JERUSALÉN. No hay un minuto que perder. Las callejuelas de Mea Shearim, barrio ultraortodoxo del norte de Jerusalén, son un hervidero de hombres y mujeres haciendo las últimas compras antes del inicio del ‘sabbat’. A las cuatro y media de la tarde empieza la jornada sagrada semanal y todo tiene que estar listo para entonces porque en las próximas 24 horas no podrán, entre otras cosas, realizar cualquier tipo de trabajo, encender fuego o tocar dinero. En las paredes se mezclan mensajes de los rabinos (líderes espirituales) con carteles de los partidos religiosos –Shas y Judaísmo del Pentateuco (UTJ, por sus siglas en inglés)- que en Mea Shearim se anuncian sin fotos de los candidatos y en carteles en blanco y negro, los mismos colores con los que viste la inmensa mayoría de  los residentes.

Han pasado las elecciones y en estas calles se respira la indignación por la irrupción del partido Yesh Atid (Hay Futuro) como segunda fuerza en la cámara (19 escaños), una indignación originada por la promesa de su líder, el periodista Yair Lapid, de “igualar los derechos de los israelíes” lo que abriría las puertas a la llamada a filas de los haredim y les privaría de la amplia gama de subsidios de los que disfrutan. Este debate ya se abrió al final de la pasada legislatura y ahora vuelve a estar sobre la mesa tras el apoyo masivo de la clase media secular del país al programa de Lapid, pero la solución no será sencilla porque los privilegios de los religiosos se remontan a 1948, fecha de la creación del estado de Israel, y algunos haredim alertan incluso del riesgo de guerra civil entre religiosos y seculares.

“Los israelíes han expresado su opinión y hemos captado el mensaje. Algo tiene que cambiar y estamos abiertos a negociar ese cambio. Proponemos que el Ejército cree unidades especiales para acoger a los religiosos, un plan que habría que concretar, pero que queremos llevar adelante”, explican desde el partido Shas, formado por judíos orientales o sefardíes, que ha obtenido once escaños en la cámara convirtiéndose en la principal fuerza religiosa del país. La emigración de ultraortodoxos a Israel es ascendente -en estos momentos se calcula que representan el 11 por ciento de la población-, y cada año una media de 7.000 jóvenes de esta comunidad cumplen 18 años. Con esta edad el resto de israelíes debe ir al servicio militar (tres años ellos y dos ellas, y luego permanecen como reservistas hasta los cuarenta), “por ello hay que buscar una solución cuanto antes, pero hay que entender a los religiosos que se resisten a enviar a sus hijos a unas fuerzas armadas marcadamente seculares y que temen que se desvíen de la religión”, apuntan desde el Shas, una formación que se autodefine como “pragmática” y alardea de que “más de la mitad de nuestros votantes son religiosos, pero no estrictamente ultraortodoxos”.

Rechazo frontal

Mea Shearim es un lugar especialmente poblado ya que las familias tienen una media de siete hijos. Las coladas cuelgan al sol tapando fachadas enteras de los bloques de viviendas que no superan los tres pisos y cuesta caminar por aceras estrechas donde la gente intenta abrirse paso con carros de la compra repletos y cochecitos con niños. En cada callejuela hay carteles que piden a los visitantes “vestir de forma decorosa” y otros que muestran el rechazo al paso de grupos de turistas. Son las únicas palabras en inglés que se pueden leer en un vecindario que, junto a Shas, vota en masa a UTJ, partido de los judíos askenazíes (Alemania, Polonia, Rusia…), que tendrá siete diputados en el parlamento y que ha sido la fuerza más votada en Jerusalén. “Estamos muy contentos con el resultado (antes tenían 5 escaños) y esto refuerza nuestra posición. El señor Lapid puede decir lo que quiera, no importa, los dos partidos religiosos unidos tenemos casi los mismos votos que él”, opina Yerah Tucker, portavoz de una formación que se opone frontalmente a la posibilidad de enviar a los ultra ortodoxos al servicio militar. “Somos una nación judía, esto no es un país como otro cualquiera y por eso precisa un sistema especial. Una parte de los ciudadanos debe cumplir con una misión divina que es el estudio de la Torá y hay que respetarlo y protegerlo porque así es nuestro ADN. No vamos  a cambiar de opinión”, concluye Tucker quien matiza que “prestamos más ayuda a la sociedad que ningún otro sector, estudiar la Torá es ya de hecho una parte más del Ejército porque significa defender nuestra nación”.

Artículo publicado en los periódicos de Vocento el 26-01-2103