus brazos a la pequeña Azinat, otra “niña de las escuelas”, como bromean entre los residentes de este centro de acogida. Al salir al pasillo central de la escuela otra vecina llega con una bandeja de chocolatinas “por favor, coged una porque estamos celebrando una fiesta de compromiso de una pareja cuyo matrimonio se ha concertado en la escuela”.
“Lo que más duele es ver así a los sirios. Nosotros acogimos a palestinos, libaneses e iraquíes y nadie tuvo que dormir en tiendas, les abrimos las puertas de nuestras casas. Ahora nos cuentan como a animales en campos para pedir dinero a cambio a la comunidad internacional”, lamenta Khaled Erksoussi. Dentro de Siria hay también cuatro campos para desplazados al norte de Alepo e Idlib, zonas fuera del control del Gobierno, en los que viven unas 50.000 personas y a donde se han destinado los convoyes enviados hasta el momento con ayuda internacional.