RAMALA. Farhan lee la última carta que le ha enviado su hijo, Shady. Ha leído mil veces las líneas que le dedica el pequeño, de 12 años, en las que le cuenta sus progresos en la memorización del Corán y lo que echa de menos su vida en Jerusalén. Shaady Farrah está encerrado desde diciembre en un centro penitenciario para menores al norte de Israel. Le detuvieron cerca de la estación de autobuses del este de la Ciudad Santa cuando iba con su amigo Ahmed Zaatari. La Policía les dio el alto, les pidió la documentación y registró sus mochilas. Ahmed llevaba un cuchillo y los dos fueron detenidos inmediatamente por unas fuerzas de seguridad en alerta desde que en octubre estallara la bautizada como “intifada de los cuchillos”. Los ataques palestinos han costado desde entonces la vida al menos a 36 israelíes y a 3 extranjeros, y al menos 225 palestinos han sido abatidos por las fuerzas de seguridad, dos tercios de ellos atacantes o supuestos atacantes y el resto en disturbios. Esta situación ha llevado a Israel a aprobar la nueva “Ley de Juventud” que le permite encarcelar a los menores de 14 años que hayan cometido delitos de «terrorismo».
Un enorme cartel del Club de Presos de Jerusalén Este decora la entrada a la casa de la familia Farrah. Los cuatro hermanos de Shaady juegan ante la foto del que se ha convertido en el preso palestino más joven en manos de Israel. La madre recela de los medios de información, sobre todo de los palestinos, ya que “no quiero que muestren a mi hijo como a un héroe, es solo un niño y lo quiero de vuelta en casa para que tenga una niñez normal. Somos una familia apolítica, no estoy orgullosa de que esté en la cárcel porque no ha hecho nada, no quiero ser la madre de un preso, ni la madre de un mártir, quiero ser la madre de Shaady, soy patriota de mi familia, nada más”, exclama con una mezcla de enfado y rabia por la manipulación mediática que piensa están realizando los medios locales de la situación. “Por supuesto que el origen de todo está en la ocupación y en la brutalidad de las fuerzas de seguridad de Israel, pero nuestros medios muestran a los que cometen ataques como héroes y eso se les queda grabado a los más pequeños”.
Más que hablar, la mujer se desahoga. Sujeta en sus manos una fotografía enmarcada de Shaady cuando tenía un año. Su hijo menor no para de golpear la puerta con el pie y lanza sus juguetes al suelo para hacer ruido. “No soporta las visitas. La gente empezó a venir cuando detuvieron a Shaady y no lo supera. Esta situación afecta a toda la familia y a todos los amigos de la escuela. Israel lo hace para presionar a los palestinos desde muy jóvenes para que no se levanten contra la ocupación, pero va a obtener el resultado contrario porque esto aumenta el odio y las ganas de venganza”. Cada semana la familia tiene derecho a una visita y a dos llamadas telefónicas de diez minutos. Shaady está en Tamra, al norte del país, y “el viaje es demasiado caro para nuestras posibilidades, así que solo vamos cada dos semanas”, lamenta la madre, que dice que no recibe apoyo de ninguna organización, local o internacional y que solo confía en el Club de Presos de Jerusalén Este.
Club de Presos
Amjad Abu Asab dirige el Club de Presos desde hace siete años. Se trata de una actividad voluntaria que compagina con su trabajo como administrador de un hospital. Israel cerró en 2001 sus oficinas y desde entonces trabajan en la calle y celebran sus reuniones de casa en casa. Abu Asab, que tiene un hermano encerrado, repasa los últimos datos en su ordenador y eleva a 530 el número de presos de Jerusalén Este, de ellos 110 son menores de edad, de los que diez no han cumplido 14 años. “La Policía puede arrestar a menores de 14 años y les aplica el mismo protocolo que a cualquier otro detenido, sin ninguna diferencia pese a la edad. Un protocolo de incomunicación y malos tratos para aterrorizar al pequeño y lograr la confesión que busquen en cada caso”, asegura Abu Asad, que denuncia que durante los primeros interrogatorios los pequeños “son golpeados, se les priva de comida, no se les permite descansar, les realizan amenazas sexuales…” Malos tratos corroborados por los testimonios obtenidos por organizaciones de derechos humanos como B’tselem o Defense for Children International Palestine (DCIP).
