JERUSALÉN. Andamios y más acumulan en la plaza del Santo Sepulcro de Jerusalén. A primera hora de la mañana y a última hora de la tarde, cuando ya no hay peregrinos, los operarios aprovechan para ir introduciéndolos en el templo y colocarlos en torno al Edículo, una pequeña cámara en la que, según los Evangelios, se produjo el enterramiento y la posterior resurrección de Cristo. Esta tumba es uno de los lugares de jurisdicción compartida para griegos y armenios ortodoxos y católicos, las tres comunidades que controlan de forman milimétrica uno de los templos más sagrados para el Cristianismo, y ha sido necesario el acuerdo entre las tres para empezar las primeras obras de restauración de los últimos 200 años. Atrás quedan siglos de rencillas, desconfianza y peleas públicas como la que protagonizaron griegos y armenios en 2008 y que llevaron a los titulares de la prensa mundial al Santo Sepulcro por los puñetazos, patadas e insultos entre monjes.
El actual Edículo, situado a escasos metros del lugar de la crucifixión, fue levantado en 1810 por los griegos –el anterior, de madera, fue obra de los franciscanos en el siglo XVI, pero quedó destruido en un incendio- y un equipo de nueve expertos llegados de Grecia será el encargado de llevar a cabo la obra. Profesionales con experiencia en la restauración de monumentos como la Acrópolis o de diferentes iglesias bizantinas en la costa Mediterránea que trabajan bajo la supervisión de Antonia Moropoulou, arquitecta de la Universidad Nacional Técnica de Atenas. “Nadie envidia esta responsabilidad y este desafío porque es un gran desafío trabajar aquí, en este ambiente que se respira en un monumento visitado por miles de personas cada día”, según declaraciones recogidas por la agencia estadounidense AP, que tuvo acceso exclusivo a la primera noche de trabajo en el lugar santo. La arquitecta adelanta que “la tumba necesita una atención urgente después de años de exposición a factores medioambientales como el agua, la humedad y el humo de las velas. Las losas de mármol y piedra han sufridos deformidades”. Un trabajo minucioso que habrá que realizar piedra a piedra para no alterar el aspecto de la cámara.
Riesgo de derrumbe
Los problemas de estabilidad del actual Edículo se remontan a la etapa del Mandato británico. A finales de los cuarenta las autoridades de Londres decidieron acorazarlo con una una armadura de acero, pero era un remedio temporal que ha durado hasta que los responsables de la Autoridad de Antigüedades de Israel han alertado del serio riesgo de derrumbe. “Tuvimos que reunirnos de urgencia y tomar una decisión, nos vimos forzados a hacerlo debido al aviso de los israelíes y no fue complicado llegar a un acuerdo porque nos beneficia a las tres partes”, señala el padre Samuel Aghoyan, que desde hace 16 años es el superior de la Iglesia Armenia Ortodoxa en el Santo Sepulcro. A sus 75 años vive entregado a la custodia del lugar santo y piensa que “las relaciones entre griegos y armenios ortodoxos y católicos son como las que tienen los hermanos dentro de un familia, sufrimos altibajos, pero seguimos siendo siempre de la familia cristiana”. Una opinión que con el paso de los minutos decide matizar y confiesa que “nos podemos sentar en una mesa y llegar a un acuerdo puntual como este, pero en el fondo fondo, no nos fiamos los unos de los otros, sobre todo entre griegos y armenios”.
Esta desconfianza hace que las reglas de funcionamiento y convivencia del Santo Sepulcro estén por escrito y hayan consolidado el actual status quo por el que cada comunidad es responsable de espacios y tareas concretas. Normas que van desde que el privilegio de dos familias musulmanas a custodiar las llaves de la puerta de la basílica, hasta detalles como la limpieza de los baños o de la plaza de acceso, competencia de los griegos. En los lugares comunes cada columna y cada cirio tienen su dueño.
Los peregrinos que viajen a Tierra Santa encontrarán a partir de ahora andamios en el Santo Sepulcro, pero también en la Basílica de la Natividad de Belén, donde un equipo de expertos italianos trabaja en unas obras de restauración para las que también fue necesario el acuerdo entre estas tres comunidades. En el caso de Belén se trata de una restauración integral que comenzó hace dos años y que ha costado 16,5 millones de euros, de los que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) ha logrado recaudar hasta el momento 9,2 y trabaja de forma intensa para encontrar donantes que cubran la parte que falta para terminar de restaurar este templo declarado Patrimonio de Humanidad por la Unesco en 2012.