DAMASCO. Ali, nombre ficticio porque el protagonista quiere guardar el anonimato, ha vuelto a nacer. Hace menos de una semana de su liberación tras cinco días en manos del Frente Al Nusra, grupo próximo a Al Qaeda que opera en Siria. Una treintena de hombres rodearon su casa en Drusha, a unos 20 km de Damasco en la carretera de Qneitra, y le detuvieron bajo la acusación de “tener una estrecha relación con Maher Al Assad (hermano del presidente)”, recuerda sentado en el despacho de un empresario amigo suyo en el centro de la capital. Al vigilante de su casa le metieron cinco balazos en las piernas, se llevaron su coche y saquearon la propiedad. Tras ponerle una capucha le llevaron a una casa en la que comenzaron a interrogarle. Cada día le movían de un lugar a otro y ante la falta de respuestas comenzaron a torturarle. Ante la falta de evidencias de su presunta vinculación con la familia del presidente –unas fotos en su teléfono y en su portátil fueron todas las pruebas que tenían en su contra- le llevaron finalmente ante el Consejo de Sharia de Drusha. Este tipo de consejos funcionan también en otras como Duma, en las afueras de la capital.

Un miembro de un Comité Popular muestra las fotos de la familia Assad. (M.A)

“Has tenido suerte porque Abul Kakaa (emir de origen yemení) ha ido al Golán, de lo contrario ya estarías muerto”, recuerda Ali que le espetaron nada más entrar en la sala. Con una venda sobre los ojos no pudo ver al juez, pero “el acento era jordano, estoy seguro”. Le declararon inocente y llamaron a su amigo Anas, empresario de Damasco, al que le comunicaron que en 24 horas Ali estaría libre. Al poco rato una nueva llamada comunicó a Anas la fórmula de la entrega. “Si pagas 10.000 dólares lo liberamos a las 11 de la mañana, si no has llegado para las dos de la tarde el precio será de 20.000 y a las seis de la tarde 30.000. Si a esa hora no has pagado a las 8 en punto te enviaremos su cabeza”, es el mensaje que recibió Anas que rápidamente juntó el dinero y buscó un intermediario para poder llevarlo al lugar indicado a las 11 de la mañana. El intercambio se produjo sin problemas y el preso fue liberado según lo pactado.

“Tras el juicio me entregaron a otro grupo de gente, no eran los mismos que me habían retenido durante los días anteriores. Pero recuerdo pocas cosas, estaba muy cansado”, asegura Ali, que pese a esta experiencia no tiene intención de abandonar el país. Los secuestros se han convertido en unas de las peores pesadillas para los sirios. “La gran mayoría son actos criminales y se realizan para sacar dinero”, afirman desde el ministerio de Reconciliación Nacional que trata de ayudar a las familias en las labores de mediación. Pero también hay secuestros por motivos políticos y sectarios en los que en lugar de dinero lo que buscan ambos bandos es el intercambio de presos.

Esta oleada de secuestros es especialmente preocupante en estos momentos en Sweida, al sur del país. Esta provincia de mayoría drusa (secta minoritaria del Islam) está enfrentada a la vecina Deraa en la que el Frente Al Nusra ha capturado a 56 personas. Los líderes de ambas comunidades negocian para que todo acabe bien, pero hay temor de que esto sea el desencadenante de un enfrentamiento armado entre provincias, lo último que faltaba en Siria.