El número de menores palestinos encarcelados alcanza los 450 en Israel y de ellos 110 son de Jerusalén Este, “lo que demuestra que el foco de los israelíes está en la Ciudad Santa”, según Abu Asab, quien es padre de tres hijos de 13, 11 y 3 años y sufre “por el clima de violencia en el que crecen por culpa de la ocupación”. En la Ciudad Santa los palestinos no cuentan con un estatus de ciudadanía plena, pero sí de residencia, lo que les da derecho a disfrutar de beneficios sociales y ciertas garantías jurídicas que no tienen los de Gaza y Cisjordania. Desde el Club de Presos alertan del grave reto al que se enfrentan con la rehabilitación de estos niños cuando son puesto en libertad y lamentan “la ausencia total de apoyo de grandes organizaciones como UNICEF (Fondo para Infancia de Naciones Unidas)”, de las que no han recibido información alguna desde la aprobación de la nueva Ley de Juventud israelí.
En UNICEF España lamentaron que “no nos va a ser posible ofrecer un portavoz para que hable de este tema. Son fechas complicadas con bastantes Child Alerts sobre Yemen, refugiados…” y ante las preguntas de este medio sobre la nueva ley israelí se limitaron a enviar la visión general de la organización: “Las normas sobre el tratamiento de los niños en conflicto con la ley se establecen en la Convención de los Derechos del Niño (CDN), que Israel ha ratificado. Esto incluye asegurar que los niños sólo son arrestados como último recurso; que permanecen detenidos el menor tiempo posible; que durante su detención los niños y las niñas deben estar separados de la población adulta y mantener contacto regular con los miembros de su familia; y que reciban con rapidez asistencia legal y cualquier otra asistencia apropiada”. En la oficina del mismo organismo en Jerusalén sí atendieron las preguntas, pero “la información sobre esta ley la hemos remitido a nuestro Secretario General y, de momento, no tenemos un posicionamiento público al respecto”. Dicho esto, se remitieron a la misma visión general sobre las detenciones de menores y mostraron su “preocupación” por el hecho de que Israel reduzca de 14 a 12 años la edad penal, algo que ya se aplicaba, sin embargo, en Cisjordania. A la espera de nuevos informes, en un estudio sobre la situación en Tierra santa publicado en 2013, UNICEF recogió que “los abusos que sufren los niños que entran en contacto con el sistema de detención militar parecen ser generalizados, sistemáticos e institucionalizados”.
Menores de Jerusalén Este
El Artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que Israel ratificó en 1991, establece que los procedimientos judiciales deben tener en cuenta la edad de los acusados menores de edad y “la importancia de estimular su readaptación social”. La Convención sobre los Derechos del Niño, que Israel también ratificó en 1991, amplía este requisito e instruye a los Estados a garantizar que los niños “no estén obligados (…) a declararse culpables”.
La llamada “intifada de los cuchillos” ha endurecido la situación para los menores de Jerusalén Este, pero en Cisjordania desde 1967 rige la ley marcial y los menores comparecen ante juzgados militares, lo que vulnera la Convención de Derechos del Niño. Estos tratados internacionales no fueron obstáculo para los parlamentarios de Israel aprobaran a comienzos de agosto una “ley que nació de la necesidad» porque “hemos sido testigos de una ola de terrorismo desde hace algún tiempo. La sociedad está autorizada a protegerse. Para aquellos asesinados con un cuchillo en el corazón no importa si el menor tiene 12 o 15″, según argumentó la diputada del Likud, Anat Berko, impulsora del nuevo texto. Este medio contactó a lo largo de la semana con la diputada para intentar obtener su valoración de las primeras semanas de la ley en vigor, pero no recibió respuesta alguna antes de la publicación de este reportaje.
Shaady empieza un nuevo curso escolar en el centro de internamiento de Tamra, desde el que probablemente pasará, cuando cumpla los 14 años, a una prisión juvenil. Su madre, Farhan, habla del pequeño en pasado. “Le gustaba bailar”, “era bueno en las artes marciales”, “estudiaba mucho”… Habla mientras saca su ropa del armario, se la lleva a la nariz y la huele con fuerza. Suspira. Uno de sus hijos le trae un retrato de Shaady que la madre coloca con cuidado sobre la cabecera de su camita. A sus hijos pequeños no les ha contado la verdad y les dice que está estudiando fuera de casa para una larga temporada, pero habla en pasado porque siente que “lo he perdido para siempre. Tengo la esperanza de que algún día saldrá, porque no hizo nada, no mató a nadie, ni tenía intención de hacerlo, pero el Shaady que salga, no será el mismo que se llevaron. Nunca puede ser ya el mismo”.