Cae la noche en Kharie Qalan, la pequeña aldea del valle de Darrah i Bum donde se encuentra el puesto de combate (COP, por sus siglas en inglés) español ‘Hernán Cortés’, el más avanzado en la provincia afgana de Badghis. Suenan algunos disparos lejanos, pero los legionarios no se alteran. Parecen habituados. “Pueden ser los soldados afganos, no tienen equipos de visión nocturna y por la noche le tiran a todo lo que se mueve”, bromean algunos soldados que hacen cola para recoger su cena en el contenedor que hace las veces de cocina. Allí les espera la dama legionaria Claudia Cerritos –hay cinco mujeres en la COP- con un plato de sopa y un filete de emperador. Es su primera misión en Afganistán, país al que llegó “dos meses después que mi marido, Cristian, que es boliviano y se encuentra en el puesto de combate de Muqur entrenando al Ejército afgano. No nos vemos desde hace quince días pero hablamos a diario”. Su compañera en la cocina, Alejandra Chiriboga, vive una situación similar aunque en su caso el azar ha querido que su pareja, Geovani Zamora, esté en la misma base, “pero conduce ambulancias así que en cualquier momento puede rotar hacia otra posición española en la provincia. Verle a mi lado me da tranquilidad porque sé que se encuentra bien”. El trabajo está por encima del amor y aunque “se echa de menos la intimidad de la vida en pareja, sabemos distinguir entre la vida privada y el trabajo, venimos mentalizados y aquí solo somos compañeros, nada más”. Las relaciones sentimentales entre militares, como el tema de la situación de las mujeres o de la integración de los extranjeros “son temas superados, aunque lógicamente a cada uno le tira su tierra, aquí estamos para servir a España”, asegura Claudia, opinión compartida por Alejandra y Geovani que “pensamos seguir muchos años en la Legión porque nos han recibido con los brazos abiertos”.


Mientras algunos cenan en la tienda de campaña que hace las veces de comedor, otros aprovechan para acercarse a la tienda habilitada como locutorio. La vida en un puesto de combate se realiza siempre bajo techos de lona. “Estoy casado con una teniente de la Legión y somos padres de una niña de un año a la que aún no he visto caminar, pero al menos he podido escuchar sus primeras palabras gracias al Skype. Ya falta poco para abrazarla porque en un mes regreso a España. Internet ha cambiado las misiones y tiene un efecto muy positivo en nuestro estado psicológico. Antes la relación con la familia se limitaba a la correspondencia y a los diez minutos de teléfono cada tres días, ahora tenemos contacto diario y visual”, confiesa el sargento Sergio Sebastián, conocido por todos como “Grajo”. Forma parte del equipo de mentorización del Ejército afgano, uno de los trabajos clave en la nueva estrategia de la OTAN que intensifica esta preparación para acelerar la transferencia de la seguridad lo antes posible. Especialmente tras la petición del presidente Hamid Karzai al secretario de Defensa de Estados Unidos, Leon Panetta, de “retirar las fuerzas de las zonas rurales lo antes posible” como consecuencia de la matanza de Kandahar perpetrada por un militar estadounidense. España se ha adelantado a estas palabras del presidente afgano y la semana pasada ya retiró la placa del puesto de combate avanzado ‘Hernán Cortés’. “Hemos cumplido la misión y es el momento de dejar paso a las fuerzas afganas”, afirman los mandos cuando se les interroga por el que es el primer paso del repliegue final fijado para 2014.

Enemigo invisible
El cabo primero Alfonso Casero cumple su segunda misión en suelo afgano, la séptima a nivel internacional desde que decidió dejar el seminario y enrolarse en la Legión hace dieciséis años. La llegada de un convoy logístico desde Qala i Nao le ha obligado a habilitar la construcción de adobe que se utiliza para las reuniones con los notables del valle como dormitorio para sus compañeros. “La situación es peligrosa porque el enemigo puede ser cualquiera, no te puedes fiar de los afganos porque todos tienen una doble intención. Durante el día estamos nosotros, pero por la noche saben que los insurgentes vuelven y están siempre entre dos aguas”, es la fotografía que hace Casero para quien el futuro del valle tras el repliegue español, como el del resto del país, “es una incógnita”. Siete misiones desgastan y piensa que esta será la última porque “mi mujer ve que esta vida es demasiado absorbente y por temas familiares debo estar a su lado. La familia es lo que más se echa de menos en un trabajo en el que he sufrido artefactos explosivos improvisados, me ha tocado disparar en hostigamientos, pero gracias a Dios nunca he perdido un compañero”.

Noche cerrada y gélida. Los encargados de la vigilancia nocturna cogen sus pertrechos y se preparan para el relevo. Cada unidad busca refugio en su tienda porque aquí se toca diana a las cinco de la mañana. ‘Grajo’ retira de la litera su Barrett, el fusil de francotirador con el que sale cada día a patrullar. “Aunque soy un tirador selecto y estoy entrenado para acertar en blancos a 1.800 metros, no me gusta pegar tiros a seres humanos, creo que es algo que a nadie le gusta”, confiesa mientras sus compañeros se acomodan en los sacos. Algunos han fabricado soportes caseros para colgar los ordenadores portátiles y poder ver alguna película. Otros se cubren de cabeza a los pies y caen rendidos. En pocas horas volverán al trabajo cuyo fruto principal ha sido una burbuja de seguridad de seis kilómetros en todo el valle y cuya responsabilidad será en breve cosa de las fuerzas afganas.