EL CAIRO. Una Embajada no se asalta por causalidad y menos en Teherán donde muy cosas se escapan a los ojos y oídos del régimen. La cúpula de la república islámica vive una lucha interna de poder que mantiene enfrentados desde hace meses al presidente Mahmoud Ahmadineyad y al Líder Supremo, Alí Jamenei. Tras la cortina de humo del programa nuclear muestran al mundo una imagen de unidad que cuando llega a la política doméstica salta por los aires. El pulso por el poder en Irán es la lucha por la supervivencia de una revolución que 32 después da serias muestras de agotamiento. En ese pulso resulta básico sacar músculo ante el enemigo occidental, aunque esto conlleve unas sanciones que hacen cada día más complicada la vida de los iraníes de a pie. El “gran satán”, como denominaba Jomeini a Estados Unidos, adquiere estos días nacionalidad británica y es el objetivo de las iras de un parlamento en manos de sectores ultraconservadores fieles al Gran Líder.

 

Jóvenes basij rezan ante la tumba con los restos de mártires de la guerra con Irak. (M.A)

La auténtica arma atómica iraní no necesita cohetes, se llama ‘basij’, el cuerpo de voluntarios fieles a los principios de la revolución que durante la guerra con Irak desafiaron al miedo en operaciones suicidas atravesando a pie campos de minas, en 2009 sofocaron las revueltas reformistas que hicieron tambalear al régimen y ayer tomaron por la fuerza la legación del Reino Unido. A cara descubierta, orgullosos de cumplir con un guión escrito desde muy arriba, hicieron realidad el mensaje de un régimen que cuando más presionado se siente, más duro responde. La economía iraní sufre a crisis internacional y el terremoto causado por las sanciones internacionales, una bomba que le toca gestionar al presidente y a su debilitado gobierno. El Gran Líder sólo responde ante Dios.