GAZA. Cuando empiezan los bombardeos es Mais quien se encarga de tranquilizar a sus primos más pequeños. Viene de Beit Hanun, una de las zonas más castigadas por Israel, y con cuatro años de vida afronta su segunda ofensiva. Las bombas suenan mucho más duras cuando se vive en una torre de once pisos en la que habitualmente hay 44 familias, pero que tras un ataque selectivo de Israel al vecino del noveno se ha quedado con solo cuatro pisos habitados. Mais y sus hermanos llegaron de la mano de su madre a la casa del abuelo Ahmed. Huían de las bombas, pero aquí les esperaba más de lo mismo. “Escapar, escapar y escapar. Llevamos toda la vida huyendo. En 1948 a mis padres les expulsaron de Yafa y les enviaron a Gaza y ahora tampoco nos quieren aquí”, reflexiona Ahmed Al Masri en voz alta. Este funcionario de 62 años no ha salido del piso pese al ataque israelí a su vecino porque “te pueden bombardear en cualquier lugar. Esta casa es fuerte y yo también, aquí me quedo y aquí he traído a los míos”, dice el abuelo, sentado en el salón y rodeado de su esposa, hijos y nietos, en total son catorce personas.

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La torre de los Al Masri tiene un aspecto fantasmagórico. Masi y sus primos suben y bajan escaleras descalzos. El portal está lleno de cristales y cascotes de cemento que llovieron tras los impactos. No hay electricidad, ni agua corriente. Dos disparos de artillería israelíes mataron a Mohamed Abu Zanuna y el portero del edificio, Mazen Hadad, está seguro de que “fue un error, ese hombre no tenía relación alguna con las milicias o la política”. Mazen sufrió heridas en la cabeza y asegura que “no avisaron, eso lo hacían al comienzo, ahora disparan directamente”.

Israel ha atacado más de mil casas particulares desde el inicio de la ofensiva. En algunos casos el Ejército llama por teléfono antes de disparar y da cinco minutos a la gente para evacuar, en otros lanza cohetes de aviso, pero en la mayoría ataca directamente y familias enteras han perdido la vida. El Ejército ha marcado como ‘zona roja’ los primeros tres kilómetros a partir de la frontera lo que ha obligado a cientos de miles de personas a huir. Los colegios de la ONU están desbordados y, como se vio en Beit Hanun, no son del todo seguros, los centros cristianos también han abierto sus puertas… “lo primero es intentar buscar familiares, después se valoran el resto de opciones, pero con los colegios llenos la gente se mete en oficinas, en tiendas… donde sea”, señala Ali Sawafiri a los pies de una torre de oficinas de la céntrica Omar El Mujtar atacada por Israel. Al menos trece personas murieron en el ataque, “todos eran desplazados de Shejaiya que llegaron al centro en busca de un lugar seguro y encontraron la muerte”, denuncia Sawafiri, que regenta un taller mecánico en el portal vecino a la torre alcanzada por los F16.

Gritos de aviso

Cuesta encontrar una calle sin un edificio derrumbado por las bombas. Los niños juegan entre los escombros y ya ni se giran cuando pasan las ambulancias volando con las sirenas a tope. Raed Nasser tuvo que dejar su casa después de que Israel llamara a su vecino para informarle de que era un objetivo. ¿Cómo avisa uno al vecindario de que un misil está a punto de caer? “A grito limpio, cuando empezaron los gritos salimos corriendo y no volvimos hasta pasados dos días porque a veces repiten el ataque”, señala Raed mientras muestra los desperfectos ocasionados por el impacto en el edificio contiguo.

Como la familia Mais, que ha encontrado refugio en casa del abuelo Ahmed, en la casa de los Nassar se han juntado 16 miembros de la familia. Desde el balcón miran al edificio vecino, reducido a piedras, polvo y hierros, y saben que el próximo puede ser el suyo. Viven día a día y “tampoco vemos una tregua como algo salvador porque tarde o temprano Israel volverá a atacar, seguro”, concluye Raed.

*Publicado en los diarios de Vocento el 25-07-2014