BEIRUT. Lufthansa aterriza con treinta minutos de retraso después de un vuelo demencial con más de la mitad del recorrido, dos horas largas, con la señal de turbulencias encendida. Las azafatas, ajenas al tembleque y los sube y bajas del Airbus 321, repartían comidas como si nada mientras un anciano que estaba en el 19C rezaba en voz alta con cada meneo. El inconfundible tufillo del ‘chicken or beef?’ se apoderaba de la clase turista mientras yo me hundía en la lectura de ‘Afganistán, crónica de una ficción’, una cuenta pendiente que tenía con Mònica Bernabé. Pasaba las páginas, pero las turbulencias no cesaban, así que un poco de agua y a rezar como el del 19C para que el libro de ‘Lady Chinook’ –o la única persona obligada a desempotrarse por los americanos- no caiga en manos de ningún Señor de la Guerra.

Al llegar a Beirut apenas hay cola en el puesto de pasaportes. Las maletas están ya dando vueltas en la cinta número cinco y la mía sale de las primeras. 23 kilos justos por culpa del chaleco y el casco. Pese al retraso del avión todo va bien, pero falta pasar la aduana. A diferencia de anteriores ocasiones los agentes obligan a pasar todas las maletas por el escáner, no hay forma de saltarse el trámite. Un policía cincuentón con cara aburrida ve pasar las bolsas por un monitor. Apenas mueve un músculo de la cara. Son las tres de la mañana y no son horas para estas películas. Hasta que una mochila se cuela en la cinta y el bello durmiente despierta.

-¿De quién es  esta bolsa negra? –pregunta echando mano a mi Think Tank.

-Es mía, ¿la abro? –pregunto para mostrar colaboración en todo momento.

-Sí, por favor ¿Llevas un Thuraya? –me dice mientras mete su mano entre las cámaras y el cableado variado.

-Sí, aquí lo tiene –respondo mientras saco un pequeño neceser de cuero que me regaló la compañía Iran Air en un viaje de 2008 por hacer un trayecto entre Damasco y Teherán en primera clase. También me dieron una manta gris preciosa que guardo en casa.

-Acompáñeme –suelta el resucitado agente con el neceser en su mano mientras abandona su puesto para alegría del resto de la cola que esperaba su turno.

El neceser de cuero negro pasa a manos de quien parece el supervisor. Un hombre canoso vestido de paisano al que el agente le susurra al oído algo de lo que sólo acierto a distinguir las letras finales de la palabra Thuraya. Yo sigo la bolsita negra con la vista hasta que el supervisor me hace un gesto con la mano para que entre a un despacho desde el que se divisan los dos escáneres a través de una gran ventana rectangular. Entro y doy la mano a todos los presentes. Otro agente de paisano vestido con camisa y pantalón negros ha sacado el teléfono y lo inspecciona con detenimiento. Está sentado en la mesa que preside la oficina y deduzco que es el responsable. A su lado, en un tresillo, otros dos agentes de paisano fuman mientras ven en una televisión de plasma un concurso al estilo ‘Operación Triunfo’ que emite una cadena local. Las tazas de plástico con restos de café se amontonan sobre las mesas y el que ejerce de jefe me pide que me siente.

-Lebanon, no Thuraya –dice en voz baja y sin mirarme a los ojos– Do you speak arabic?

-No, lo siento –le digo mientras trato de explicarle que no sabía que la legislación libanesa prohibía la entrada de este tipo de equipos al país.

-Problem, big problem –espeta mientras sus dos compañeros se acercan a la mesa a ver el teléfono y un cuarto invitado se suma a la inspección.-Seat down, please –me dice señalando un sofá de cuero negro. El reloj marca las cuatro y media de la mañana.

Paciencia. Esto promete ser largo. Dejo mis maletas en una esquina mientras el jefe de turno ordena que le traigan unos papeles. Comienzan las primeras preguntas.

-¿Para qué necesitas un Thuraya?

-Soy periodista y siempre viajo con uno para estar cubierto si falla el gsm. Hace dos meses lo metí y nadie me dijo nada –le recuerdo mostrando en mi pasaporte el sello de mi último viaje a Líbano en agosto.

