Vuelve a sonar la palabra guerra en torno a Irán -como lo hace desde el triunfo de la revolución hace 33 años-, y suena con fuerza sobre todo después de una semana marcada por el cuatro aniversario del asesinato de Imad Mugniya, jefe militar de Hizbolá. Dos atentados –uno de ellos frustrado- contra legaciones de Israel en India y Georgia, además de la detención de dos iraníes en Tailandia tras varias explosiones en la capital han servido para que desde Tel Aviv se enciendan todas las alarmas y retomen el discurso de la necesidad de lanzar una guerra preventiva contra los ayatolás.

 

Mural en la antigua Embajada de EE.UU en el centro de Teherán. (M.A)

Todas estas acciones han sido chapuceras, más cercanas a una película de serie B que a amenazas por parte del “mayor patrocinador del terrorismo internacional”, como Benjamin Netanyahu define a la república islámica. Nada que ver con la precisión del asesinato de Mugniye en Damasco cuando una bomba colocada en el reposacabezas del asiento de su coche le reventó la cabeza, o con las acciones que han acabado con la vida de cuatro científicos nucleares en Teherán desde 2007.

Tel Aviv acusa a Irán de los ataques de esta semana, Teherán de la muerte de Mugniye y de sus científicos. Acusaciones que, como la carrera nuclear de cada país, no son comparables. Mientras que Israel dispone de un arsenal atómico con capacidad de golpear a su máximo enemigo en la región, a Irán se le castiga por el intento de llegar a tener la posibilidad de conseguirlo algún día. La doble vara de medir por la que se rige la comunidad internacional y que produce cada minuto motivos para que Teherán defienda su derecho a ser tratado de igual a igual. Desde que viajo a ese país y lo comparo con los de la región siempre he pensado lo mismo, no hay país que mire más a Occidente en todo el área que Irán, muchas veces para disgusto de unas autoridades que se empeñan en mostrar al mundo lo contrario.

En una reciente entrevista con el embajador de Irán en Madrid, Morteza Saffari Natanzi, recordaba que “el enemigo (Estados Unidos) nunca ha estado tan débil como ahora. Sus fracasos en suelo afgano e iraquí son comparables a los de Israel en Líbano en 2006 y Gaza en 2008. Y en todos los casos, en lugar de analizar errores, culpan a Irán de sus males. La amenaza de ataque creo que es un farol, no tendrán valor de hacerlo porque sería un suicidio”. No le falta razón, tampoco a los israelíes y americanos que se han dado de bruces con la auténtica potencia regional que ha sabido jugar sus cartas en forma de conflictos asimétricos en los que dos de los mejores ejércitos del mundo han sido doblegados. ¿Qué conseguirán en caso de lanzar una guerra? A corto plazo muy poco, y a medio plazo una carnicería en una región que ya ha sufrido demasiado en los últimos años a causa de este guerra encubierta… y el fortalecimiento de un régimen islámico experto en venirse arriba cuando las cosas se ponen feas.