DAMASCO. La carretera entre el Líbano y Damasco es la última ruta segura que le queda al régimen. Los taxis compartidos cubren esta día cada día a unos precios similares a los anteriores a la crisis. Viajan al Líbano completos, pero normalmente regresan vacíos. El trayecto de ida a Siria se cubre en menos de dos horas, aunque todo depende del control en la frontera. El periodista extranjero que viaja con material de vídeo y fotografía debe antes enviar una lista al ministerio de Información para que desde allí avisen a la aduana a través de un fax. La afluencia de medios tras las amenazas de Estados Unidos ha obligado a la Policía de la frontera a adecuar una nueva sala en la que se pasa revista al material. Los satélites están prohibidos y los aparatos incautados a colegas de todo el mundo decoran la estantería de una habitación desangelada en la que huele a recién pintado y no han tenido tiempo si quiera de colgar la foto obligatoria del presidente. Tras acabar con el examen, el funcionario estampa su firma en un papel y exclama “¡bienvenido a Siria, pero a la Siria de Assad!”

Desde el puesto de Jdeide  a Damasco hay menos de cincuenta kilómetros. La gasolinera de la frontera, a la que antes iban todos los libaneses de la zona para repostar por la enorme diferencia de precio, está colapsada. La espera media para llenar el depósito es de una hora y el precio del litro se eleva a las 65 libras (0,23 euros al cambio). Los que no tienen tiempo y llevan dinero suficiente pasan de largo y esperan a los vendedores ambulantes que ofrecen combustible en garrafas en el trayecto. El precio en este mercado negro es de 95 libras el litro (0,33 euros) y el repostaje se realiza ante las narices de la  Policía de aduanas que recorre la zona en sus todoterreno blancos. Los puestos que antes  ofrecía miel, ahora venden gasolina.

En esta “Siria de Assad” sorprenden los soldados de los puestos de control, mucho mejor equipados que antaño y con un denominador común, “todos son de la costa, su acento cantarín les delata”, asegura el taxista con el que he realizado este mismo trayecto diez veces en los últimos veinte meses. “De la costa” se refiere en Siria a la secta alauita, grupo derivado del Islam chií, a la que pertenece el presidente y que es mayoritaria en esa parte del país. Hay que superar media docena de controles, pero el ser periodista permite acceder a los carriles reservados a militares y VIP varios, por lo que apenas hay que esperar. A la entrada de Damasco este salvoconducto no sirve y hay que esperar a que se revisen pasaportes, tarjetas de identidad y el maletero. Es el último y más serio filtro antes de entrar a una capital cercada por los grupos armados de la oposición, dueños de esa otra Siria en la que Assad solo está presente a base de bombardeos.