DAMASCO. Viernes de oración, viernes de lucha. Al terminar el rezo se escuchan los gritos de los manifestantes silenciados por prolongadas ráfagas de disparos. Los cascos azules siguen la escena desde el acceso principal a Harasta, una de las localidades de la periferia de Damasco con mayor actividad insurgente. No ven nada de lo que está pasando, solo escuchan y toman notas. Nada de cámaras, los soldados del Ejército sirio están muy tensos y piden a la prensa internacional que se meta en los coches, la siria no se acerca a estos lugares. A los observadores les dicen que puede ser peligroso y que mantengan la distancia respecto al puesto de control. Pasados unos minutos los cascos azules siguen el consejo y dan media vuelta en medio de un tiroteo incesante como música de fondo. Se detienen en el siguiente puesto de control militar para preguntar cómo va la jornada a sus colegas sirios, que les cuentan que por las noches reciben hostigamientos continuos. Comparten un poco de agua, hacen unas fotos de las posiciones protegidas por sacos terreros y están atentos a las instrucciones que les llegan por radio. Es un día tenso tras el ataque sufrido la víspera por una de las patrullas que intentaba acceder a Qubair, aldea de Hama donde los opositores acusan a las milicias del régimen de asesinar a 78 personas. 24 horas más tarde la ONU pudo entrar para certificar que la mayor parte de las casas están gravemente dañadas, pero no vieron un solo cuerpo.

“¡Hay miles de personas en las calles y están disparando para disolver la protestas, no paran de disparar y estamos desarmados, aquí no hay Ejército Sirio Libre porque ya los han matado a todos!” denuncia una activista por teléfono desde el interior de Harasta. Esta información no parece impresionar a los inspectores cuyo próximo destino es el puesto de control militar de acceso a Duma, otra de las localidades opositoras que rodean a la capital. “El Ejército les dice que es peligroso y ellos se dan la vuelta, siempre hacen lo mismo. Es otra forma de prohibirles el acceso, no quieren testigos. Los cascos azules no ven los hechos, no tienen contacto con los que más estamos sufriendo, solo con el otro lado”, repite la activista cuando le comunico que nos estamos alejando de la zona debido a la alerta de “falta de seguridad” transmitida por el Ejército.

Protección del Ejército
El mandato de la ONU termina el próximo 20 de julio y los 300 observadores desplegados en Siria tienen graves dificultades para realizar su trabajo. Todo lo contrario que otros organismos como la Cruz Roja Internacional que se mueve por todo el territorio “sin problemas”, según sus responsables que hicieron un llamamiento para alertar de que “más de un millón y medio de sirios necesitan ayuda” y esa cifra aumenta cada día. “Da miedo entrar en zonas rebeldes, no hay un mando, un interlocutor. La gente te rodea, te grita, algunos van armados, nos pintan los coches con sprays… en este lado estamos mucho más seguros y los militares cooperan” apunta una fuente próxima a una misión que se mueve siempre en coordinación con las fuerzas del régimen. Las patrullas constan normalmente de dos vehículos Toyota blindados con cuatro soldados internacionales cada uno y les abre paso un coche de la “seguridad”. Cuando se llega a una zona considerada hostil con el régimen la “seguridad” se aparta a un lado y los medios sirios que cubren la misión de los observadores hacen lo propio “porque en más de una ocasión nos han gritado y golpeado”, señala la presentadora de un canal vía satélite.

En Duma se repite la escena de Harasta. Un casco azul de Chad, una gran parte del contingente es africano, ayudado por un jordano habla con el oficial al mando y supervisa la inspección de vehículos de civiles que salen de este bastión opositor. Todo en orden. La siguiente parada es Qudssaya, distrito del norte de Damasco situado al otro lado del monte Casium y a escasos diez kilómetros del palacio presidencial. La oposición armada, según el régimen, ha puesto un coche bomba al paso de un autobús de militares y después ha comenzado un tiroteo que “ha durado más de media hora”, según los vecinos que pasean atónitos entre los restos de los vehículos destrozados frente a una comisaría. El acceso está tomado por el Ejército y los cascos azules no vacilan esta vez a la hora de llegar hasta el lugar de los hechos. Encabezados por el vehículo de “seguridad” y seguidos por un séquito de reporteros locales inspeccionan los la zona donde les esperan militares heridos y civiles que han sufrido daños en sus casas para denunciar el ataque y gritar loas a favor del régimen. “¿A esto le llaman libertad? ¿Esta gente piensa traer la democracia a Siria a base de coches bomba?”, pregunta al extranjero un soldado con la mano vendada. Tres soldados han perdido la vida a causa de la explosión, tres “mártires” más, según el lenguaje del régimen, de una larga lista que supera los 3.500 miembros de las fuerzas de seguridad fallecidos desde el inicio de una revuelta que ya es una guerra extendida por todo el país.