La entrada al campo de desplazados de Khazer está blindada por peshmergas kurdos y soldados iraquíes. Las 6.000 tiendas comienzan a llenarse poco a poco ya que, según avanza la ofensiva hacia Mosul, los yihadistas se repliegan y los civiles pueden huir de las localidades de la periferia. “No nos podemos fiar. Hace dos años entraron casi de incógnito a Mosul y mira la que liaron, así que ahora se revisa a todos los hombres, uno por uno”, afirma un responsable de seguridad en el acceso principal, donde se cachea a todos los hombres, de todas las edades, y se revisa las pertenencias que traigan con ellos. Las autoridades insisten en la buena cooperación entre iraquíes y kurdos y en mantener a las Unidades de Movilización Popular (milicias chiíes) alejadas del frente, pero “todos estos fueron baazistas, después estuvieron con Al Qaeda y abrieron los brazos a la llegada del Daesh (acrónimo en árabe del grupo yihadista Estado Islámico), ¿qué será lo siguiente?”, se pregunta un trabajador de una organización humanitaria que se encarga de revisar el estado de salud de los recién llegados.
Tras pasar el control de seguridad, los hombres pueden reunirse con sus familias. A cada una se le asigna una tienda y tienen una especie de cupón para recoger colchones, mantas y material para la higiene personal. Los operarios trabajan contra el reloj para hacer el lugar habitable, pero las condiciones son muy duras y el calor convierte cada tienda en un horno. “No me importa llevar dos días sin comer, puedo fumar y expulsar el humo al aire libre, sin tener que esconderme”, confiesa Shamshadin Samoud sonriente. Ex militar del antiguo Ejército iraquí, “el de la era de Sadam Husein, cuando Irak era un país”, recuerda que “si un miliciano te sorprendía fumando te daba tantos latigazos como cigarros quedaban en el paquete y te imponía una multa de 50.000 dinares (40 euros al cambio)”.
La dureza de la vida en el campo está eclipsada en estas primeras horas por los recuerdos de los últimos dos años de vida bajo el califato y, sobre todo, de los últimos días en mitad de los combates y bombardeos de la alianza internacional, cuyos aviones se escuchan en todo el frente. “No resistieron mucho, la verdad, yo pensaba que serían más ordenados, pero se fueron pronto a Mosul y por eso pudimos salir. Antes no nos permitían huir y en los últimos días estaban muy violentos con nosotros, hubo palizas y malos tratos en el pueblo”, señala Abas Ubed, también antiguo militar de las Fuerzas Armadas desmanteladas por Estados Unidos. “Tras la ocupación de 2003. Se fue Sadam y se acabó Irak para siempre”, piensa en voz alta mientras arrastra colchonetas sobre la gravilla del campo para llegar a su tienda lo antes posible.
Heridas abiertas del pasado
Organizaciones humanitarias y periodistas asaltamos a los recién llegados con preguntas y más preguntas. La mayoría llegan de Topzawa, localidad mixta árabe y kurda, “pero son kurdos shabaka suníes, asimilados por los árabes y leales a Sadam”, informa un peshmerga que recuerda que “durante la dictadura ellos siempre se presentaban como árabes”. También hay shabaka chiíes, pero ellos tuvieron que salir mucho antes de Topzawa, junto cuando llegó el EI. Los suníes eligieron quedarse y vivir bajo el califato, una losa que también pesa de forma especial sobre los ‘muslawis’, los habitantes de la ciudad de Mosul, a quienes kurdos y chiíes acusan de haber colaborado desde dentro a la entrega de la ciudad al califa.
Hay generaciones enteras de iraquíes que solo han conocido la guerra. Desde el estallido de las hostilidades con Irán en 1980 hasta hoy, la historia del país es una historia de conflicto tras conflicto. El pasado está muy fresco y tanto los kurdos como los mandos del actual Ejército de Irak, en manos de chiíes, desconfían de la minoría suní, que era la columna vertebral de la inteligencia y de donde se nutría el antiguo régimen para diseñar sus cuadros de mando. Sadam confiaba en su tribu, de Tikrit, y en el resto de tribus suníes de lugares como Faluya, Ramadi o Mosul… pero con la caída del dictador todo cambió. Irak estalló en mil pedazos y no ha habido fuerza política capaz de trascender a las diferentes sectarias y étnicas, al contrario, las han potenciado.
“El verdadero punto de inflexión es la ocupación de Estados Unidos, ellos echaron a Sadam y abrieron las puertas al terrorismo. Estadounidenses e iraníes no quieren un Irak fuerte y por eso trajeron primero a Al Qaeda y luego al EI, para dividirnos. EEUU dice que trajo la democracia, pero nos trajo el terror”, piensa Abdurahman Mohsen, agricultor de 45 años. Vive en la tienda 44A y no pasa un minuto de entrevista sin que recuerde que “antes, durante la época de Sadam, éramos un pueblo educado, teníamos teatros, cines, todas las confesiones vivíamos juntas sin problemas, mira en lo que nos han convertido…” lamenta mientras abraza a sus hijos Ali y Mohsen, que llevan dos años sin poder ir a la escuela. Tampoco podían ponerse camisetas de equipos de fútbol o ropa deportiva y lo primero que han hecho ha sido vestirse con los colores del Bayer de Munich y el Barcelona.