YABALIA. En Gaza corren los rumores de alto el fuego. Abdala Hasuna ha pensado que se iban a confirmar y, por primera vez en las últimas dos semanas, abre su tienda de venta de café y frutos secos a la entrada del mercado principal de Yabalia. “Todos queremos que acabe cuanto antes, pero viendo que no hay tregua, me voy pronto para casa, no me quiero arriesgar”, afirma este veterano comerciante entre los bombardeos no muy lejanos y la salida de cuatro de cohetes y los gritos de “¡Dios es grande!” entre los clientes.

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Muchas persianas están cerradas, pero los vendedores ambulantes acuden a su cita con los miles de desplazados de la parte fronteriza de la Franja que ahora viven en los vecinos colegios de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA). La economía de guerra afecta a frutas y vegetales que se importan de Israel y prácticamente han duplicado el precio desde el inicio de la ofensiva, pero el resto de alimentos básicos “tienen el mismo precio, no es momento de hacer negocio, es hora de arrimar el hombro y ayudar a los que lo han perdido todo”, piensa Naief Al Madhun, que desde hace quince años regenta una tienda de ultramarinos en el mercado y dice que una de las claves es que se está vendiendo alimentos que estaban en almacenes de la Franja. “La gente hace acopio de conservas, pasta y arroz y, hasta el momento no falta de nada, estamos bien surtidos”, señala Al Madhun, que recuerda que “desde la victoria de Al Sisi en Egipto no tenemos túneles, todo tiene que entrar desde Israel”.

 

Sin túneles para el contrabando y con la frontera de Rafah cerrada por Egipto, el paso de mercancías de Kerem Shalom, al sur de la Franja, es la única puerta para la entrada de alimentos a la Franja e Israel la abre una media de dos horas diarias. “El problema con la frontera es que ahora es zona de operaciones militares y resulta muy peligroso acercarse”, señala Abu Ahmed, transportista desde hace veinte años que, pese al riesgo, cada mañana intenta llegar en esa ventana abierta por Israel para cargar su camión de productos lácteos.

 

También sufren problemas serios los carniceros ya que el ganado se encuentra en la tierra vecina a Israel. Bilal Obeid tiene una cuadra de 350 vacas para carne y cada día se juega la vida para traer al menos un animal al mercado y sacrificarlo para la venta. “En la operación de 2012 bombardearon mi cuadra y mataron a mi padre y a cientos de vacas, por eso me la juego cada día y traigo los animales que puedo para vender porque en cualquier momento pueden atacar mi granja”, asegura el joven carnicero.

Vigilancia de Hamás

Entre la gente que deambula por los puestos pasea también una pareja de jóvenes vestidos de negro y con radios en las mano. La Policía ha desaparecido de las calles desde el inicio de los ataques, pero Hamás controla de cerca los mercados para que los precios no se disparen. El grupo islamista ha impuesto especial control sobre los combustibles y el pan, que mantienen los mismos precios de antes del conflicto. Por primera vez se ven colas ante las panaderías, pero se deben a la falta de electricidad –el 90 por ciento de la Franja está sin luz- que afecta a la maquinaria para elaborar pan. La gente espera, a veces colas de hasta tres horas, pero todos salen con su bolsa de 2,5 kilos.

Anad Kanita no necesita que el grupo islamista le recuerde la obligación de mantener los precios porque “un grupo de comerciantes hemos decidido incluso bajarlos, la caja de 30 huevos, por ejemplo, ahora cuesta doce sheckels, no catorce (2,6 euros al cambio) y hemos preparado también bolsas con conservas para los desplazados”, señala desde el mostrador de su supermercado.

Cada día la situación se complica un poco más, pero los palestinos tienen la experiencia de las dos anteriores ofensivas y saben que cuando ataca Israel hay que sobrevivir entre muerte y destrucción.

 

*Reportaje publicado en los diarios de Vicento el 23-07-2014