DAMASCO. Los soldados no lo tienen muy claro. El monte Casium de Damasco ha pasado de ser un lugar de ocio para los habitantes de la capital que querían disfrutar del aire fresco en sus restaurantes, a atalaya militar desde la que se divisa a la perfección los puntos más calientes de la guerra que abraza Damasco desde sus zonas rurales del Ghuta. “Se puede pasar, pero nada de imágenes o fotografías de los hongos de humo, solo las zonas más céntricas y el campamento de los escudos humanos”, es la orden del responsable del puesto de control tras consultar con sus mandos que no quieren que se muestre el resultado de los bombardeos de la artillería sobre las zonas con presencia de grupos armados de la oposición. La carretera sube y sube hasta llegar a una recta donde descansan en fila media docena de restaurantes con balcones que cuelgan sobre la ladera que domina la ciudad. Al final de la recta treinta tiendas de campaña blancas, cada una con su bandera nacional, forman el campamento de los escudos humanos que desde el 1 de septiembre se juntan cada noche bajo el lema “Sobre nuestros cuerpos”, similar al empleado en Irak en 2003 antes de la invasión.

Ugarit Dandash es una de las responsables de la organización y ultima todos los detalles antes de la llegada de los minibuses. Durante el día un puñado de voluntarios permanece en este lugar y a las seis de la tarde llegan los refuerzos “hasta formar un grupo de unas 150 personas cada noche”, explica Dandash, periodista estrella del canal satélite Al Mayadeen, próximo al régimen, que durante la semana pasada realizó su programa en directo desde esta posición. “Hemos elegido este lugar por su cercanía con la antena principal de la televisión nacional. Es uno de los objetivos de los estadounidenses, que buscarán repetir el ejemplo de Libia, donde acabaron con los medios públicos la primera noche para contaminar con sus noticias y ocultar la verdad”, afirma la organizadora mientras da órdenes y revisa las tiendas para que todo esté listo.

El visto bueno de Siria a la propuesta rusa de poner su arsenal químico bajo supervisión de la ONU ha llegado hasta esta montaña, pero “no nos podemos confiar. Hay que ser muy cautos ante cualquier acuerdo con Washington porque en el pasado reciente hemos visto que son capaces de todo, como ya hicieron en Irak donde atacaron tras obtener el apoyo internacional y resultó que la causa de la intervención fue una mentira”, advierte Safa Hilal, responsable del Movimiento Jóvenes por la Patria, uno de los grupos que participa cada noche en esta acampada de los escudos humanos en la que “todos acudimos de forma individual, no hay ningún partido por detrás”.

Mensaje al Papa

Tres minibuses aparecen al final de la recta y empiezan a sonar canciones patrióticas desde la megafonía. Se detienen al inicio del campamento y sus ocupantes bajan de uno en uno. Se les cachea y solo después se les permite acceder a la acampada. Más que tensión por el temor a un ataque, en sus rostros se percibe ganas de pasar una noche al aire libre con los amigos. Algunos como el doctor Rafi Wassel llegan directos de su trabajo en el Hospital de Damasco y asegura que “no tengo miedo porque ya hemos visto tantas cosas en la televisión que nada de lo que nos pueda ocurrir nos sorprende”. Se ha enterado de la iniciativa a través de Facebook y no ha dudado a la hora de subirse al minibús.

Los recién llegados dejan sus cosas en las tiendas que les asignan y pronto les llaman a formar como a un pequeño ejército en el centro del campamento. Firmes. Suena el himno nacional. Al final la formación rompe a aplaudir y exclama “¡Alá, Siria y el Ejército!”. Grito de guerra en el que se ha sustituido “Assad” por “Ejército” en un intento de no personalizar estos actos en la figura del mandatario. Lo mismo ocurre con el siguiente eslogan patriótico que retumba en la montaña “¡Con la sangre, con el espíritu nos sacrificamos por Siria!”, donde el nombre de Siria sustituye al de Bashar, “porque el país es lo más importante y está por encima de todas las personas”, apunta un funcionario del régimen presente.

Sarkis Kassarjan coge el micrófono y ante la mirada atenta del centenar de escudos humanos lee en voz alta una carta dirigida al Papa Francisco en la que muestra “nuestra esperanza en el papel que su Santidad puede desarrollar para traer la paz y el amor” y le invita a visitar Siria. Acto seguido todos se sientan sobre varias alfombras y desde una tienda se forma una cadena humana para llevar platos de arroz con atún, “todo donaciones de gente de la capital que admira nuestra determinación”, asegura una de las señoras más veteranas que se encarga de ir llenando platos.

Ya ha caído la noche y no hay más que alejarse unos metros para observar el gran Damasco. Las luces delimitan las zonas bajo control del régimen, donde la vida parece normal, y la oscuridad más profunda se cierne más allá de la autopista de circunvalación que marca la frontera de las zonas con presencia de grupos armados de la oposición. Una mancha negra que cerca la capital y la arrincona contra un Casium donde los escudos humanos permanecerán “hasta que desaparezca del todo la amenaza de una intervención internacional”, repite con seguridad Ugarit Dandash antes de despedirse y sumarse al grupo.

 

*Publicado el 10 de septiembre en los periódicos de Vocento