BAGDAD. “Aquí estaba la foto del tirano, pero nada más caer el régimen la quemamos”, dice con orgullo Abu Mariam, jubilado de sesenta años, en la plaza Sadrein de Ciudad Sadr, el barrio más populoso de Bagdad, llamado Ciudad Sadam hasta 2003. Aquí se instalaron las familias chiíes que llegaron del sur en los cincuenta, seguidores fieles de Mohamed Baqr Al Sadr y Mohamed Al Sadr, ambos asesinados por el antiguo régimen, que no dudaron en rebautizar el lugar en honor a sus líderes espirituales de la familia Al Sadr. El actual representante de la saga es el joven Muqtada, quien compagina la política con su preparación en Irán y Líbano para ser ayatolá. En lugar del “innombrable”, otra forma de referirse al ex dictador, ahora los vecinos se sientan bajo un mural que representa el levantamiento de 1991 en la ciudad santa chií de Nayaf.

Diez años después de la invasión liderada por Estados Unidos los iraquíes hablan de la dictadura como si formara parte de un pasado muy lejano y con una mezcla de alegría por haberla dejado atrás y nostalgia por la seguridad de aquellos días. En zonas chiíes como Ciudad Sadr los huecos dejados por las imágenes del “maldito” los han llenado con los retratos de figuras religiosas. Las mayores manifestaciones en la época de la dictadura salían de la mezquita de Al Mohsen, cerrada desde 1999 hasta 2003. El jeque Hasan Al Jabery confiesa que “no vamos en dirección correcta porque los políticos son unos mentirosos. Seguridad, electricidad y reconstrucción son las peticiones de todo el pueblo, sin importar la religión, pero las agendas sectarias de algunos países impiden la estabilidad, promueven el terrorismo y así no podemos avanzar”. El religioso chií acusa a los políticos suníes de “no aceptar la derrota en las urnas” e intentar “recuperar el poder por todos los medios, incluido el terrorismo”. En los dos primeros meses de este año 524 civiles murieron en el país a causa de la violencia, según el organismo Iraq Body Count, con lo que se mantienen las cifras de los últimos años pese al enorme aparato de seguridad del estado.

El 60 por ciento de los iraquíes sigue el chiismo duodecimano, el mismo que rige en Irán, frente al 30 por ciento suní, secta a la que pertenecía Sadam Husein y que controló el país durante décadas. La tercera parte del puzle iraquí la forman los kurdos, unos 6 millones de personas, que gozan de independencia absoluta en su región autónoma al norte, de la que han comenzado a exportar petróleo sin el permiso de Bagdad. Desde Ciudad Sadr hasta el barrio de Karrada hay apenas veinte minutos en coche, pero el tráfico y los puestos de control para intentar evitar coches bomba pueden eternizar el trayecto. Karrada es el corazón comercial y turístico de la capital, aquí se encuentran los principales hoteles hoy reformados y a precios exorbitantes. Cerca de la famosa plaza de Firdos, donde se encontraba la estatua de Sadam derribada por los Marines el 6 de abril de 2003, el Partido Democrático de Kurdistán (PDK) ha montado su cuartel general. El lugar es una especie de búnker en mitad de un barrio residencial y es reconocible por la bandera kurda roja, blanca y verde con el sol en la mitad que ondea en lo más alto del edificio. “Llevamos cincuenta años de adelanto a los árabes. Ellos solo piensan en el poder de cada grupo, no en la construcción de país. Con semejante diferencia sectaria la única opción para avanzar es un poder laico, pero su apuesta son los partidos fundamentalistas y el virus sectario no para de crecer”, lamenta Sabab Akrawi. Este veterano dirigente del PDK alardea de las leyes kurdas que “fomentan la inversión extranjera” y defiende la exportación directa de su petróleo porque “no podemos estar eternamente a la espera de que Bagdad adopte una ley sobre los recursos energéticos”. Los kurdos exportan 200.000 barriles diarios y la producción total de Irak está en 3,2 millones diarios, una cifra que esperan triplicar en 2035, según cifras del ministerio de Petróleo.

