TEHERÁN. Salir de Teherán por el aeropuerto Imam Khomeini implica llegar al menos tres horas antes de la salida del vuelo. Los iraníes tienen un primer filtro de seguridad con una cola que se estira hasta donde alcanza la vista, después hay que facturar y por último pasar el control de pasaportes donde los agentes bostezan sin complejos. Una vez en la zona de embarque dos cafeterías con aire de Ikea hacen más amena la espera. Los cafés a 40.000 riales, con el cambio actual en el mercado negro unos dos euros, e Internet gratis a una velocidad aceptable (ya podían aprender en los aeropuertos europeos).

Las jóvenes iraníes que vuelan a Europa aflojan unos pañuelos que en pocas horas caerán de sus cabezas hasta que regresen a casa, un detalle que llama la atención en esta república islámica donde el uso del hyjab es obligatorio. A diferencia de lo que ocurre en otros países musulmanes, la iraní urbanita respeta el hyjab hasta que se monta en el avión (siempre que no se trate de un vuelo de Iran Air), después los pañuelos desaparecen.

Amsterdam, Frankfurt, Estambul, Minsk, Viena, Doha… el panel de salida está completo.
Entre los viajeros que van llegando es increíble el número de mujeres con la cara operada. Las operaciones de cirugía para corregir la nariz son las más comunes –el otro día un taxista paró el coche para preguntarme qué médico me había operado a mí-, otras parecen auténticos monstruos de cartón piedra.