TEHERÁN. Viernes de oración, viernes de protesta. Miles de iraníes secundan el rezo en la Universidad de Teherán para rendir el último homenaje a Mostafa Ahmadi Roshan, el joven científico nuclear asesinado el miércoles cuando salía de su casa en Teherán. Las fotos de Mehdi con su hijo de cuatro años en brazos presiden la entrada al recinto en el que el ayatolá Kashani se encarga de dirigir la plegaria. “Los mártires son una lección para el resto de ciudadanos. Estados Unidos es consciente del despertar científico iraní y por eso trata de cortarnos las alas con estos asesinatos, pero no conseguirán nada”, asegura el clérigo ante una parroquia entregada donde destaca la fuerte presencia de policías y militares perfectamente uniformados en el centro del recinto. Cada vez que el ayatolá hace referencia al supuesto papel de los servicios de inteligencia de Estados Unidos e Israel en los asesinatos de los cuatro científicos nucleares que han muerto en Irán desde 2007 la gente levanta el brazo y grita “¡muerte a América, muerte a Israel”. Una respuesta mecánica que lleva resonando tres décadas en las mentes y corazones de los seguidores del régimen y que estos días en los que la república islámica vuelve a estar en el disparadero por su amenaza de cerrar el estrecho de Ormuz en caso de recibir sanciones contra su petróleo, cobra fuerza.
Kashani termina su alocución refiriéndose a las próximas elecciones y a la “necesidad de estar unidos porque las agencias extranjeras tienen muchos planes para hacerlas fracasar. Lo importante es el régimen por encima de individuos, el sistema islámico”. Un mensaje directo a Mahmoud Ahmadineyad por los problemas internos que ha ocasionado entre los sectores conservadores. Los clérigos de Qom no aceptan al presidente y no pierden oportunidad para atacarle en público y acusarle de “desviarse” de los principios revolucionarios. Pero hoy el protagonista no es el presidente, a punto de regresar de su gira por Latinoamérica, tampoco las elecciones parlamentarias del 2 de marzo, hoy todos esperan el final del rezo para celebrar el funeral público de Mostafa Ahmadi Roshan, el cuarto mártir de un programa nuclear que sigue adelante pese a las sanciones internacionales y los atentados y que desde el pasado domingo cuenta con una nueva planta de enriquecimiento de uranio blindada contra posibles ataques aéreos, según los dirigentes iraníes.
A la una en punto el féretro cubierto con la bandera nacional vuela entre las miles de manos que quieren acercarse a tocarlo en señal de respeto. Gritos, histeria, llanto y golpes en el pecho y cabezas. Es víspera de ‘arbaeen’, la fiesta chií que conmemora los cuarenta días de la muerte del Imam Husein en Kárbala (Irak) y este funeral es un anticipo de esa gran cita religiosa. Una marea humana sale de la universidad y colapsa la mítica calle Enqelab (revolución). De mano en mano la caja, a empujones y de milagro, llega entera hasta un camión negro decorado con fotos del científico y flores, que lleva un enorme altavoz desde el que vuelven a resonar con fuerza los gritos que llaman a la muerte de Estados Unidos, Israel y ahora también el Reino Unido. El camión abre la marcha fúnebre en la que los organizadores reparten fotografías del nuevo mártir. Junto a ellas aparecen carteles de Barack Obama con la estrella de David en su frente y la palabra ‘terrorista’. Otros carteles muestran al presidente de Estados Unidos acompañado de Angela Merkel, David Cameron y Nicolas Sarkozy bajo el lema “se busca, vivos o muertos”.“¡Extranjero, ven aquí!”, una mano me agarra del hombro en medio de la manifestación. “Di en tu país que nunca podréis con Irán, nadie podrá conquistarnos. Estamos dispuestos a dar hasta la última gota de sangre y por cada científico que asesinéis, saldrán otros diez de las universidades”. Se llama Abas Heidari, tiene 55 años y acude cada viernes al rezo, pero hoy lo hace de manera muy especial porque “estáis haciendo todo lo posible por destruirnos”. Una mujer cubierta por un chador (la tela negra con que las chiíes piadosas se cubren de la cabeza a los pies) que sigue la escena desde el otro lado de la valla –hombre y mujeres desfilan separados durante el primer tramo- se pone a gritar de forma histérica “¡asesinos, sois unos asesinos todos los extranjeros!”
En la plaza de la Revolución el camión se detiene y la madre del científico asesinado toma el micrófono para dirigirse a la masa, que poco a poco se ha ido dispersando y apenas cubre un lado de la gran rotonda. Una joven con una foto en la mano observa la escena desde la distancia. El retratado es el conductor del científico, Reza Qasqai, también muerto en el atentado del jueves junto a un viandante. Para el no hay gloria, ni funerales públicos, sólo el discreto adiós de la estudiante de 24 años, Afshane Sharshaband. “Soy familiar de Reza y también conocía a Mostafa. Sabíamos que trabajaba en el tema nuclear en Natanz, era una persona discreta y muy estudiosa, un ejemplo para todos los jóvenes estudiantes”, señala Afshane, que prefiere el silencio a los gritos que despiden al féretro y silencian las palabras de la madre que se desgañita sobre el camión.
Pasadas las dos la concentración se disuelve y el centro de Teherán recupera su cara habitual de un viernes tarde. “Le traicionaron, fue uno de los expertos que estuvo en contacto con el Organismo Internacional de la Energía Atómica y ahora está muerto, ¿no es extraño?”, pregunta al extranjero un estudiante que vuelve a casa con la foto de Mostafa Ahmadi Roshan en la mano. “¿Cómo vamos a colaborar con ellos si luego nos venden a la CIA y al Mosad?”, pregunta antes de subirse en un taxi y perderse por la interminable calle Talegani. La misma pregunta que se formulan los más fieles al régimen desde el atentado del jueves.