DAMASCO. El primer efecto en Damasco del retraso temporal del ataque de Estados Unidos y la decisión del Gobierno sirio de aceptar poner su arsenal químico bajo el control de la comunidad internacional ha sido la desaparición de las colas frente a las panaderías. “Siempre que se eleva la tensión ocurre lo mismo, la gente acude en masa a aprovisionarse de pan. Ahora no hay apenas clientes porque se están comiendo lo que almacenaron la semana pasada”, bromea Mohamed Al Khatib, responsable desde hace 27 años de la panificadora de Mezze, una de las seis más grandes de la capital. Tras 29 meses la economía de guerra asfixia a los ciudadanos de a pie que ven como los precios de los alimentos y combustibles se han disparado, “todo menos el pan, que es el más barato del mundo” (15 libras, 0,05 euros al cambio, la bolsa de kilo y medio), apunta Al Khatib, que recuerda que “esto es herencia de Hafez Al Assad, quien siempre hizo hincapié en que no faltara el pan al pueblo”. El rostro del padre es más visible en el enorme pabellón de corte soviético decorado con eslóganes patrióticos que el de su hijo y actual presidente Bashar, que todavía no se ha pronunciado tras el giro que ha experimentado la crisis en su país en las últimas horas.
Al Khatib acompaña orgulloso al extranjero al interior de la nave donde trabaja una máquina alemana instalada en 1974, la primera que se puso en marcha en Siria y que inauguró el propio Hafez. La inminencia del ataque obligó a las autoridades a activar el plan de emergencia y más de doscientas toneladas de harina esperan en sacos en el almacén, “toda de siria, ya no dependemos de los iraníes y los ucranianos. Hay más seguridad en la carretera y llegan los camiones a Damasco”, señala el responsable, para quien “hay que estar tranquilos porque no habrá ningún ataque”.
Economía de guerra
Los ciudadanos de a pie viven al día. La economía de guerra les impide realmente “calcular la dimensión de un ataque y sus consecuencias, porque bastante tenemos ya con lo que nos está pasando. La línea roja para nosotros ahora es el pan, al menos podemos subsistir a base de pan y agua”, confiesa Sanaa Suleyman, abogada que prepara en el parque de la Independencia, frente al hotel Four Seasons donde se hospeda el personal de las agencias de Naciones Unidas, su examen de para convertirse en juez. La prueba es el próximo lunes, “¿qué podemos hacer? Claro que es complicado concentrarse con tantos rumores de intervención internacional, pero tenemos que seguir con nuestras vidas en la medida de lo posible”. A su lado su colega Mahmoud Al Khatib le ayuda con los apuntes y asegura que “no hay alivio alguno por el retraso de los bombardeos. Vivimos para llegar a cada noche, lo que ocurra por la mañana es toda una incógnita”.
No muy lejos de la pareja tres jóvenes uniformados conversan sobre el césped. Vienen de Hasake y Ras Al Ayn, al norte del país, y el estallido de la crisis les sorprendió durante su servicio militar por lo que siguen movilizados. No han vuelto a sus casas, en zonas con fuerte presencia de la oposición armada, desde hace 29 meses y ellos sí confiesan que “estamos más tranquilos sin ataque, cuando más se retrase mejor”. Damasco está repleto de soldados y gente no uniformada con armas, “han dejado muchos lugares señalados como objetivos posibles y ahora están en el medio de la ciudad, entre civiles”, denuncian opositores consultados en la capital que piden mantener el anonimato.
La vida, lo único barato
Suenan dos disparos en la carretera frente al parque y que discurre en paralelo al río Barada, pero la gente ni levanta la mirada. Explosiones y disparos forman ya parte del paisaje de Damasco.
Tras el anuncio el lunes del canciller Walid Muallem sobre la disposición del régimen de estudiar la propuesta rusa de entregar las armas químicas, el primer ministro Wael al Halqi oficializó esta postura con el objetivo de «evitar derramar más sangre siria», según la televisión estatal. Una medida que a Mustafa Toou, empleado del ministerio de Agricultura de 42 años, no le parece justa porque “Siria es un país soberano, ¿alguien le pide a Estados Unidos que entregue su arsenal nuclear?” Para poder sobrevivir trabaja por la mañana en el ministerio y por la tarde sirve té y café en el parque de la Independencia, una situación muy común en el país. Abu Ali sigue la conversación desde un banco no muy alejado, este ingeniero eléctrico jubilado piensa que “la única solución es oración y paciencia. La vida es lo único barato en Siria, todo lo demás está por las nubes. Los sirios ya se han dado cuenta de que no se vive tan mal a la sombra de Assad”.
*Publicado en los diarios de Vocento el 11 de Septiembre de 2013