La artillería de Al Assad no sabe si eres un fotógrafo freelance de 29 años o si te envía The Sunday Times y llevas treinta años cubriendo conflictos por el mundo. Mata y punto. Todos los que entran en la zona de fuego saben que tienen los mismos boletos, está en sus manos y en las de nadie más dar ese paso. Marie Colvin y otras primeras espadas lo dan y se la juegan en primera línea cuando podían estar perfectamente en la redacción escribiendo artículos de opinión y tirando de agenda para hacer ‘recortajes’ con los sucesos de Siria. Al final de mes iban a cobrar lo mismo. Al día siguiente de que su artículo saliera en papel terminaría envolviendo bocadillos o formando un pequeño pasillo sobre el que pisar cuando la señora de la limpieza friega el portal. Hoy es Siria, mañana será Irak. Porque el día después con los periódicos es tan democrático como la artillería de Al Assad, no importa que hayas publicado un foto de World Press Photo o una entrevista con Bin Laden.

Rémi Ochlik lo tenía todo por delante para ser alguien en este mundo de la información. Pertenecía a ese grupo de fotoperiodistas que llevaban años de rodaje, pero que explotaron en las revoluciones árabes. Un grupo con sed de trabajo, con hambre de fotografía. Ochlik sabía que tenía que dar un paso más para seguir en la parte delantera del pelotón donde hay cada vez más competencia, era consciente de que otros ya habían entrado y su material había dado la vuelta al mundo.

La información internacional es un lujo para un público minoritario, pero cuando un conflicto se internacionaliza y llega a cada casa en la hora del telediario las cosas pueden cambiar (no siempre, porque ya llevamos décadas comiendo con palestinos y cenando con africanos y todo sigue igual). Eso está pasando con Homs gracias al trabajo de la prensa internacional que entra con cuentagotas y, sobre todo, al periodismo ciudadano de gente como Rami Al Sayed, que también murió el miércoles, pero al que pocos dedicaron más de un párrafo en la información. Es el tercer nivel, el de los locales, esos sin los que es imposible trabajar en estos escenarios, pero que luego parecen invisibles. Imposible. El asedio de Bab Amr no hace distinciones, allí se mata por igual a todo aquel que esté dispuesto a coger un boleto y perderse en una de sus casas.