MOSUL. Dos hombres arrodillados y maniatados en una esquina. En la acera de enfrente otro tirado boca abajo, con los ojos vendados, las manos atadas y la cabeza ensangrentada. Todos ellos vigilados muy de cerca por efectivos de las unidades antiterroristas que les tienen encañonados. “¡Nada de fotos, nada de fotos!”, gritan al periodista. Los reos ni se mueven. Son sospechosos de pertenecer al grupo yihadista Estado Islámico (EI) y van a ser sometidos a varios interrogatorios. O ya lo han sido. A muy pocos metros un cadáver en descomposición impregna la zona del olor agrio de la muerte. Un olor que emana de los escombros de una ciudad vieja de Mosul convertida en la auténtica zona cero de la batalla contra el EI. Un olor que se te pega en la piel, te golpea directo en el estómago y, cuando más intenso es debido al fuerte calor, más ganas de vomitar te provoca.

El único acceso posible a la zona cero de esta batalla es con las fuerzas iraquíes. La mezquita Al Nuri, célebre porque fue allí donde se grabaron las primeras y únicas imágenes del califa, Abu Baker Al Bagdadi, en el verano de 2014, es ahora un montón de escombros sobre los que se mantiene milagrosamente la cúpula verde oliva. Del famoso minarete jorobado (Al Hadba en árabe), solo queda la base después de que los yihadistas decidieran volar este complejo de 850 años de historia para que no callera en manos enemigas. El símbolo del califato es ahora una importante posición militar, con centro de detención, de atención médica de urgencia a los civiles heridos y, también, un punto de visita obligada para los combatientes de las distintas fuerzas que participan en la guerra contra el EI. A pocos metros de lo que fue el acceso al templo, hombres de las Unidades de Movilización Popular, las milicias chiíes, se hacen selfies y aplauden cada vez que uno de los aviones de la alianza que lidera Estados Unidos lanza una bomba sobre los “apenas unos cientos de metros” que quedan en manos de los yihadistas, según insisten los mandos militares. El suelo tiembla.

Los seguidores del califa están acorralados, pero pelean hasta la muerte en un espacio muy reducido, pero en el que “estimamos en este momento que podría haber unos 15.000 civiles, incluso 20.000”, según los últimos datos ofrecidos por Lise Grande, coordinadora humanitaria de la ONU en Irak, a la agencia AFP. Según Grande, civiles atrapados en esa zona corren «mucho peligro» y viven en condiciones «terribles», con escaseces de todo tipo. A esto hay que sumar las dificutades que tienen para escapar porque les usan como escudos humanos y toda la zona es una trampa mortal plagada de minas. Cada paso que se da fuera de una zona revisada por el Ejército es pura lotería.  La masiva presencia de civiles es lo que retrasa la victoria militar definitiva, según los jóvenes de la Golden Division que se toman un descanso a la sombra, ante la mezquita de Al Nuri. Una victoria que el primer ministro, Haider Al Abadi, ha proclamado en dos ocasiones, pero que se resiste y que, en ningún caso supondrá el final del califato ya que los yihadistas mantienen el control de Tal Afar, Hawiga y una amplia zona del noroeste de la provincia de Anbar. La guerra no se acaba en Mosul.

Enfado entre los milicianos

Cuando se sacian de selfies, el grupo de milicianos chiíes arremete contra el periodista extranjero. “¿Por qué habláis mal de nosotros? ¿Por qué decís tantas mentiras?” Pregunta uno de ellos a gritos, mientras sus compañeros tratan de contenerle. Las autoridades de Bagdad les han mantenido alejados de la batalla por Mosul para evitar los roces sectarios en una ciudad mayoritariamente suní, pero son quienes cercan Tal Afar y esperan tener un papel importante en esta batalla, aunque Estados Unidos ya ha adelantado que no piensa colaborar con este cuerpo paramilitar al que acusa de estar a las órdenes de Irán. Ellos son también quienes tienen la responsabilidad de la mayor parte de puestos de control en los anillos de seguridad de Mosul.

Las paredes de los edificios que siguen en pie muestran las pintadas con los nombres de los mandos iraquíes que lideran los combates en esta ciudad vieja. Se ven también antiguos símbolos del EI borrados y los milicianos se llevan como trofeo una bandera negra de los yihadistas que han encontrado tirada en un bajo comercial. El califato deja una herencia de muerte y destrucción en la que ha sido su capital los últimos tres años.