Cerca de la sede kurda la ONG Al Amal dirigida por Hanna Edward y operativa en Irak desde 1992 trata de ayudar a los más desfavorecidos. La salida de las tropas estadounidenses y el cansancio de los medios han llevado a Irak a un segundo plano en la agenda internacional y con las ayudas para el desarrollo ha ocurrido algo similar. El repaso de los últimos diez años para Edward ofrece “un panorama desolador. Hemos pasado de la dictadura de Sadam a la de los partidos religiosos. El sueño que imaginamos ha sido asesinado por políticos incapaces de tender puentes entre comunidades”. Pese al boom petrolero un 23 por ciento de los 30 millones de iraquíes vive bajo el umbral de la pobreza, según el ministerio de Planificación, y desde la ONG alertan además del retroceso en materia de derechos humanos en un país donde “siguen las prácticas de detenciones arbitrarias del antiguo régimen, se tortura de forma sistemática y la situación de la mujer retrocede día a día. Las leyes tribales ocupan el vacío dejado por el caos político y el número de matrimonios forzados y los crímenes de honor se han disparado”.

Protestas semanales
Dejando a un lado el bullicio de Karrada, donde cafeterías y restaurantes abren ahora hasta pasada la media noche, hay que viajar al este para llegar a Adamiya, uno de los bastiones suníes en el corazón de la capital. Las fuerzas de seguridad cierran el paso a los coches y mantienen cercada la mezquita de Abu Hanifa, cerrada por las autoridades la semana pasada debido a las protestas. “Sus soldados (señalando a los controles del Ejército iraquí) nos hacen la vida imposible. Solo por ser suní ya eres un terrorista en potencia y no podemos ni rezar en paz. La persecución es insoportable y por eso no dejaremos nuestras movilizaciones, pedimos que liberen a nuestros presos, justicia e igualdad”, señala un joven del barrio que no quiere dar su nombre por miedo. Las protestas suníes en Irak estallaron en diciembre y los barrios de la capital son solo un reflejo de la tensión que se vive en las provincias donde esta secta es mayoritaria como Salahadín, Diyala y, especialmente, Anbar, lindante con una Siria cuya revuelta sirve de inspiración a este lado de la frontera.

Al otro lado del Tigris, en el selecto barrio de Al Mansur, los líderes políticos suníes viven atrincherados en villas exclusivas con fuertes medidas de “seguridad privada, no me fío de las fuerzas del orden estatales”, asegura el ex ministro de Educación y líder de la coalición Iraqiya, fuerza más votada en las últimas elecciones, Abed Diab Al Yali. Como el resto de figuras de esta formación es un firme partidario de las movilizaciones “que son la expresión de descontento de una parte del país oprimida. El monopolio del poder es total y se puede afirmar, sin duda, que hace diez años vivíamos mejor”. El descontento en las calles se ha traducido en el boicot de los diputados de la oposición en el parlamento, algo que también hicieron tras la condena a muerte del vicepresidente Tarek al Hashemi, hoy refugiado en Turquía, por “delitos vinculados con terrorismo”.

Tras despedir a Al Yali hay que cruzar el parque Al Thawra, mezcla de zoológico y centro de atracciones donde se ha instalado una noria gigante y que todos los viernes está a rebosar de familias, para llegar al que fuera epicentro del antiguo régimen convertido en 2003 en la denominada ‘Zona Verde’ por los estadounidenses. La seguridad exterior está en manos de las fuerzas iraquíes que tras el entrenamiento recibido por los invasores visten y se comportan en ocasiones como réplicas de soldados americanos. Conducen los mismos blindados Hummer y ahora también han desplegado los recién adquiridos tanques Abrams. Junto a la colosal embajada es la única huella de unos Estados Unidos que “ya no pintan nada, así de claro. Hicieron esta mega legación para 30.000 personas y apenas quedan 3.000, una muestra más de su error de planificación. Soñaron con crear una democracia que fuera ejemplo para la región, pero han formado un país inseguro, sin identidad nacional y víctima del sectarismo”, opina un residente de esta fortaleza en el centro de Bagdad que trabaja para un organismo internacional. Los palacios del sátrapa y monumentos como las enormes espadas que forman las Manos de la Victoria forman parte de este complejo antes y ahora vetado a los iraquíes de a pie. Una de las cosas que no han cambiado diez años después.