NABI SALEH. Desde lo alto de Nabi Saleh un grupo de niños, sentados en sillas de plástico, observa el asentamiento vecino de Halamish. Sus casas grises e inacabadas y los caminos de tierra se convierten en modernos adosados de color blanco y carreteras perfectamente asfaltadas al otro lado de la colina. Con el brazo escayolado y al frente del grupo, Mohamed, de 11 años, grita a los soldados que custodian el acceso a este asentamiento en el que viven unas 1.500 colonos. Tiene una rama de olivo en la mano y la mueve con energía. Sus gritos de desesperación y su mirada de desesperación cuando un soldado trataba de arrestarle hace una semana se han convertido en una de las imágenes que mejor resumen la ocupación de Cisjordania. Su madre, Nariman, y su hermana, Ahed, volaron colina abajo para ayudarle a escapar y, a base de empujones y mordiscos, consiguieron que el soldado le soltara.

La casa de los Tamimi está muy cerca del lugar en el que cada viernes, desde hace seis años, la aldea de Nabi Saleh protesta contra la ocupación. Situada veinte kilómetros al norte de Ramala y con apenas 500 habitantes, la mayoría familiares, la localidad se echó al monte por primera vez en 2008 cuando los colonos robaron su manantial de agua. Desde entonces la aldea solo tiene agua doce horas por día y nadie puede acercarse a bañarse al lugar, como lo habían hecho durante décadas. Un año más tarde comenzaron a citarse los viernes, después de la oración, en la falda del valle desde la que se divisa Halamish, y nunca han faltado a su cita. Una historia de piedras, detenciones, botes de humo, pelotas de goma y muertos como Rushdie, tío del pequeño Mohamed. Los Tamimi graban cada manifestación y cuelgan las imágenes en su canal de YouTube, “hemos convertido las cámaras en armas contra la ocupación. Entre nuestras imágenes y la labor de los medios intentamos contrarrestar su maquinaria de propaganda. Israel controla a las grandes agencias mundiales y a los periódicos más famosos, han logrado que el mundo identifique a los palestinos con terroristas, pero nosotros vamos a cambiar esa imagen”, afirma Bassem, padre de Mohamed y principal líder de la resistencia popular. Ha pasado nueve años en la cárcel, en cuatro etapas distintas, y en la última semana el Ejército le ha vuelto a retener durante casi dos horas para “amenazarme e insultarme por el revuelvo levantado por las imágenes de mi hijo con el soldado, pero no me importa, seguiremos cada viernes hasta que acabe la ocupación”.

Últimos focos de resistencia popular
La determinación de Nabi Saleh es junto a la de Bil’in, población de Cisjordania que protesta contra el muro desde 2005, uno de los últimos focos de resistencia popular a la ocupación que Israel puso en marcha en 1967. Desde entonces, sin respetar las sentencias de la Justicia Internacional y las resoluciones de Naciones Unidas, los distintos gobiernos del estado judío, laboristas y conservadores, han potenciado la llegada de colonos al territorio que ellos llaman Judea y Samaria y donde en la actualidad hay casi 400.000 colonos en un centenar de asentamientos, según las últimas estadísticas del ministerio de Interior israelí. A ellos hay que sumar los 200.000 judíos que viven en la zona ocupada al este de Jerusalén.
En casa de los Tamimi viven pendientes de los teléfonos. Decenas de periodistas les llaman, aunque solo unos pocos se han desplazado hasta la aldea, y en las redes sociales se mezclan los mensajes de alabanza con las amenazas y burlas por parte de radicales judíos que les acusan de ser los reyes del “Palliwood”, palabra mezcla de Palestina y Hollywood con la que tratan de mostrar que todo es un montaje de cara a la opinión pública internacional. El salón principal lo preside una foto de Rushdie, miembro de la familia caído en choques con el Ejército en 2012, y entre mensaje y mensaje, llamada y llamada, Bassem y Nariman, que tiene problemas en una pierna a causa de un pelotazo recibido en una de las protestas mientras grababa,  atienden a todos los que pasan por allí. “No estamos cansados de prensa y, aunque la ocupación siga adelante, no hay que desanimarse. Debemos seguir y seguir y el trabajo de la prensa mantiene viva nuestra lucha”, confiesa el padre mientras muestra una imagen de la familia enviada de forma anónima y manipulada con Photoshop, en la que cada uno de ellos tiene morro de cerdo.

Los niños entran y salen. Mohamed no quiere hablar con la prensa, pero Ahed, de 14 años, explica que “hice todo lo que estaba en mi mano para que el soldado dejara a mi hermano y creo que cualquier hermana israelí habría hecho lo mismo en mi situación”. Ahed mordió al militar mientras su madre y una tía le zarandeaban y ahora la familia piensa el soldado ha presentado una denuncia contra ellos por “agresión”, aunque fuentes consultadas en el Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) confirmaron a este medio que no tienen constancia de que se haya presentado denuncia alguna por este caso. Tras el revuelo levantado por las imágenes las FDI emitieron un comunicado en el que hablaron de los “disturbios violentos” en Nabi Saleh en los que trataron de detener “a un joven que fue fotografiado e identificado como un lanzador de piedras”. Cuando el soldado quiso cumplir la orden de arresto “estalló una provocación violenta de palestinos, incluidos mujeres y niños, y debido a la violencia de los altercados, el soldado decidió abortar la detención”.

Además de la prensa internacional, medios israelíes también se acercan a Nabi Saleh. Bassem habla en un correcto inglés con los reporteros judíos que insisten una y otra vez en el motivo por el que los niños del pueblo, como Mohamed, toman parte en las protestas. “En la India los padres dan a los hijos pequeñas dosis de veneno desde que nacen para inmunizarles ante las picaduras que puedan sufrir en su vida. En Palestina llevamos a los menores a las manifestaciones para que conozcan lo antes posible el veneno de la ocupación, se hagan duros y aprendan a luchar”, afirma Bassem sin titubeos.

Tensión permanente
Las protestas son los viernes, pero los soldados hacen redadas en cualquier momento de la semana. Esta situación de tensión permanente hace que “muchos niños sufran pesadillas, ansiedad y mucho estrés. Los padres aseguran que reciben llamadas del Ejército en las que les alertan de que van a detener a sus hijos, sin dar una hora o día”… recoge en el informe ‘Mentes ocupadas’  Jumana Abu Oxa, psicóloga de Médicos Sin Fronteras que ha trabajado en la aldea.

Nabi Saleh es uno de los lugares que más muestras de solidaridad recibe por parte de los activistas internacionales que tratan de estar presentes cada viernes en la aldea para mostrar su apoyo a los Tamimi. Es el caso del español Manu Abu Carlos, de la organización Unadikum, para quien “los Tamimi son una familia heroica, que sufre una represión tremenda pero sigue luchando por la dignidad de su pueblo y que lo han pagado con mártires, prisioneros, heridos… Nariman ha grabado el asesinato de su hermano y se puede ver en el vídeo cómo pelea con el soldado que lo mató. Ahed lleva peleando con los ocupantes desde antes de que le salieran los dientes. Bassem ha sido encarcelado muchas veces… La rendición no es opción para ellos”.

Las patrullas del Ejército circulan por la carretera situada en la zona inferior del valle que comparten Nabi Saleh y Halamish. Desde lo alto los niños descargan su ira contra los uniformados. Pese a la distancia, no se confían demasiado y no bajan se acercan a la carretera. Las fotos de Mohamed en manos del soldado han llevado su lucha a las portadas de todo el mundo, pero saben que el camino que queda por delante es largo.