En menos de dos semanas las fuerzas kurdas e iraquíes se han situado a las puertas de Mosul. El grupo yihadista Estado Islámico (EI) habría perdido “entre 800 y 900 combatientes” en la defensa de la capital del califato, según estimaciones de Estados Unidos, una defensa que prepararon desde el primer día  de su llegada al poder y que completan estos días con la captura de “decenas de miles de personas” de las aldeas del extrarradio para usarlas como escudos humanos, tal y como denunció la Oficina de Derechos Humanos de la ONU. Una estrategia que dificulta los ataques aéreos de la coalición que lidera EEUU y que son claves para el avance de las tropas. A esto hay que añadir las ejecuciones masivas que están llevando a cabo los seguidores del califa de antiguos miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes y civiles que se niegan a unirse a sus filas para defender Mosul o son sospechosos de colaborar con el enemigo. Al menos 232 personas han sido asesinadas en los últimos días, según los informes del organismo internacional.

Aldeas liberadas como Bazkertan o Tarjila situadas en zonas altas y estratégicas desde las que se puede controlar la carretera principal que une Erbil, capital de la región autónoma kurda, con Mosul, dejan al descubierto las posiciones defensivas de los yihadistas. En Bazkertan huele a muerte. Los cuerpos de los yihadistas se pudren al sol entre los escombros de las casas en las que combatieron. El olor de los cuerpos podridos lleva directo a una puerta metálica de color rojo, que por fuera parece la entrada a una pequeña caseta, pero que da acceso a un túnel que une este punto con la mezquita de la aldea. La primera parte del corredor es una zona de vida, con frigorífico y cocina. Una bandeja con huevos intactos sobre la mesa y un armario con víveres demuestran que los seguidores del califa aguantaron hasta el último momento en este escondite. El templo está blindado por sacos terreros, es una especie de enorme trinchera con las paredes forradas por la propia tierra que extrajeron al escavar.

“Son unos cobardes, unos auténticos cobardes. Mucho hablar de religión y luego convierten la casa de Alá en la casa de la guerra, todo porque saben que los aviones no van a bombardear mezquitas”, denuncia Faisal Mahmoud, mando peshmerga que supervisa este lugar recientemente liberado. El socavón dentro de la mezquita es enorme, la vista se pierde en la oscuridad. “No se puede entrar, puede haber trampas. Hay que esperar a que pasen los especialistas en explosivos”, advierte Faisal mientras apunta con la linterna de su teléfono a la inmensidad del agujero. Las ventanas están tapadas con mantas y hay pequeños boquetes abiertos para facilitar el trabajo de los francotiradores.

Asalto final

Los mandos militares esperan que este tipo de túneles sean aún más sofisticados según se acerque la batalla al interior de Mosul. El asalto final se aproxima y el EI ha empezado a usar también «una cantidad extraordinaria» de armas de tiro indirectas (morteros, cohetes…) y de coches bomba, en palabras del general Stephen Townsend, máximo jerarca militar de la coalición. Townsend señaló que los kamikazes han afinado la técnica de sus atentados y esconden ahora los coches bomba detrás de muros o en el interior de viviendas a la espera de las tropas para sorprenderlas en el último momento.

“Está claro que muchas de sus actividades, reuniones, así como la fabricación de explosivos las hacen en túneles,  bien escondidos, porque no se fían de nadie y menos en estos momentos”, opina un responsable político de Mosul que vive exiliado en Erbil desde hace dos años y que pide mantener el anonimato. A pocos kilómetros de Bazkertan, en Tarjila, Sadam Ibrahim remueve los escombros de lo que fue su casa hasta la llegada del EI para intentar rescatar alguna de sus pertenencias. Su vivienda, situada en un alto, la convirtieron los yihadistas en una especie de torre de control agujereada a base de una red de túneles que, como en Bazkertan, desembocan en la mezquita. “Esto lo ha hecho la aviación. Los hombres del Daesh (acrónimo en árabe para referirse al EI) vivían bajo tierra y desde allí parece que intentaron atacar a los peshmergas, ya ves el resultado”, lamenta Sadam mientras camina hacia la salida de uno de los túneles. “Pensábamos regresar en cuanto se liberara la aldea, pero nuestra casa ya no existe, tenemos que empezar de cero”, asegura este conductor de una empresa de transportes al que acompañan su mujer y dos hijos.

En la mezquita, los yihadistas han repetido la misma estrategia y con la tierra extraída han llenado sacos y más sacos para reforzar la pared que da hacia la carreta principal a Mosul. Una estrategia inútil ante el poder de la aviación estadounidense, un poder cada vez más complicado de usar debido a la fuerte presencia de civiles en Mosul.