DAMASCO. Brazo y manos estiradas con la palma mirando al suelo. Suena el himno nacional y todos cantan con seriedad ante una foto enorme del presidente Bashar Al Assad que cubre por completo el edificio del Banco Central. Son apenas unos cientos, “pero los más fieles, auténticos soldados de Bashar por quien estamos dispuestos a todo”, afirma Noor, una joven vestida con pantalones vaqueros ajustados y una chaqueta de camuflaje. Lleva pintada en la cara la imagen del presidente e insiste en que se le fotografíe de ese lado. Desde el escenario un animador grita alabanzas por el líder que el público celebra aplaudiendo y bailando al ritmo de unos altavoces que no paran de emitir canciones patrióticas.

“Cada vez sale menos gente a la calle. Antes el régimen podía concentrar millones, ahora apenas cientos o como muchos unos pocos miles”, confiesa apenado un funcionario de la administración siria desde la barrera de control que ha colocado la Policía para evitar el paso de vehículos. Esta pérdida de músculo popular algunos la explican por el miedo provocado por los atentados suicidas que sufrió Damasco, pero la mayoría parece estar a la espera de que se resuelva el pulso de fuerzas internas que vive el país para saber quién será el ganador. “Somos miembros de un grupo que se llama Jóvenes Sirios por el Desarrollo y la Reforma (JSDR)”, comenta Arabiya Khaluf, encargado de una parte de esta organización cuyo objetivo es “proteger las mezquitas de la ciudad, nos situamos a las puertas de los templos para evitar sabotajes”. Asegura no cobrar por esta labor que hace “por amor a mi presidente y a mi país”.

Desde que empezaran las protestas en el país tanto el partido Baaz como su grupo de Juventudes Revolucionarias no han hecho apenas acto de presencia y son estas nuevas caras como el JSDR las que llevan el peso de la propaganda. Las calles están bajo el control de las fuerzas de seguridad regulares y de los ‘shabiha’, los ‘matones’ del régimen que van vestidos con ropa civil y no pierden oportunidad para mostrar su lealtad. La mayoría son inconfundibles por sus chaquetas de cuero negro y a ellos les corresponde la intimidación en barrios como Al Midan, Rokn Ad Dien, Al Qaboun o Barzah Al Balat donde la revuelta empieza a tener cada vez más adeptos.

En el escenario atruenan los himnos nacionalistas y la gente entra en éxtasis cada vez que suena el auténtico hit del momento: “Te quiero, Bashar”, del cantante Saber Gabro. Los jóvenes en corro bailan el ‘debka’ tradicional. Banderas de Siria y de Hizbolá al aire. “Esto es una ofensiva contra nuestro país por el apoyo que damos a la resistencia en Líbano y Palestina, nada más. Pero no podrán con nosotros, no toleraremos la injerencia extranjera”, defiende Ruba Saker, empresaria de la construcción de 35 años natural de Latakia que apoya las reformas propuestas por el presidente “porque son el único camino de sacar el país adelante. No se puede ceder a la presión de los terroristas y vamos a acabar con ellos”. Un aviso que se produce con la revuelta llamando a las puertas de la capital.

Final del acto. Dos Hummer de color negro y cristales tintados, decorados con banderas nacionales, irrumpen en el lugar y los niños se acercan para hacerse fotos ante unos coches que solo han visto por televisión y que conducen algunos de los militarizados miembros del JSDR. “Mañana tendremos otra fiesta en el monte Casium, te esperamos”, comenta al periodista el organizador del evento antes de perderse por las calles de una capital que de momento les pertenecen aunque todos sienten que el cerco se estrecha sobre Damasco.