BELÉN. En medio de un Oriente Medio marcado por la violencia confesional y las banderas negras del grupo yihadista Estado Islámico (EI), que arrasa con seres humanos y patrimonio cultural, el brillo que emana de los mosaicos que han salido a la luz durante la rehabilitación de la Basílica de la Natividad de Belén son una llama de esperanza. Media docena de ángeles, cada uno de un tamaño del doble de un ser humano y con gestos dirigidos hacia el lugar donde, según la tradición, nació Jesús hace 2.000 años, devuelven a uno de los templos en uso más antiguos un aurea celestial que los peregrinos de todo el mundo podrán disfrutar dentro de muy poco. Una procesión de ángeles bizantinos que durante siglos fueron los encargados de señalar a los recién llegados el pesebre, donde tradicionalmente se cree que nació Jesús, y que recuperan su esplendor en pleno siglo XXI con sus tonos dorados, verdes, rosas… gracias al trabajo minucioso de  una veintena de profesionales italianos que trabajan y viven en la ciudad vieja de Belén desde hace dos años.

Desde marzo de 2013 la vida de estos profesionales italianos transcurre en el interior de una basílica que ha sobrevivido a quince terremotos, invasiones, incendios, disputas entre sus tres inquilinos (Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa Griega y la Iglesia Apostólica Armenia), y al encierro durante 39 días de 200 palestinos en 2002. Un proyecto de 18 millones de dólares (16,5 millones de euros al cambio) para los que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) ha logrado recaudar hasta el momento 10 (9,2 en euros) y trabaja de forma intensa para encontrar donantes que cubran la parte que falta para terminar de restaurar este templo declarado Patrimonio de Humanidad por la Unesco en 2012.

Giammarco Piacenti no oculta la emoción al hablar del “proyecto más importante de mi vida”. Este restaurador de la toscana, con experiencia en proyectos internacionales en Cuba, Rusia o China, presentó la empresa familiar que preside al concurso internacional para la rehabilitación de un templo que “por su valor simbólico para los cristianos del mundo es mucho más que un trabajo, es un orgullo y al mismo tiempo una gran responsabilidad”. Piacenti pertenece a la quinta generación de restauradores  y recuerda que nada más llegar “la prioridad fue el tejado, reparar la cubierta para cortar la filtración de agua que era la culpable de la ruina de los mosaicos”. Conseguida la madera adecuada, se puso la nueva cubierta, dejó de entrar agua y llegó el momento de la ocuparse de la decoración, puertas, columnas… “Nos queda como mínimo un año de trabajo. Todo transcurre dentro de los plazos marcados. No hemos cerrado un solo día las puertas, sabíamos que un lugar así no se podía cerrar. Así que avanzamos al ritmo de las ceremonias, cuando empiezan las misas paramos y no seguimos hasta que terminan”, señala Piacenti.

El equipo italiano cuenta también con la colaboración de profesionales palestinos como Ibrahim Abed Rabo, ingeniero, para quien “es un doble motivo de orgullo tomar parte en el proyecto por ser palestino y cristiano”. Su despacho es una mesa en la parte superior del templo al que se llega después de subir por cuatro pisos de andamios. El esqueleto metálico levantado por los restauradores impide al público ver la marcha de las obras, pero cuando uno escala hasta su última altura se topa con la procesión de ángeles y los profesionales, pincel en mano, colgando de las paredes trabajando piedra a piedra para devolverles todo su esplendor. “Es fantástico, único… no tengo calificativos para describir estos ángeles que hemos descubierto y que van a dejar al mundo boquiabierto”, asegura Rabo.

La primera edificación de este templo data del siglo IV después de Cristo, por orden del emperador romano Constantino I, pero desde el siglo II hay constancia de que Jesús nació en la gruta sobre la que se levanta la basílica. 2000 años después Belén se encuentra rodeada por el muro que construye Israel y Piacenti no olvida la cara del taxista del aeropuerto internacional de Ben Gurion, en Tel Aviv, cuando le pidió que le llevara a Belén. Son apenas 75 kilómetros, pero supone cruzar al territorio palestino y es una frontera en toda regla para la mayoría de israelíes. “Dentro del templo estamos aislados del conflicto, aquí trabajamos en turnos de 50 días seguidos y hasta el momento las autoridades de Israel han respetado todos los envíos de material que nos llegan desde el extranjero”, apunta Piacenti, que no oculta que acabada la Natividad le encantaría poder trabajar en el Santo Sepulcro de Jerusalén, que también precisa una rehabilitación urgente.

El conflicto entre israelíes y palestinos vive inmerso en una nueva oleada de violencia desde comienzos de octubre y Belén es parte de las protestas semanales contra la ocupación. Jóvenes cristianos y musulmanes lanzan piedras y cócteles molotov frente al muro de cemento que, por primera vez, ha logrado separar Jerusalén de Belén. Los peregrinos cancelan sus viajes por la situación de seguridad pese a las llamadas a la calma desde el ministerio de Turismo donde repiten que “nunca ha pasado nada a un extranjero que ha visitado Palestina, no hay más que repasar la hemeroteca”, según la ministra Rula Maya.

El reloj avanza y las obras de restauración de la Natividad también. En las próximas navidades ya no habrá andamios y los ángeles bizantinos volverán a mostrar a los miles de peregrinos el camino hacia el pesebre donde nació Jesús. Después de tantas guerras, desastres naturales e incendios, la ocupación tampoco logrará apagar la llama de un templo único.