El hombre coge mi pasaporte y empieza a pasar páginas para ver los sellos. Dos de Afganistán, tres de Irán, dos de Yemen, Libia, Túnez, Egipto, Irak… Coge el teléfono, hace una llamada y me pide que espere. Me siento de nuevo en mi sillón y saco el libro de ‘Afganistán. Crónica de una ficción’. Estoy en la página 192 y llegan las fotografías. El repaso de los años de Mònica como periodista en Kabul supone todo un repaso también a mi experiencia en el país asiático. Ella viajó antes como cooperante, como recoge la primera parte del libro, pero poco a poco va tocando temas y experiencias que ambos hemos compartido y me vienen mil sensaciones a la cabeza. Mientras que yo hacía viajes puntuales para cubrir la actualidad, ella se quedó a vivir y ese poso que no permiten mostrar los artículos de un diario se percibe en cada línea. Se me pasa una hora volando hasta que entra un nuevo agente en la sala, también vestido de civil. Coge mi pasaporte y se lo guarda en el bolsillo de la camisa.

-¿Llevas dinero encima? –me pregunta.

-Algo-respondo sin saber muy bien de qué va el tema.

-¿Cuánto?

-No estoy seguro –le doy largas

-La ley es la ley –me dice-, y en Líbano intentar meter un teléfono así tienen una multa de 2.000 dólares y además nos lo quedamos para siempre.

-¿Cómo? –le respondo alucinado – no puede ser, prefiero romper el teléfono aquí mismo y nos olvidamos del tema, pero no voy a pagar 2.000 dólares por algo comprado de segunda mano en Afganistán.

-¿Cuánto te costó?

-Nada, menos de 100 dólares –es cierto, lo compré en la tienda de Karim, cerca del parque de Shari Naw donde se venden Thurayas robados y es un modelo de los noventa.

-Pero en Líbano son mucho más caros y la ley dice que hay que pagar una multa que supone el doble del precio del teléfono –me dice muy serio y mostrándome unas fotocopias con artículos en árabe.

-Quiero hablar con el jefe, esto no es posible. No puedo pagar esa cantidad.

Los agentes se retiran y me dejan solo en la oficina. Dejo el libro y me tumbo en el sofá para echar una cabezadita. Al rato vuelven. Parece que les molesta que duerma y me encienden todas las luces.

Puedes pagar 500 dólares ahora mismo y eres libre –me dice el mismo tipo que hacía una hora pedía 2.000.

-Te repito que no, no voy a pagar esa cantidad –cada vez tenía más claro que estaba ante un regateo en toda regla y no me importaba esperar.

-Pues entonces tendrás que esperar hasta las 9 de la mañana, que es cuando llega Abu Firaz. Pero te advierto que es una persona muy dura y te las tendrás que ver con él. Yo te ofrezco un acuerdo a buenas. ¿Cuánto puedes pagar? ¿Lo dejamos en 400?

-Espero al jefe –respondo volviéndome a tumbar y veo cómo se retiran y me dejan solo en el lugar.

Las siete, las ocho… los agentes de la noche se van a sus casas. Antes dejan un informe en la mesa del jefe que no aparece hasta las nueve. Ya es una hora prudencial y aprovecho para llamar a la Embajada española para consultar el caso. No es una emergencia, pero me pueden dar alguna pista de si esto es habitual o no. Un funcionario con larga tradición en la legación responde muy atento y me dice que no firme nada, que llega en diez minutos al aeropuerto. Su llegada coincide con la del temible Abu Firaz, un hombre de casi dos metros, trajeado, con bigotillo y pelo bien peinado. Tras casi siete horas de espera estamos ante el momento clave y las gestiones diplomáticas logran desbloquear el ‘problem’ libanés con el Thuraya. Me explican que la multa será inevitable, pero la cantidad final se queda en 175 dólares y además me devolverán el teléfono cuando salga del país. Un acuerdo amistoso que dista mucho de las condiciones que trataron de imponerme a las primeras de cambio. Acepto y el mismo funcionario que me pedía 2.000, 500 o 400 dólares aparece recién duchado, aunque con cara de dormido, y se pone manos a la obra con el parte de mi multa y el recibo por los 175 dólares. Final de la historia… o no, veremos si me devuelven el Thuraya a mi salida. Lo que no terminé fue el libro de Mònica Bernabé, me quedan apenas unas páginas y quiero disfrutarlas mientras me fumo una arguile en el café de la parte trasera de la estación de Hyjaz de Damasco.