Oriente Medio no es una parte del mundo de la que salgan buenas noticias a diario, por eso la firma de un acuerdo entre dos enemigos históricos como Estados Unidos e Irán, con consecuencias directas en el equilibrio de toda la región, se percibe con una mezcla de alegría, escepticismo e incredulidad. Barack Obama trata de convencer a sus aliados árabes en Oriente Medio de que “el mundo es más seguro” después del principio de acuerdo nuclear alcanzado el jueves con Irán, pero sus palabras no sirven para calmar el miedo a la expansión del gigante chií en la región. El último ejemplo de esta amenaza es Yemen, donde la minoría zaidí (secta derivada del chiismo) a la que pertenecen los hutíes ha logrado expulsar al presidente del país y se enfrenta a una alianza de países árabes suníes liderados por Arabia Saudí. Después de 35 años de antipatía, Washington da un paso más en su acercamiento a Teherán. Un giro radical respecto a la política lanzada por su antecesor, George Bush, que tras el 11-S lanzó una “guerra contra el terror”, incluyó a los iraníes en el “eje del mal” y lanzó dos invasiones en Afganistán e Irak que han terminado con los dos países destrozados, miles de muertos y refugiados y una región dinamitada por las diferencias sectarias. A falta de dos años para el final de su mandato, el premio Nobel de la Paz de 2009 (galardón obtenido “por sus esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos” y por su «visión de un mundo sin armas nucleares”, según el jurado) no quiere seguir los pasos de Bush y, como reflexionaba en voz alta su secretario de Estado en Lausana durante las negociaciones, John Kerry, piensa que es mejor firmar un acuerdo que ir a una guerra de consecuencias impredecibles tal.

 

Los dos iranes

El ministro de Exteriores de Irán y jefe negociador, Javad Zarif, fue recibido como un héroe en la capital. Las calles se llenaron de jóvenes que alabaron un acuerdo que supone el levantamiento de una sanciones que desde 2005 ahogan a la república islámica. Los castigos impuestos por la comunidad internacional no han logrado congelar el programa atómico, como exige Israel, y los científicos ha conseguido pese a las restricciones completar el ciclo nuclear. Las sanciones, eso sí, han obligado a los ayatolás a sentarse en la mesa de negociación y acceder a limitar sus capacidades bajo estrictas medidas de seguimiento de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA). La desconfianza de tres décadas no se puede recuperar en quince meses de negociación, pero al menos parece que ahora se van a buscar pruebas concluyentes de que Irán persigue la bomba antes de lanzar una operación armada, una lección aprendida de la invasión iraquí de 2003, basada en la amenaza de unas armas de destrucción masivas que no existían.

El triunfo que celebra el Irán moderado, el que votó por Hasán Rohani en las últimas elecciones que le dieron la victoria, se enfrenta al sector más radical del régimen que habla de “debilidad” por parte de los negociadores. Hosein Shariatmadari, asesor del Líder Supremo Ayatola Alí Jamenei y director del diario fundamentalista Kayhan, lamentó que su país ha perdido su “capacidad de liderar una carrera” con un acuerdo que le deja “con un freno roto”. Pese al malestar de la parte fundamentalista, la que sigue gritando “muerte a Estados Unidos” y califica a Washington de ‘Gran Satán’, el pacto tiene la bendición del Líder Supremo y los negociadores recibieron la felicitación pública del ayatolá Kashani, el clérigo encargado de dirigir la oración de este viernes, en un discurso que es la voz del Guía. Mientras que el 5+1, grupo formado por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania, ha insistido en la letra pequeña y en el número de centrifugadoras a recortar, el ayatolá Alí Jamenei ha jugado desde el inicio una partida de macropolítica basada en la exigencia de que Irán fuera tratado de igual a igual, y lo ha conseguido.

Israel, único país con armas atómicas

La voz más crítica con el pacto es la de Israel. El primer ministro en funciones, Benyamin Netanyahu, convocó de urgencia al gabinete de seguridad y tras la reunión exigió que Irán “reconozca la existencia” del estado judío como condición previa al acuerdo definitivo que se pretende firmar el 30 de junio. El pacto supone “una amenaza para la existencia de Israel”, según Netanyahu, pero hasta el momento nunca ha podido aportar pruebas sobre los supuestos planes bélicos que ven en el programa iraní más allá de un dibujo que mostró en la Asamblea General de la ONU en 2012 que provocó bromas a nivel mundial. Tampoco los todopoderosos servicios de inteligencia israelíes, como los estadounidenses y británicos, han sido capaces de mostrar al mundo los supuestos planes de construcción de armas atómicas por parte de los iraníes de los que habla Netanyahu.

El pacto alcanzado con la república islámica podría tener una duración final de quince años y los iraníes están interesados en reabrir el debate sobre la declaración de la región como una “zona libre de armas nucleares”, tal y como pidió la ONU en una resolución de diciembre. Israel es el único país de Oriente Medio que no es miembro del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, y el organismo internacional insta al estado judío a “ingresar en el tratado lo antes posible, a no desarrollar, y a no producir, probar o adquirir armas nucleares”. El arsenal atómico judío es un tema secreto y sus instalaciones están fuera del control de los inspectores internacionales. Ahora su mayor temor es que los iraníes sigan los mismos pasos en el futuro próximo y consigan armarse con un arsenal de las mismas características.

*Artículo publicado en los diarios de Vocento el 05-04-2015