¿Hay una pequeña rendija para el optimismo en el Conflicto? Lo escribo con mayúsculas porque realmente la situación que viven israelíes y palestinos no merece menos. Los que ven la botella medio llena piensan que el órdago de Mahmud Abás pidiendo el reconocimiento de Palestina como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas genera un nuevo escenario. Los que la vemos medio vacía pensamos que Israel siempre se sale con la suya, siempre. Mientras en Nueva York se discute el texto de Abás, Israel celebra su año nuevo con la aprobación de mil nuevas viviendas en Jerusalén Este. Netanyahu advierte de que no acepta “condiciones previas” para el diálogo y si los palestinos piden “el fin de los asentamientos”, él responde con estas mil viviendas para que quede muy claro el tema.

Israel es el país de los hechos, no de las palabras. Los palestinos hablan y hablan, pero sobre el terreno viven presos de su división política y, sobre todo, de una fuerza ocupante sin complejos y con la luz verde de la comunidad internacional, que también habla mucho, pero no hace nada. El mismo Obama tuvo que hincar la rodilla para dar “su discurso más sionista”, según la prensa israelí, cuando Abás comenzó a airear sus intenciones. “Y es la primera de las muchas humillaciones que veremos en el año que le queda de mandato”, advierten los expertos en el Conflicto.

¿Estado palestino? ¿Fronteras del 67? ¿Derecho al retorno de los cinco millones de refugiados? ¿División de Jerusalén? Las respuestas son tan claras como las mil nuevas viviendas que empezarán a construirse en breve en Gilo. Israel habla de negociación, pero usar esta palabra para lo que hacen los diplomáticos judíos es una ofensa al lenguaje. Habría que buscar una nueva terminología para referirse a estos encuentros entre israelíes y palestinos que desde que comenzaron no han servido más que para que unos den imagen de dialogantes, y los otros agachen la cabeza ante el tsunami de cemento y colonos que les ha caído encima.