SAMALUT. “¿Estás bien? Quédate un rato tumbado y después bebe un poco de agua, no eres el primero al que le pasa. Menos mal que no has visto los casos más fuertes…” dice Reyes Callís (Barcelona, 1944) sin perder un minuto tras comprobar que el periodista ha vuelto en sí tras sufrir un desmayo. Le deja en la camilla destinada a los casos leves y vuelve sin perder un minuto más a la sala de atención a las víctimas de quemados que dirige en el pequeño sanatorio instalado en la planta baja del convento de las religiosas del Sagrado Corazón en Samalut. Esta ciudad de 80.000 habitantes se encuentra 250 kilómetros al sur de El Cairo y forma parte de la provincia de Menia, zona con fuerte presencia cristiana, pero también de focos radicales islamistas, donde se han concentrado la mayoría de los ataques contra esta minoría religiosa tras el golpe militar que acabó con el gobierno de Mohamed Mursi el 3 de julio.

“Los familiares no pueden pasar a la sala de curas”, dice en voz alta la religiosa de 69 años, que mezcla el dialecto egipcio del árabe con francés y español logrando un idioma multinacional que pacientes y su equipo de diez personas entienden a la perfección. El lugar es pequeño y las ventanas están cerradas. Dos camillas separadas por una cortina forman los espacios para atender a una media de doscientas personas al día, gran parte de ellas niños, que pagan una cantidad simbólica a cambio del servicio. Entran una detrás de la otra. Los más pequeños en brazos de las ayudantes, con un llanto sordo y heridas causadas, la mayor parte de las veces, por hornillos de gas domésticos. Las curas son rápidas y ningún niño sale sin un caramelo que llevarse a la boca para intentar mitigar el dolor. En el botiquín no faltan los medicamentos tradicionales, pero el gran secreto son las cremas caseras elaboradas a base del aloe vera que crece en la huerta de la comunidad, “milagroso”, según Reyes, a la que la experiencia le ha ayudado a completar la formación de Asistente Técnico Sanitario (ATS) adquirida en Barcelona en los setenta. Llegó a Egipto el 15 de agosto de 1972 y no se piensa mover “hasta que reciba una señal del Señor que así me lo indique”.

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Además del centro de atención médica, las hermanas cuentan con un jardín de infancia y un aula para deficientes mentales, la única dedicada a niños en esta situación en la ciudad. El convento está muy cerca de la vía del tren, una zona muy popular y frente a una mezquita que cinco veces al día con cada llamada a la oración, recuerda a todo volumen a las hermanas dónde se encuentran. Rodeado de un muro de cemento mediana altura y cerrado con un portalón metálico verde, allí metidas pasan la vida dedicadas al servicio a la comunidad con salidas cada vez más puntuales aunque Reyes, al volante de su Lada, sigue moviéndose por las pedanías de la zona donde sus servicios son necesarios.

Minoría, en el punto de mira

Los coptos –palabra que designa a los cristianos en Egipto- suponen aproximadamente el nueve por ciento de los ochenta millones de ciudadanos de un país donde la mayoría es musulmana suní. Tras un año de gobierno de los Hermanos Musulmanes el Papa copto, Tawadros II, jugó un papel importante en el golpe contra Mohamed Mursi y no dudó en respaldar públicamente al general Abdul Fatah Al Sisi. Sus dos fotos se venden ahora en la plaza de Tahrir junto a la del Gran Imam de Al Azhar, institución más importante del Islam suní, Ahmed Al Tayyeb, formando la auténtica trinidad de lo que los cristianos y el resto de grupos anti Mursi consideran la “revolución del 30 de junio”, fecha en la que millones de egipcios salieron a las calles para pedir el final del mandato islamista.

Amnistía Internacional (AI) denunció en su informe del 9 de octubre que los cristianos se han convertido en el “chivo expiatorio” tras la violenta represión de las fuerzas de seguridad contra los islamistas. El organismo internacional ha contabilizado en estos cuatro meses ataques a más de doscientas propiedades de cristianos y 43 iglesias y acusa a los servicios de seguridad de “inacción a la hora de proteger a esta minoría”. De los 43 templos atacados –algunos reducidos a cenizas tras prenderles fuego- trece se encuentra en Menia, según la estadística de la Oficina de Prensa de la Iglesia Católica de Egipto. Juana Rivero, ‘Juanita’, monja canaria compañera de Reyes con cuatro décadas de experiencia como misionera en el país, recuerda días posteriores al desalojo de las acampadas islamistas de El Cairo como “muy duros” y  “cada noche abandonaba por precaución el convento y acudía a dormir a casa de unos amigos”. Grupos radicales realizaron pintadas amenazantes en el muro de las monjas con la frase “vosotras seréis las siguientes” y en una ocasión encontraron cuatro ruedas dispuestas para ser quemadas en la puerta de acceso, pero las fuerzas de seguridad llegaron a tiempo. “Nunca hemos entrado en política, solo pedimos que se nos respete como se nos ha respetado siempre en este país. Hacemos obra social, nada más. Nunca hasta ahora el fanatismo había llegado a este punto”, lamenta Reyes.

Deterioro de la situación

“No hay un solo miembro de la comunidad que no esté feliz, hemos recibido muchas amenazas en este año bajo control islamista y ahora, por fin, nos sentimos libres”, asegura Yusef Sidhom, director de ‘Al Watani’ único semanario cristiano del país que se publica en El Cairo. El precio de esta libertad está siendo muy alto y en Samalut las religiosas españolas denuncian “desde amenazas de linchamiento en algunos pueblos donde tuvimos que interrumpir el trabajo, hasta intentos de robo, secuestros de miembros de la comunidad y una emigración imparable al extranjero porque los cristianos viven en estado de pánico. Tienen miedo de que les pase lo mismo que en Irak o Siria”, detalla la religiosa catalana que, como medida de respeto y también de precaución, trabaja en el dispensario donde la mayoría de los pacientes son musulmanes sin la cruz visible.

La crisis de vocaciones hace que Reyes y ‘Juanita’ no tengan relevos, una crisis que les preocupa más que la económica a la que hacen frente apretándose el cinturón y con estrujándose el cerebro para obtener nuevas fuentes de ingresos a través de exposiciones de bordados, la apertura de un pequeña tienda a las puertas del dispensario… Este año una hermana egipcia ha llegado a la comunidad, un motivo de alegría y un refuerzo para seguir con el trabajo porque “lo único que no falta aquí es trabajo”, repite Reyes, un trabajo que sigue siendo el motor principal de su vida.