La guerra no ha terminado en Siria, pero los medios oficiales aseguran que esta semana ha llegado hasta Palmira el primer grupo de turistas extranjeros. Mientras en el noreste del país las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), milicia de mayoría kurda apoyada por Estados Unidos, combate para acabar con Baghouz, último bastión del grupo yihadista Estado Islámico (EI), y la provincia de Idlib sigue en manos de la facción siria de Al Qaeda, 35 turistas franceses, canadienses y suizos, según informó la agencia Sana, desafiaron las recomendaciones de viaje de sus embajadas y vieron con sus propios ojos el estado en el que se encuentra uno de los conjuntos arquitectónicos grecorromanos más impresionantes de la región. Un lugar situado en un punto estratégico como hilo de comunicaciones, que fue conquistado en dos ocasiones por el EI, cuyos yihadistas provocaron daños importantes.

El gobernador de la provincia de Homs, a la que pertenece Palmira, Talal Barazi, adelantó a la agencia Sputnik en verano que “tenemos un proyecto en marcha para reparar todos los daños sufridos por la ciudadela y contamos con buenas propuestas de potencias mundiales para restaurar sus obras de arte, lo que significa es que el lugar estará totalmente para recibir turistas en el verano de 2019”. Sus palabras se han hecho realidad de forma parcial porque una treintena de turistas ha llegado, “pero todas las obras de restauración están detenidas debido a la falta de dinero, el Gobierno no puede invertir en Palmira y la comunidad internacional, hasta el momento, tampoco ha realizado un esfuerzo para acometer las mejoras necesarias”, apunta el doctor Maamoun Abdulkarim, la persona que estuvo al frente del Departamento de Antigüedades de Siria durante toda la guerra y el encargado de organizar la evacuación del museo de Palmira antes de la llegada del EI.

Sana recogió “el profundo pesar” de los turistas debido a las heridas causadas por los yihadistas en este lugar declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en los años ochenta. En su visita de una semana a Siria, este grupo, formado mayoritariamente por profesores y médicos, se pudo acercar también a Damasco, Latakia, Bosra o a la fortaleza del Crac de los Caballeros, un tour similar a los que se realizaba en el país hasta que estalló la guerra. El doctor Abdulkarim ha seguido en las noticiasla llegada del grupo de extranjeros y lo considera “una señal de esperanza de cara al futuro, pero sabemos que no se trata de un tipo de turismo como el que había antes de 2011. Lo que nos anima es que, además de periodistas, hay gente que quiere visitar nuestro país en estos momentos y que el número de visitantes volverá a ser importante cuando logremos la paz”.

Bandera negra

Palmira, punto de paso de caravanas y cruce de culturas y civilizaciones, está en los libros de historia por haber albergado la capital del reino de Zenobia, pero también ocupa un lugar destacado en la historia particular del califato ya que el EI logró conquistar este oasis en mitad del desierto, situado 240 kilómetros al norte de Damasco, en dos ocasiones. Tras arrasar Nimrud, joya del imperio asirio fundado en el siglo XIII, Hatra, ciudad de 2.000 años de antigüedad, y el museo de Mosul, los seguidores del califa llegaron a Palmira y en sus dos breves mandatos aplicaron su agenda de “limpieza cultural” y saqueo. Los yihadistas causaron graves daños a las tumbas de Mohammad Ben Ali, un descendiente de la familia del primo del profeta Ali Ben Abi Taleb, y de Nizar Abu Bahaedin, un religioso local; destrozaron la figura del León de Al Lat, de tres metros y medio de alto, quince toneladas de peso y más de 2.000 años; volaron el templo de Bel, erigido en el 32 D.C en homenaje al dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad; reconvirtieron el museo en prisión y el anfiteatro romano en lugar para ejecuciones.