EL CAIRO. No hay vuelta atrás. El ataque químico en Siria sobrepasa la línea roja marcada por Barack Obama y ahora tiene dos opciones, tragarse sus palabras o dar un golpe de efecto para acompañar a la dialéctica de indignación occidental.

Francia, Reino Unido y Turquía piden a gritos, como lo llevan haciendo desde el primer día, una “intervención”, pero esperan que el Tío Sam de el primer paso. Una postura cínica ya que todos estos países llevan implicados directamente en la masacre que sufre el país desde hace meses. Pero igual les parece poco lo logrado hasta ahora y quieren más, quieren que muera aún más gente.

Cascos Azules inspeccionan el lugar de un atentado en junio de 2012 (M.A)

Los aliados de Bashar Al Assad también han reaccionado. Irán pidió a Damasco que abriera las puertas a los inspectores de la ONU y sus deseos son órdenes. Rusia defiende en todos los foros que “no hay pruebas del ataque” y sigue apelando a la Cumbre de Ginebra como solución al conflicto. Su implicación en la matanza siria es tan clara como la de franceses, británicos y turcos, con la diferencia de que han demostrado ser socios mucho más fiables y que no necesitan la luz verde de ninguna tercera parte para actuar. Esta es la clave de la supervivencia de Assad, junto al apoyo firme de las minorías religiosas.

Israel ya realizó “ataques quirúrgicos” contra el régimen sirio y las cosas no cambiaron demasiado. Esta vez parece que de nuevo se apostará por este tipo de acciones, una invasión sería un circo mayor que el de Irak, lo que debería debilitar al régimen y allanar el camino a los grupos armados de la oposición para terror de cristianos, kurdos, alauitas, chiíes, drusos y de una parte de la comunidad suní que ve caer el califato sobre sus cabezas como ya ha ocurrido en otras parte fuera del control del régimen.

El escenario actual en Siria es terrorífico. El que se presenta tras la intervención, apocalíptico. Barrer a Assad a cañonazos será solo el inicio de una nueva fase en esta guerra ya en marcha, aunque más equilibrada, entre los diferentes grupos que componen Siria. Una balcanización en la que la gran batalla es la que tiene pendiente la comunidad suní, que una vez desaparezca el enemigo común dirimirá sus diferencias a golpe de AK47 porque el pastel de Damasco es demasiado goloso para todos los patrocinadores de los mil grupos de la oposición armada como para cederlo sin combatir hasta la última gota de sangre. Cueste lo que cueste.

Assad es inaceptable para Occidente y gran parte de la población siria, pero que Barack Obama explique su plan antes de dar luz verde a la lluvia de misiles. ¿O no hay plan?