HEBRON. No es miedo, es terror lo que transmiten los ojos de Kifaah (17 años), Shirah (16), Hansi (14), Aisa, y Sujud (10), Yaber (8) y Shok (6) al atravesar el camino que discurre entre el asentamiento de Ma’on y el puesto avanzado de Havat Maon. Estas dos colonias israelíes, que como todas las levantadas en Cisjordania son ilegales para la legislación internacional, se han convertido en un importante escollo que dificulta el acceso a la educación de los niños palestinos de aldeas como Tuba y Maghaer Al Abeed, que cada día tienen que acceder al centro escolar de At-Tuwani, el único de la zona.

Caminan en grupo, sin separarse. Son solo niños. No miran atrás, no miran a los lados. Son apenas dos kilómetros. Tienen la vista fijada en el siguiente paso y vuelan para divisar cuanto antes su aldea. Shok, la más pequeña, se tropieza y Shirah le levanta al instante del suelo sin darle tiempo a llorar. Nadie para. Son solo niños. Caminan en silencio. Son solo niños que vienen de la escuela, pero parecen sombras que quieren pasar inadvertidas ante la ira de unos colonos que con frecuencia les insultan y lanzan piedras con total impunidad. Cada paso levanta polvo en el camino de tierra y piedras que rascan con sus zapatillas. Al ritmo de los caminantes, unos metros por detrás, un blindado del Ejército de Israel cierra esta triste comitiva.

Como cada día, los voluntarios de la ONG cristiana Operazione Colomba han acompañado a los menores hasta el punto en el que los militares tienen la orden de darles escolta durante 700 metros. Ese es el tramo considerado “crítico” por la proximidad a los límites de las colonias ilegales que estrangulan un camino abierto en la etapa del Imperio Otomano, un camino público que, sin embargo, ahora solo pueden usar los niños en su camino al colegio. Debido a los frecuentes ataques de los colonos radicales, el Comité de los Derechos del Niño del Parlamento israelí decidió ponerles escolta en 2004.

Esta medida, que no se repite en ninguna otra parte de los territorios ocupados, el mes que viene cumplirá catorce años y, como denuncian las familias y las organizaciones de derechos humanos, sigue siendo necesaria. Consultado por este medio, el Ejército no ofrece datos sobre el número de incidentes sufridos por los niños y se limita a informar de que  “llevamos años asegurando el camino de estos niños a la escuela y lo hacemos debido al acoso verbal o físico sufrido por los estudiantes a su paso por el camino adyacente al barrio de Havat Maon. Tenemos la misión de evitar actos de violencia y proteger a toda la gente”

Aunque sobre el papel se trata de un camino público, los voluntarios italianos no pueden caminar con los menores debido a un acuerdo no escrito alcanzado con las fuerzas armadas “cuyo objetivo es no despertar la ira de los colonos, ellos se ponen mucho más tensos si ven a extranjeros con los pequeños”, comenta la responsable del grupo, que pide mantener el anonimato por motivos de seguridad. Tres miembros de esta organización han sido expulsados en los últimos años de Israel, según informa la joven. “Cuando les vemos alejarse nos produce impotencia, sobre todo porque los militares no nos parecen garantía de seguridad. Los mismo que les escoltan, luego detienen a los niños o a sus padres si intentan defenderse de cualquier agresión de los colonos”, denuncia la responsable de este organismo que trabaja también en países como Líbano o Colombia.

Compañía de activistas

Quien sí avanza con los menores es Guy Butavia, activista de los derechos humanos israelí y miembro de organizaciones como Ta’ayush, que lleva una década volcado en la lucha contra la ocupación y cuyo lugar principal de trabajo son estas colinas al sur de Hebrón. Los soldados le ordenan que se detenga, pero no lo hace. Tres hombres le rodean y le piden que se identifique. Está acostumbrado. Con una mano saca su tarjeta de identidad y con la otra sostiene la cámara con la que graba todas sus acciones. Nunca para de grabar. “Si no hay una orden expresa que lo diga, yo puedo atravesar este camino, así que voy a acompañar a los niños hasta el final de su recorrido”, responde Butavia a unos uniformados que también le graban con un teléfono móvil.

La breve discusión –que también afecta a los periodistas presentes, que debemos identificarnos ante los soldados- hace que los niños se distancien. Uno de los soldados corre detrás de ellos para acompañarles hasta el final de la zona considerada peligrosa y el resto se mete en el vehículo, que avanza muy lentamente. El límite es una puerta que los colonos han puesto en plena vía y que obliga a los niños a dejar la pista para adentrarse en un sendero de montaña por el que avanzan en fila de a uno pegados a una verja.

Según se alejan de los asentamientos, comienzan las risas y las bromas. Son solo niños. A lo lejos aparece el comité de recepción, sus amigos que acuden a darles la bienvenida. Uno de ellos a lomos de un burro blanco. Hoy el camino ha transcurrido en paz y llegan sanos y salvos a casa. No siempre es así.

“Terroristas y asesinos”

“Nos llaman terroristas y asesinos, son los insultos que más repiten. ¡Terroristas, terroristas! Cada día es diferente, no sabemos lo que puede ocurrir. La semana pasada, por ejemplo, intentaron bloquearnos el paso… Pese a todo, me encanta la escuela y quiero seguir estudiando, no lo van a impedir”, comenta Hansi, de 14 años, antes de despedirse y dar las gracias porque “siempre que alguien lleva una cámara nos sentimos más seguros”. Se funde en un abrazo con Guy para quien “si no es por la constancia de los padres y las denuncias de los activistas hace tiempo que este camino estaría cerrado, lo que obligaría a los niños a dar un gran rodeo para no atravesar las colonias”. Otro de los aspectos en los que más insiste este israelí nacido en Jerusalén es en “los traumas psicológicos que sufren estos niños. Tienen problemas para conciliar el sueño, se mean en la cama y hemos detectado casos de ataques de pánico con tan solo seis años. Los colonos quieren apoderarse de todo y no quieren ver palestinos cerca, no les importa que solo sean niños”.