BEIRUT. Nuevo giro de Barack Obama. Después de cuatro días con la palabra “inminente” en los titulares y los manidos “tambores de guerra” sonando en cada crónica de la prensa mundial, el presidente de Estados Unidos y comandante en jefe del mayor ejército del mundo enfría el tema de la ofensiva contra Siria y decide consultar al Congreso.
Una decisión tan respetable y tan discutible como la de atacar a Bashar Al Assad. Una decisión que ha sorprendido al gremio al que pertenezco, que sufrió un inesperado bajón en lugares como Líbano o Turquía donde esperaba la lluvia de Tomahawk para encender los flashes de la guerra, pero una decisión que dibuja un nuevo escenario y que va a permitir, entre otras cosas, que Siria eclipse la Cumbre del G8 de esta semana.
Todos saben, Obama el primero, que una ofensiva, “limitada” o no, no va a acabar con la crisis que sufre el país árabe desde marzo de 2011. Los misiles no van a forjar la unión entre las confesiones que ha saltado en mil pedazos por la brutalidad sin límites del régimen, en primer lugar, y la apuesta de los padrinos de la oposición armada por facciones extremistas, en segundo. Una unión ahora mismo imposible y que mantiene Siria como un país dividido por fronteras sectarias.
“La única solución es la vía política”, repite el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, una afirmación que se agranda con este retraso de la operación armada. Hay que llevar el tema sirio a un gran foro de debate y apostar por esa cumbre de Ginebra II como un primer paso hacia algo que dibuje el borrador de una salida. La impotencia de Occidente por los vetos sistemáticos de Rusia y China ante cualquier resolución punitiva del Consejo de Seguridad contra Assad es comparable a la que siente medio mundo cuando Estados Unidos veta cualquier resolución contra Israel, una y otra vez. Una desesperante realidad que obliga a llevar el diálogo fuera del foro de la ONU, una realidad en la que, como ocurrió en Irak, es obligado incluir a Irán si se quiere de verdad acabar con el problema. Dejar fuera de la mesa al principal aliado de Assad sobre el terreno es como querer pintar el arcoíris con un pedazo de carbón.
Este receso, este enfriamiento de esos “tambores de guerra”, es el momento para preparar ese gran diálogo o al menos intentarlo. La imagen de Obama sufre un fuerte desgaste en Oriente Medio porque aquí son amigos del líder fuerte, el líder que todo lo vigila desde retratos que al estilo Gran Hermano cuelgan en cada habitación, el líder que tiene a los parlamentos para colocar a sus amigos y primos y prefiere el Tomahawk (Scud en este caso o simples Ak47) a un debate civilizado. Los misiles caerán sobre las posiciones de Assad sí o sí porque la palabra del presidente de Estados Unidos está en juego (si no aprieta el botón directamente el Tío Sam, hay aliados dispuestos a hacerlo en su lugar), pero que sea la traca final antes de un proceso que acabe de una vez con esta pesadilla que viven los sirios desde hace dos años y medio.