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DONETSK. Tras ocupar una docena de edificios públicos y organizar un referéndum carente de cualquier mínima garantía, los separatistas piden una vez más a Rusia de manera “oficial” que reconozca su desanexión de Ucrania, pero de momento Moscú no ha dado este paso. El silencio ruso, unido a la condena pública del uso de las armas por parte de Rinat Ajmetov, hombre más rico de Ucrania y dueño de la mayor parte de empresas de Donetsk y Lugansk, han frenado el ritmo de un proceso cada día más estancado.

Para combatir esta sensación de punto muerto Pavel Gubarev, autoerigido gobernador popular de Donetsk, ha presentado en sociedad el movimiento «Novorossia» (Nueva Rusia), que recupera el nombre histórico empleado en la época zarista para referirse al sur y este de la actual Ucrania, conquistada por el imperio ruso en el siglo XVIII. Tras proclamar la independencia de Donetsk y Lugansk la “Nueva Rusia” debería extenderse a Odesa, Jersón, Mykolaiv, Dnepropetrovsk y Zaporizhia para completar sus fronteras históricas, el auténtico cinturón industrial y  la zona más densamente poblada de la actual Ucrania.

La bandera elegida por el movimiento es la cruz de San Andrés, “porque Rusia y Cristo están con nosotros”, según Gubarev, y ya tienen su periódico semanal en la calle para “seguir los pasos del ‘Iskra’ publicado por Lenin en la revolución de 1917”. Legado comunista y religión de la mano una vez más en esta nueva forma de panrrusismo exportada con éxito por Vladimir Putin a Crimea y que en Donetsk y Lugansk tratan de implementar lo más rápido posible.

Las dos provincias separatistas tratan de que su mensaje cale en las otras cinco con las que cuentan para reinstaurar Nueva Rusia y con las que comparten  legado histórico y cultural y el ruso como lengua mayoritaria. Después llegará el momento de decidir si se mantiene como estado independiente o pide la incorporación a la Federación Rusa, tal y como hizo Crimea.