ESTAMBUL. Taksim es desde hace una semana una mezcla política social y política sin precedentes en Turquía. La oposición al primer ministro Erdogan ha unido a tendencias de todo tipo que después de haber superado los días de mayor violencia, se sienten victoriosas. Junto al rojo comunista o el amarillo kurdo, en el parque Gezi, junto a la plaza Taksim, también se puede encontrar la bandera arco iris de LBGNT (Asociación de Lesbianas Gays y Transexuales). Olcay Kinci, profesor de inglés de 27 años, descansa a las puertas de la tienda multicolor y califica esta semana de “una victoria frente al miedo general impuesto por este Gobierno.Sin saberlo, el parque Gezi ha servido de excusa para que salga todo lo que escondíamos dentro desde hace años y unirnos por un objetivo común, la libertad”.
Muy cerca de la tienda de Kinci está la mesa informativa del Frente Independiente de la Liberación Animal con Berk Efe Altinal al frente. Llegaron al parque “para defender los árboles y los animales que vivían aquí, pero ahora además protestamos también contra los vendedores ambulantes de ‘kefta’ (tradicional hamburguesa turca)”, señala Berk a quien el futuro del primer ministro le importa “más bien poco”, pero que se mantiene en Taksim porque “lo que hizo la policía es injustificable. Palizas, detenciones, quema de tiendas de campaña…” Taksim se ha convertido en una especie de república independiente en el centro de Estambul que pone en evidencia la falta de sintonía entre el primer ministro y esa mitad del país que no comparte sus tesis islamistas. Tras un mes marcado por juicios por blasfemias y el proyecto de una nueva ley de alcohol para prohibir su consumo en zonas próximas a mezquitas, la Turquía laica se ha echado a la calle para pedir al político con mayor tirón del país que cumpla su palabra y sea el “presidente de todos”, como prometió tras su última reelección.