TEHERÁN. Teherán se ha convertido en las últimas horas en una especie de gran urna en la que los ciudadanos cobran forma de papeleta y los dos grandes líderes de estos comicios les han ordenado tomar las calles en un pulso que no se resolverá hasta el viernes. Aunque fueran cuatro los candidatos aprobados por el Consejo de Guardianes, sólo dos rostros aparecen en las paredes de la capital y sólo sus nombres suenan con fuerza: Mahmoud Ahmadineyad y Mir-Husein Musavi. El más puro debate entre conservadores y reformistas cobra de nuevo un interés máximo en la república islámica y la implicación ciudadana en la campaña invita a pensar en una alta participación, el gran objetivo de los dirigentes islámicos para mostrar al mundo la legitimidad de su sistema.

“¡Síguenos, no te separes un centímetro!” Dos jóvenes basiyies –voluntarios revolucionarios- se abren paso a golpes y empujones entre la multitud llevando en volandas a este enviado especial. El objetivo es alcanzar el escenario desde el que Mahmoud Ahmadineyad ofrece su último gran discurso, “¡el mundo debe conocer la verdad!”, me gritan una y otra vez. Gente venida de todo el país espera el momento y colapsa la enorme e inacabada mezquita de Mosala, en el centro de Teherán. Imposible avanzar. Desmayos, excitación máxima, banderas nacionales, y enseñas de los que llaman “hermanos” de Hizbolá y Hamás, es la recta final de la campaña electoral y es el momento de sacar toda la artillería en la capital. “¡Ahmadi, Ahmadi, estamos contigo!” repite la multitud ante la última gran cita de la campaña del dirigente ultraconservador.

Según se llega a las entrañas del gentío el mitin se va transformando en una especie de ceremonia de ashura. Las mujeres miran desde un balcón situado en la parte posterior, y los hombres forman círculos y se golpean los pechos emulando el sinezadan, la costumbre religiosa chií que consiste en pegarse en el pecho con las palmas de la mano en señal de duelo.

Tras una larga hora el “Doctor”, calificativo que sus seguidores usan con el dirigente fundamentalista, sigue sin salir y los organizadores anuncian que “debido a motivos de seguridad de los asistentes” se cancela el esperado discurso que es sustituido por unos videos. Tras el desconcierto inicial, la mezquita estalla en gritos y aplausos. Sus palabras no hacen más que calentar aun más el ánimo de una masa humana absolutamente entregada.

Ciudad colapsada
La marea roja, verde y blanca –los seguidores de Ahmadineyad han elegido la bandera nacional como símbolo- abandona el mitin a media tarde y en la principal calle de la capital les esperan los rivales de la “ola verde” de Mousavi, que hoy tomarán el relevo en Mosala y ayer lograron unir toda la mítica calle Valiasr formando una cadena humana de una veintena de kilómetros desde el norte de la ciudad, en la plaza de Tajrish, hasta la estación de ferrocarril de Rahahan. El choque es inevitable. Los gritos de los encuentros de los primeros días han dado paso en las últimas horas a encontronazos y algunas peleas. 46 millones de iraníes están llamados a las urnas y el viernes se conocerá cuál de los dos iranes dirigirá el Gobierno en los próximos cuatro años: el reformista o el fundamentalista. Hasta entonces, Teherán vive divida.