MOSUL. La Policía Federal de Irak dio por concluida la operación para expulsar al grupo yihadista Estado Islámico (EI) de Mosul tras la liberación de Bab Al Tub, Suq Al Sagha y la calle Najafi, tres lugares que permanecían bajo control del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en la ciudad vieja. Los canales nacionales mostraron imágenes de las fuerzas de seguridad bailando y abrazándose, pero de fondo se seguían escuchando explosiones. Poco después llegó el comunicado del EI en su canal, Amaq, en el que informaron que «los combatientes se están comprometiendo colectivamente al martirio en el barrio de Maidan», zona situada a orillas del río Tigris, en la que, pese a los cantos de victoria de las fuerzas de seguridad, resistían los yihadistas.

En la que ha sido capital del EI en los últimos tres años no hay nada que celebrar. La ciudad vieja es puro escombro, más de 900.000 civiles han tenido que huir desde que las fuerzas iraquíes lanzaron su ofensiva en octubre y una tercera parte de ellos vive ahora en los 19 campos para desplazados que se han levantado. No hay un balance oficial de muertos y heridos, pero la era del EI ha dejado ríos de sangre, hay muchas venganzas pendientes y se ha roto la convivencia en una ciudad a la que no podrán regresar nunca los miles de simpatizantes y colaboradores del EI, ni tampoco sus familias.

Algunos vecinos vuelven a la zona este del Tigris, donde los combates terminaron en febrero, pero en el oeste, donde se encuentra la ciudad vieja, la situación es peor y los civiles que se ven son los que han permanecido todo el tiempo en la ciudad y han tenido la suerte de que sus casas y negocios no han resultado dañados. El primer ministro, Haider Al Abadi, ya declaró la derrota del califato tras la toma de la mezquita de Al Nuri hace diez días, pero lo que esperan los civiles es conocer el plan post califato porque hay una ciudad por reconstruir y asegurar. Pese a la pérdida de Mosul los seguidores del califa conservan Tal Afar, Hawija, al sur de Kirkuk, y todo el noroeste de la provincia de Al Anbar. Sus comandos también son capaces de golpear en lugares recientemente liberados y el viernes atacaron Imam Gharbi, 70 kilómetros al sur de Mosul, en una operación que dejó decenas de muertos, entre ellos dos periodistas locales.

Vuelta a la normalidad

“La guerra nos ha devuelto la normalidad”, sentencia Ziad con rotundidad. Este veinteañero es mecánico y dice que “en cuanto los combatientes del EI se replegaron a la ciudad vieja, en los demás barrios de Mosul oeste, pese a los combates, volvió la vida y se levantó el cerco que hemos sufrido desde 2014”. Ha reabierto su taller en la zona conocida como Nuevo Mosul, a menos de un kilómetro de la ciudad vieja, y junto al taller hay una pequeña tienda de ultramarinos en la que “durante el califato no había nada para vender, pero ahora volvemos a tener de todo”.

Pese a la falta de electricidad y agua corriente, el objetivo común es intentar recuperar la normalidad lo antes posible. Qassem Agauat no se puede creer que su padre, Amar, esté en casa. Este empresario colaboró con Estados Unidos tras la invasión de 2003 y estaba en la lista negra de Al Qaeda, primero, y del EI, después, cuando tomaron Mosul. Por eso tuvo que abandonar la ciudad, pero sus hijos se quedaron porque sabían que si se iban perderían la casa familiar, que pasaría a manos yihadistas. “Me capturaron y me encarcelaron en unas mazmorras de la ciudad vieja… fue un milagro que me liberaran porque justo un día después un ataque aéreo de la coalición destrozó esa cárcel”, recuerda el joven, Qassem. El padre escucha con impotencia y rabia y asegura que “bajo ningún concepto podemos dejar que esa gente o sus familiares regresen, que se queden en los campos de desplazados para siempre, que sea su Guantánamo particular”.

Pena de muerte

El sentir en la familia Agauat, cuya madre murió durante el califato porque precisaba una medicina que los yihadistas prohibían vender por ser extranjera, es general y ya ha provocado los primeros problemas en los campos que hay en Irak para acoger a los desplazados por la guerra contra el EI, más de tres millones en apenas tres años. “Calculamos que puede haber unas 200.000 personas que, por sus distintos vínculos con el EI, no podrán regresar a sus ciudades y pueblos y su futuro es seguir en los campos”, informa Andrés González, director de Oxfam Intermón en Irak, quien subraya la importancia de “un proceso de reconciliación nacional. Ya no hablamos de mejorar la relación entre suníes y chiíes, sino que se trata de la reconciliación entre los propios suníes, entre los que apoyaron y quienes sufrieron al EI”.

Los líderes tribales de Irak han sido muy claros y han decretado la pena de muerte para los combatientes del EI y un castigo de no retorno a sus ciudades de origen para las tres próximas generaciones. En un país roto desde 2003, las tribus han recuperado el poder en las zonas suníes y son quienes tienen la última palabra, no el Gobierno de Bagdad, en manos de la mayoría chií. “El EI sirve de momento como un enemigo común que ha obligado a aunar esfuerzos a todas las partes. La derrota militar le hará volver a la clandestinidad, cambiar de nombre… pero todo apunta a que la situación de seguridad se va a deteriorar”, lamenta González, que ya lleva más de dos años en el país y es una de las personas que afirma, sin dudas, que “el final de la batalla por Mosul marca el inicio del verdadero trabajo en Irak”.