BELÉN. Ibrahim Abed Rabo tiene uno de los despachos más privilegiados del mundo. Su mesa de oficina, un tablero sostenido por caballetes, se encuentra bajo los mosaicos recién restaurados de la Basílica de la Natividad de Belén y no tiene más que alejarse unos pasos para seguir de cerca el trabajo de rehabilitación de las columnas del templo, en las que acaban de descubrir pinturas de santos de todo el mundo. Este ingeniero palestino de 38 años llegó al equipo de restauración de la Natividad en noviembre de 2013, apenas dos meses después de que arrancaran unas obras que esperan concluir “en un plazo final que dependerá de que consigamos o no los fondos necesarios. Nos faltan cinco millones de euros, así que estas pueden no ser las últimas navidades entre andamios” del lugar en el que, según la tradición, nació Jesús hace más de 2.000 años.
La primera edificación de este templo data del siglo IV y desde entonces ha sobrevivido a quince terremotos, invasiones, incendios y disputas entre sus tres inquilinos (católicos, ortodoxos griegos y armenios). Necesitaba una reforma urgente y la Autoridad Nacional Palestina creó en 2009 un órgano para gestionar el trabajo y sacar la obra a concurso. El presupuesto inicial fue de 16,5 millones de euros y la empresa italiana Piacenti fue la elegida. Cuatro años después faltan cinco millones de euros por cubrir para poder terminar el proyecto de restauración de un templo declarado Patrimonio de Humanidad por la Unesco en 2012.
Apadrina una columna
El tejado y las ventanas fueron las reparaciones más urgentes para evitar la entrada de la lluvia, después fue el turno de la fachada y de las paredes interiores, en las que se ha logrado recuperar el siete por ciento de los mosaicos bizantinos que decoraron en su día el templo, entre ellos media docena de ángeles de tamaño monumental que con sus gestos dirigen al peregrino al lugar de la gruta en la que se situó el pesebre. Una maravilla de la que ya pueden gozar parcialmente quienes se acerquen a Belén. Ahora se trabaja en la iluminación y, sobre todo, en las cincuenta columnas de la nave principal, de las que 32 contienen pinturas que empiezan a ver la luz.
“Como todo lo que hay en esta iglesia, hablamos de cosas únicas. No es un templo más, es el lugar en el que nació Jesús y trabajar aquí es una enorme responsabilidad. El humo y la falta de cuidado hace que las columnas parezcan grises a simple vista, pero hemos descubierto algo asombroso. En los dos primeros metros de altura la pintura se ha perdido casi del todo, quizás por el roce de las manos de los peregrinos, pero en la parte superior tenemos representaciones de santos y reyes de la época de las Cruzadas en las que estamos trabajando de forma individual. San Juan Evangelista, San Juan Bautista o San Damián son algunos de los que ya hemos rescatado del olvido y pronto vendrán muchos más”, señala Giammarco Piacenti, restaurador de la Toscana con amplia experiencia en proyectos en todo el mundo que presentó su empresa familiar al concurso para restaurar la Natividad y desde 2013 se ha convertido casi en un ciudadano más de Belén.
La lentitud de los donantes a la hora de responder a los llamamientos del consorcio que gestiona las obras ha empujado a sus gestores a idear nuevas fórmulas de patrocinio que les permitan avanzar. Uno de los planes que se ha puesto en marcha es la posibilidad de que entidades privadas o instituciones internacionales presentes en Tierra Santa patrocinen la restauración de una columna y “por una inversión de entre 40.000 y 50.000 euros su nombre figurará en el listado final de donantes”, apunta el ingeniero, Ibrahim Abed Rabo. De momento, la fórmula no ha tenido una gran acogida, pero confían en que pronto aparezcan interesados.
Templo abierto
Restauradores italianos del equipo de Piacenti trabajan codo con codo con profesionales palestinos como Abed Rabo en jornadas que nunca bajan de las ocho horas. “Como palestino y como cristianos es un honor poder tomar parte en un proyecto así”, confiesa Abed Rabo, para quien “uno de los grandes retos es que, sea cual sea el trabajo que tengamos que hacer, el templo tenga que estar abierto las 24 horas, no podemos cerrarlo bajo ningún concepto. Hablamos de un lugar sagrado para los cristianos de todo el mundo, uno de esos sitios que siempre deben estar abiertos”. Un lugar que vive unas Navidades más marcadas por los efectos del conflicto entre israelíes y palestinos cuyo último capítulo es el estallido de violencia desatado por la decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como capital de Israel. Los choques se repiten cada tarde en el muro de separación, una zona alejada de la Natividad y sus tesoros, y han vaciado Belén de peregrinos en sus días más importante del año.