BAGDAD. “Cuando mi familia escuchó la noticia de la retirada el pasado 19 de agosto me llamó para preguntarme cuando llegaba a casa, pero nosotros seguiremos sobre el terreno”. El mayor Chris Auclair cumple su tercera misión en Irak y forma parte del Primer Batallón, 41 Regimiento de Artillería de la Tercera División de Infantería, “una de las brigadas de combate que vamos a permanecer en Irak a partir del 31 de agosto. La nueva misión está enfocada en la asistencia de las fuerzas locales, pero tenemos capacidad de reacción si fuera necesario”. Su base es la antigua sede de la temida Mujabarat (policía secreta) de Sadám Husein y es la posición americana más próxima a Ciudad Sadr, “un lugar al que no nos dejan entrar, pero del que sufrimos el efecto negativo del extremismo que predican sus autoridades”, denuncia Auclair, que formó parte del contingente que en 2003 fue responsable de la toma de Bagdad.

Como cada semana desde hace un mes, la batería Alfa se prepara a primera hora de la mañana “para una misión de ayuda humanitaria”, explica el teniente Valdebenito mientras los soldados cargan tres camiones de la Policía Federal con botellas de agua y bolsas de comida. Sus colegas iraquíes permanecen a la sombra de los muros que protegen la base observando el esfuerzo de los americanos sin mover un dedo, más tarde les tocará a ellos repartir esa carga entre la población. “Forma parte de la misión Nuevo Amanecer, nosotros les proporcionamos el material y les damos escolta, pero ellos eligen donde entregarlo y son los protagonistas para ganarse el apoyo de la gente”, aclara Valdebenito.

Seis Humvees –vehículo retirado de la misión de Afganistán por su vulnerabilidad ante los IED (artefactos caseros improvisados)-, cuatro camiones MRAP (siglas en inglés de vehículo resistente a las emboscadas con minas) y dos helicópteros Apache completan la escolta de los tres camiones cargados de agua y comida y los vehículos de los agentes locales. “Estamos a las puertas de Ciudad Sadr, esto es terreno del Ejército del Mahdi (milicia chií fiel al clérigo Muqtada Al Sadr) y hay que tomar precauciones”, explican los mandos americanos nada más llegar a un descampado en mitad del barrio de Baladya donde mujeres y niños se abalanzan sobre la ayuda humanitaria.

Labor de inteligencia
Los americanos aseguran el perímetro cortando todos los accesos con alambradas y colocan un puesto en el que los iraquíes reciben medicamentos. Permanecen en un segundo plano, alejados de los gritos y empujones de la masa por las botellas y los paquetes de arroz, azúcar y té. “¡Gracias a Dios alguien nos ayuda!”, gritan las mujeres que corren con la carga a sus casas para hacer un segundo viaje y así poder llevarse más provisiones.

Cuando los camiones se vacían el remolino humano se concentra en torno a varios militares y civiles americanos que entregan fotos de los hombres más buscados del barrio y piden colaboración para poder detenerles. “Es otro de los objetivos de estas salidas, captar la respuesta de la población e intentar que nos ayuden a capturar a los chicos malos que nos atacan”, asegura el sargento Gentry. Al ser consultados sobre el posible peligro que implica mezclar una labor humanitaria con una de inteligencia la respuesta unánime es que es “necesario porque la amenaza no ha desaparecido”. Estos hombres sufren una media de cuatro IED a la semana.

Hora de volver. La Batería Alfa pone rumbo a la base donde todos sus movimientos son seguidos por un Centro Combinado de Control en el que iraquíes y americanos supervisan cada movimiento en la zona. Un día menos para volver a casa, un día menos para una salida definitiva de Irak que de momento parece muy lejana pese a las fechas marcadas en el acuerdo de seguridad.