ALEPO. Alepo es un golpe directo al corazón y a la cabeza, un lugar al que nadie desearía volver en estas circunstancias. Desde que la ciudad quedó partida en dos en el verano de 2012 ha trasladado todos los componentes de la guerra siria a sus calles, una guerra en la que no hay líneas rojas. Durante los primeros años, hasta que grupos radicales como el Frente Fatah Al Sham, brazo de Al Qaeda en Siria, se hicieron con el control de la oposición, la mayor parte de prensa extranjera trabajaba en la zona oriental. Esa es la parte más castigada por los bombardeos y el uso de aviación en zonas civiles tiene un efecto devastador. Esa son las imágenes que vemos cada día en los medios, hoy gracias a los activistas de la oposición y a las breves visitas que podemos hacer estos días los periodistas occidentales que pasamos por aquí.

Los reporteros extranjeros que viajamos ahora a Siria lo hacemos con un visado del Gobierno y trabajamos en la zona occidental de la ciudad. La guerra también tiene efectos en la vida diaria por los morteros, el sonido constante de las explosiones, los cazas sobrevolando, los disparos, secuestros, cortes de agua, luz… pero las imágenes y las condiciones de vida son incomparables a un lado y al otro. Nos movemos en grupo, con el resto de periodistas extranjeros que en ese momento estén en la ciudad y siempre con los permisos pertinentes antes de visitar cada barrio recuperado por el Ejército. Siempre contamos con la presencia de funcionarios del ministerio de Información junto a nosotros y nos alojamos en el mismo hotel en el que está el cuartel general de la ONU, una torre bunquerizada que tiene 22 pisos y ofrece agua corriente, electricidad y conexión a internet, que va y viene dependiendo de la situación. Una torre en la que una noche cuesta el triple de lo que gana un sirio en un mes, unos 190 euros. Como los funcionarios del organismo internacional, somos privilegiados en medio de esta selva del dolor y nuestra preocupación, una vez acabada la crónica del día, es que la conexión nos permita enviarla a tiempo. Desde la planta 22 la vista es soberbia, un mirador hacia la guerra que ves, pero no te toca.

La antigua capital económica del país no tiene electricidad y la noche suena al ronroneo de los generadores y los bombardeos en la zona oriental. Uno tras otro, de forma machacona. ¡Qué tiene que ser estar allí, sobre todo si tienes a tus hijos contigo! Me duele Alepo y me duele Siria porque es un país que conozco desde que comencé a viajar a Oriente Medio, junto con Irán siempre ha sido uno de mis destinos preferidos. Desde el estallido del levantamiento contra Bashar Al Assad he viajado en más de veinte ocasiones y he visto el paso de la revolución a la guerra. El verano pasado acompañé también a los sirios que escapaban a Europa por la ruta de los Balcanes… pero por mucho que viajas, lo vives y lo escribes, nunca puedes ponerte en su lugar. En Alepo ocurre lo mismo, llegas, ves y estás deseando de largarte porque vivir aquí es un milagro. ¿Cómo no van a intentar buscar una nueva vida entre nosotros?

ALEPO. 14 DE DICIEMBRE DE 2016