GAZA. No se puede dar un paso. La morgue del hospital Al Shifa está colapsada. Familiares, amigos y vecinos de la familia Al Dalo quieren dar el último adiós a los diez miembros de la familia que perdieron la vida tras un ataque de Israel. Ocho cuerpos salen en volandas entre la multitud. Faltan dos que aún no han podido recuperarse entre los escombros después de una acción sobre la que Israel se ha limitado a decir que está “bajo investigación”. Todos los cadáveres menos uno van envueltos en la bandera verde de Hamás y se forma una larga comitiva para dar el último adiós a los caídos en la mezquita de Al Israa. El templo se queda pequeño y miles de personas se colocan por filas de forma ordenada en la carretera para escuchar un sermón en el que el Imán promete venganza, y rezar. Después salen de nuevo los cuerpos y se organiza una marcha hasta el cementerio de Radwan al ritmo de canciones que alaban las acciones de las Brigadas de Azedin Al Kassem, brazo armado de Hamás, y disparos al aire.

“Esto no va a cambiar nada, ni servirá para detener la agresión. No es la primera vez que Israel comete una matanza de civiles”, lamenta Zakaria Al Dalo, miembro de la familia que ha sufrido la operación más mortífera hasta el momento de las fuerzas judías. El diario Haaretz la califica como el ‘Qana’ de la operación Pilar Defensivo, en referencia al ataque israelí contra una vivienda en esta localidad del sur del Líbano en 2006 que supuso un punto de inflexión en la guerra contra Hizbolá tras la muerte de 28 miembros de una familia. Los enterradores se emplean a fondo y son ayudados por los familiares más cercanos que cubren los cadáveres echando tierra con sus propias manos. La falta de espacio en el cementerio les obliga a repartirlos en tres fosas comunes. De pronto cuatro cohetes surcan el cielo rumbo a Israel y dejan sus estelas a lo lejos. La gente ni se inmuta. Los presentes rodean a Yamal Al Dalo, el cabeza de familia que se salvó porque se encontraba en su comercio del centro de la ciudad, y acuden a escuchar las palabras de Mushir Al Masri, parlamentario del grupo fundamentalista que por unos minutos abandonó su escondite para mostrar el apoyo de la organización a los Al Dalo y reafirmar el “compromiso de la resistencia en la lucha hasta el final”.

En el cementerio Radwan se viven las mismas escenas desde hace seis días. Todo empezó el pasado miércoles con el asesinato de Ahmed Al Jabari, líder del brazo armado de Hamás, que descansa bajo un pequeño y anónimo montículo de arena. Pese a la falta de placas o referencias a la persona allí enterrada la gente sabe perfectamente donde se encuentra. Con este ataque se quebró del todo la tregua entre Israel y Hamás y empezó una guerra que cumple una semana y ha costado la vida a un centenar de palestinos y a tres israelíes, la mayor parte de ellos civiles.

Después del cementerio la gente se concentra en el velatorio instalado frente a las ruinas de la casa. Mientras las excavadoras siguen por segundo día con las labores de desescombro, los hombres beben café bajo el zumbido permanente de los aviones no tripulados. Los ciudadanos de la franja se han acostumbrado a vivir con el miedo metido en el cuerpo, saben que la lista de Israel es amplia y que como la de los Al Dalo, mañana le podría tocar a otra casa.

Rosario de heridos
Mientras Gaza llora a sus muertos, en el hospital de Al Shifa los heridos de los últimos bombardeos luchan por salir adelante. “Israel intensifica sus operaciones durante la noche. No estaba dormido porque aquí es imposible dormir con tantas explosiones. De pronto escuché una y me vi enterrado en los escombros de mi casa, no me dio tiempo de nada”, recuerda Osman, herrero de 55 años que ha perdido a su mujer en este ataque. El objetivo era la comisaría de Al Abbas, que estaba pared con pared con su casa, y que ha quedado reducida a escombros. Hay seis heridos en cada habitación separados por cortinas de color dorado. Los enfermeros cierran la cortina de Osman porque acaba de llegar su hija Roshan, de ocho años, a la que su padre le va a comunicar que su madre ha muerto. Awad, de 22 años, se recupera en otra cama. En su caso “Israel avisó de que iba a bombardear una casa, pero nuestra tienda de neumáticos está a apenas cien metros y tras la explosión salió despedido y se rompió siete costillas”, asegura su padre que no se separa un segundo del joven que duerme con la cara amoratada.

En el servicio de urgencia los enfermeros y médicos hacen guardia a las puertas a la espera de ambulancias. Las paredes están decoradas con fotografías del Ahmed Al Jabari, que ha pasado a formar parte de los rostros de “grandes mártires” de la causa palestina. Una fuerte explosión hace retumbar los cristales de acceso al centro hospitalario. Todos se ponen en guardia porque saben que no tardarán en sonar las sirenas y será el momento de ponerse manos a la obra. En una franja paralizada por la guerra, sanitarios y enterradores son los más ocupados desde hace una semana.