ISLAMABAD. “Todas las madrasas de Pakistán siguen fuera del control del Gobierno”. Vakil Ahmed Khan es el encargado de dirigir la Junta de Educación en Madrasas, un organismo que pretende coordinar la actividad de las escuelas coránicas con los ministerios de Educación y de Asuntos Religiosos, pero que de momento no ha obtenido demasiados frutos. Estas instituciones están en el ojo del huracán porque desde Occidente se les acusa de ser escuelas de militantes y el propio presidente del país, Asif Zardari, afirmó la semana pasada que en la «guerra total» que el país libra contra los talibanes es necesario reformar el sistema educativo de estas escuelas coránicas para que los jóvenes sean «tolerantes y moderados». Unas declaraciones que no sentaron nada bien entre los responsables de un colectivo en el que estudian dos millones de jóvenes paquistaníes y que acusa al Gobierno de plegarse a las exigencias de intereses extranjeros.
Debido a la fuerte presión internacional, Pakistán puso en marcha un plan de reforma en diciembre de 2005 para controlar estos centros, pero de momento sólo ha logrado dos de los objetivos y no de forma completa. El gran caballo de batalla sigue siendo aunar los criterios para la educación religiosa, algo imposible de momento por la desconfianza absoluta entre las autoridades civiles y las religiosas, que echan en cara a las autoridades y a Estados Unidos el haber usado estas escuelas para fomentar el espíritu militante en los ochenta y así favorecer la yihad contra los soviéticos en Afganistán.
El segundo paso que intentaron las autoridades fue que la incorporación progresiva las asignaturas que se imparten en las escuelas públicas. Algunos centros como el Instituto de Ciencias Islámicas, situado en las afueras de Islamabad, han logrado combinar la enseñanza del Corán con la del resto de materias y desde hace tres años, algunos de sus 650 alumnos figuran siempre en la lista de los diez mejores expedientes del país. “Es perfectamente compatible, por ser más pobres, o por dedicar tres años a memorizar el Corán, no son menos inteligentes, lo que hace falta es que tengan medios a su alcance”, destaca el subdirector de este centro modelo, Mehbood Elahi.
Doble financiación
En el Instituto de Ciencias Islámicas los profesores no cobran desde hace tres meses. Como el resto de madrasas viven del dinero que les llega anualmente del zakat, el tributo que cada musulmán paga anualmente destinado a hospitales, organizaciones benéficas y escuelas islámicas, y de las donaciones privadas, pero no es suficiente. Sin embargo, “no aceptamos dinero del Gobierno porque si lo aceptamos, nos pedirá algo a cambio y no estamos dispuestos a renunciar a nuestra independencia religiosa hasta que nos demuestre ser un Gobierno responsable y que piensa en el pueblo. Que nadie se engañe, no hay reforma en marcha, sólo es propaganda para seguir recibiendo ayudas y quedarse con ellas”, afirma con rotundidad Mehbood Elahi.
Divididas por sectas, la mayoría en Pakistán son Deobandi, corriente del sunismo surgida en la localidad india de Deoband, y sólo responden ante la Wafaq ul Madaris de Multán, la federación de madrasas más importante del mundo. “Los extranjeros que quieran apoyar la reforma deben hablar directamente con nosotros, sin que medie la mano corrupta de las autoridades”, sugiere Mehbood Elahi.
Estados Unidos ha decidido triplicar su ayuda a Pakistán a cambio de que Islamabad se comprometa a apoyarle en su lucha contra el terrorismo. Vakil Ahmed Khan, que ya ha estado en 31 países intentando mejorar la imagen de estos centros, viajó recientemente a Washington para reunirse con los responsables del Departamento de Estado y pedirles “discreción en sus aportaciones a la ley de reforma. Si quieren enviar dinero, que lo hagan, pero que no lo hagan público porque de esta forma nadie lo aceptará”.